
Tegucigalpa, Honduras. Una loma organiza un videopódcast y le pone un nombre brillante: “Mujeres que abren caminos”.
Y como la vida en sociedad es lo de ella, invita a ministras, diputadas y una influencer con anillos dorados y un par de hashtags que cotizan alto en la bolsa de la narrativa digital (esa a la que Donald Trump y sus amigos también le imponen aranceles).
Las demás lomas aplauden con entusiasmo, aunque no entiendan bien qué camino se abrió ni para quién.
Mientras tanto, una bordo, llamada Carmen, con voz firme y sin filtro de Instagram, pregunta:
“¿Pero qué mujeres están abriendo caminos? ¿Para quién los abren? ¿O será que solo están cerrando portones tras de sí?”.
(Típico de estos espacios, nunca se queda bien con nadie, mucho menos con las bordos).
Las lomas la acusan de divisiva, de antipática y de amargar el videopódcast.
A las lomas no les gustan las preguntas que desordenan la decoración del discurso. Aunque de vez en cuando se sueltan:
“No somos mancas, no nos vamos a dejar; no somos mudas, no nos vamos a callar, si se está trabajando por los derechos de la mujer, no se nota».
Cossette López (comentario en X)
Ni corto ni perezoso, sale al encuentro el típico machocentrista que no puede ver valentía en rostro de mujer:
“No son mudas, pero son incompetentes. Se dejaron dominar por los caciques de sus partidos, o sea que ellas no están ahí para hacer prevalecer la ley, sino como viles peones de sus corruptos líderes”.
(Comentario de un usuario en la red social X)
En 3, 2, 1… Las y los antifeministas aplauden con likes y compartidos.
El machocentrista de siempre —camuflado de fiscal moral— arremete con el mismo repertorio: que no sirven, que las manejan, que no piensan.
Él tampoco es mudo, pero ¡vaya que desentona! Habla como si fuera el único completo en una democracia rota, mientras la aporofobia de género le chorrea por los dedos y le ensucia el teclado justo cuando envía el post.
Para ellos, las mujeres nunca actúan solas, no son buenas ni para ser malas. Siempre son dominadas o manipuladas, siempre son “viles peones” de otros que sí son líderes… por ser hombres.
Las quieren mudas, por eso cuando dicen “¡fraude!”, solo escuchan legalismos tibios.
Cuando denuncian “¡boicot!”, preguntan por qué no elevan la voz; cuando en vez de elevar la voz, gritan, dicen que por qué no habían hablado antes, amores.
Es por esos comentarios que el echo chamber de los tacones resuena más que la autoridad… sobre todo si a esta quien la representa es una mujer.
(A menudo, la sociedad tiene oídos de hombre).
Presentando a Las Sororidad
Más al fondo, detrás de una esquina del algoritmo, una sororidad se asoma tímida. Ya no usa camiseta con eslogan, ni camina en bloque (aunque sí marchó en el Frente Nacional de Resistencia Popular, junto a las bordos, por supuesto, mientras las lomas y las grises las miraban por la tele).
Se rasga las vestiduras (no, perdón, se las rasgaron). Esa sororidad anda hecha tirones, como si muchas le hubieran jalado de un brazo distinto. Y le duelen las costuras.
Las sororidad se quedaron solas mientras las lomas están más unidas que nunca, son una argolla que portan con elegancia.
Una bordo veterana, que aún guarda cartas y cicatrices de 2009, se sienta a remendar a la sororidad.
—Antes la sororidad era acuerpamiento. Ahora parece campaña —le dice, mientras cose con hilos que no hacen ningún ruido en la tela desgastada que data del golpe de Estado.
Un par de lomas las queda viendo con mirada de circunstancia. (Las lomas son las mejores en pumpunear pechos ajenos).
Pero, volviendo al videopódcast, las lomas desfilan por entrevistas. ¡Claro! Antes siguen un gran ritual: escogen un outfit -preferiblemente de seda o satinado-, se calzan con stilletos no tan altos -ante todo, la modestia, se dicen a sí mismas o, más bien, se mienten, como cuando hablan de proteger a la patria.
¡Ah!, se me olvidaba, se levantan temprano para que las atienda “la del salón”, se exfolian el rostro para aparentar pureza, se hacen manicure para esconder las “uñas largas”, les aplican anti-frizz para que nada quede fuera de lugar.
Salen perfumadas, pero destilan veneno. Hablan de liderazgo femenino y de avances, mientras posan sentadas con las piernas cruzadas (para que se noten sus stilettos). En fin, la amarga estética del poder refinado.
El asiento del estudio no es tan cómodo, pero ellas son expertas en incomodar sin incomodarse. Así que se sientan y piensan en sillas doradas tipo trono.
Tienen apariencia impecable y su speech es igual. Eligen cuidadosamente su narrativa y la ensayan frente al espejo, aunque no lo ven directamente para que no se les refleje la verdad en el rostro.
Hablan de los zompopos que se comen sus plantas. ¡Nimiedades!, dirán las bordos, pero no, no lo son. Todo lo que dicen está tibiamente calculado, así que acompañan sus discursos con sonrisas suaves, pero miradas filosas. Tienen dardos en sus palabras.
La entrevista avanza, hasta que por una esquina del estudio se asoma una sororidad, y con la sabiduría que solo el dolor y la decepción pueden dar, exclama:
“¡El poder no nos iguala, nos revela!”.
Desde la nube, otra sororidad escucha, lee y se marea, apaga el videopódcast y murmura:
“Ni ellas nos representan, ni ellos nos defienden”.
Y comienza a teclear su propia historia, sin stilettos, pero con altura.
La entrevista de las lomas no ha terminado y esta historia, posiblemente, tampoco…