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Honduras, iglesias oran mientras narrativa oficial silencia la violencia

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Tegucigalpa- Honduras vive en las últimas dos semanas una nueva narrativa oficial en cuanto a los temas de inseguridad y violencia: los crímenes, masacres y otros hechos violentos han desaparecido del boletín oficial de la Secretaría de Seguridad, mientras las iglesias católica y evangélica lanzan campañas e inician caminatas y eventos a favor de la paz y el rescate de valores como protesta social y religiosa ante tanta violencia que ha cobrado vida de pastores evangélicos e incluso atentados contra sacerdotes católicos. El país parece caminar en dos vías.
 

En la nueva política comunicacional de la Secretaría de Seguridad, todo lo vinculado a la violencia e inseguridad se informa vía boletines de prensa, bajo la responsabilidad de la Dirección General de la Policía Nacional.

En esos boletines, se impone un nuevo estilo narrativo que a futuro llamará la atención de los literatos por su capacidad de invisibilizar las muertes y masacres para ser sustituidas por los logros en capturas de ciudadanos, ya sea mediante la “portación ilegal de armas en perjuicio del Estado de Honduras” o por “suponerlos responsables del delito de robo”, entre otras categorías con que definen el delito común.

Así van informando de las capturas que hacen tanto en la capital como en el resto del país. Para el caso, en la zona de Tocoa, en Colón, uno de los llamados territorios calientes de Honduras, la nueva narrativa oficial se centra en informar, por ejemplo, que el día 1 de julio de los corrientes, “se le dio detención a las siguientes personas por suponerlas responsables del delito de portación ilegal de armas: Eduin de Jesús Santos (55), Erick Samir Gutiérrez Guerra (21), a ellos se les decomisó: un arma de fuego, tipo revólver, calibre 38mm, marca Smith %26amp; Wesson, serie C401332; un arma de fuego calibre 38mm marca Smith %26amp; Wesson, serie no legible, S/D 613-13”.

A diferencia de los otros partes policiales, en este caso de Tocoa, la autoridad no describió que la portación ilegal de armas es un atentado contra la Seguridad del Estado de Honduras, como bien registran en los otros casos.

Pero en ninguno de los boletines oficiales, esta nueva forma de narrar las novedades policiales contempla las muertes violentas por homicidio ni los accidentes de tránsito. Es un estilo que según la escritora mexicana, Cristina Rivera Garza, busca “silenciar” la violencia.

Garza advirtió recientemente que esta tendencia –cuya génesis se centra en México– busca silenciar todo tipo de violencia asociada al crimen organizado y en ese juego están cayendo algunos medios de comunicación, máxime ahora con la asunción del presidente Enrique Peña Nieto.

La “espectacularidad“, con que se informaba de estos casos en el gobierno del ex presidente Felipe Calderón, ha sido ahora “silenciada” en el nuevo gobierno, detalla la escritora.

Honduras parece haber adoptado también ese modelo, desde el mes de mayo y ahora de los “sucesos” que acontecen en el país solo se conoce por los boletines oficiales de dos o tres páginas, en donde las muertes violentas, el sicariato y las acciones propias del crimen organizado no forman parte de la nueva narrativa que “afea” la labor policial.

Mientras estos reportes oficiales diarios dan a conocer los alcances en la persecución del delito menor, como la incautación de carrucos de marihuana, el robo del celular y el arma ilegal, entre otros, en la calle, la prensa registra las casi 20 muertes diarias en el país, los asaltos a los trasportistas, el desafío de los pulperos a los extorsionadores, la guerra entre los carteles por plazas locales, el aumento de muertes violentas de mujeres, así como la privación de la libertad y posterior desaparecimiento de un periodista. Hechos que no figuran en la nueva narrativa policial.

En las calles, las iglesias católica y evangélica también hacen su lucha de denuncia ante tanta violencia. Miles de personas de ambas religiones, en distintos momentos y en forma separada, caminan, lanzan campañas, ofician cultos y misas para llamar la atención gubernamental, envían un mensaje de no intimidación a los barones oscuros del crimen y un llamado de conciencia de mayor participación de la ciudadanía a favor de la vida. En jornadas inéditas los sacerdotes convocan al jugar futbol junto a viejas glorias del deporte y en San Pedro Sula muestran como la fe congrega a miles de jóvenes en una jornada deportiva de solidaridad y de paz.

%26nbsp;actos que han obligado a los líderes religiosos a ser más beligerantes en la protesta social obedecen a que la violencia y el crimen ya no respetan ni los templos para cometer sus fechorías, muchos menos a quienes difunden el evangelio.

Un informe del Comisionado Nacional de los Derechos Humanos reveló que el 30 por ciento de los hondureños ya no se sienten seguros en las iglesias, a causa de tanta inseguridad y la impunidad con que opera el crimen organizado.

Pero la inseguridad de los hondureños se traslada también a las calles donde un 75 por ciento dice sentirse inseguros al transitar por las mismas, mientras otros 77 por ciento no se siente seguro en los mercados y el 62 por ciento tampoco siente seguridad en los centros comerciales. La sociedad del miedo abarca a un 74 por ciento de los hondureños al manifestar inseguridad cuando abordan un transporte público.

Así, el país parece caminar por dos vías: la de la realidad cotidiana que registra aún la prensa hondureña y la de la invisibilización del problema a que apuestan las autoridades, mediante estratagemas que concitarán sin duda el análisis de los sociólogos, literatos y otros académicos por ese nuevo salto en la narrativa.

En contraste, en El Salvador, país que comparte con Honduras y Guatemala el triste título de naciones que conforman el “triángulo de la muerte”, las cifras de la violencia en homicidios, secuestros, sicariato y extorsiones, paradójicamente las ofrece la policía. La nueva narrativa del silencio pareciera que aún no llega a ese país o su grado de sutileza es imperceptible.


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