Terminé de leer un interesante libro en el que los ganadores del Nobel de Economía en 2013, Robert Shiller y George Akerlof ofrecen, con argumentos inteligentes y prístinos, su versión acerca del por qué la crisis financiera del 2008 afectó, no solo a los Estados Unidos, sino al mundo entero.
El título del libro de marras, que es a su vez el de esta columna, está inspirado en un ingenioso argumento que el gran economista John Maynard Keynes utiliza en su obra seminal “Teoría general del trabajo, el empleo y el dinero” -por cierto, un libro del que muchos hablan y pocos han leído-, para describir aquellos elementos del comportamiento humano que, alejados de la capacidad natural de raciocinio y apreciación objetiva de la realidad que exhiben las personas, en ocasiones les empuja hacia la irracionalidad.
Según los autores, la lógica del comportamiento humano está supeditada mayormente a la razón. Casi todas nuestras acciones son guiadas por el conocimiento y, sobre todo, por un legítimo afán de maximizar el bienestar. Pero hay espacios en los que los que los instintos dominan y hacen que la gente actúe sin pensar. Esos espíritus animales son los causantes, según los autores, de las grandes catástrofes sociales del mundo.
En otras palabras, hay una sesgo conductual en el accionar humano que va más allá de lo económico, si es que vamos asumir que la economía es la ciencia que estudia principalmente la búsqueda del bienestar material. La gente actúa irracionalmente y de vez en cuando valora aspectos distintos a lo económico para tomar sus decisiones.
Podríamos decir entonces que “Espíritus animales” es el precursor de la microeconomía moderna o la llamada “Economía del comportamiento”, materia de estudio obligatorio en las universidades más prestigiosas del mundo y que constituye el centro de atención en el análisis actual, no solo en universidades y centros de estudio, sino también por los asesores financieros, técnicos del gobierno y sobre todo los políticos.
Es en este último grupo de personas donde vale la pena anclarse para analizar algunas acciones distantes de lo que deberíamos considerar el “bien común” que tanto dicen perseguir. Hacer política, decía Togliati, es actuar para cambiar el mundo. La pregunta obligada a estas alturas es: ¿Habrá gente dispuesta a aplastar la felicidad de millones de personas con tal de lograr objetivos que en su mente parecen adecuados?
Traigamos el argumento de Shiller y Akerlof a la realidad actual de los hondureños, para poner un ejemplo de nuestra quemante realidad. El gobierno actual, dirigido por políticos viscerales, tomó durante el año que recién concluyó, algunas medidas que distan de la racionalidad y que pueden, eventualmente, empujar al país por el despeñadero.
Está clara la necesidad de dar un giro sobre la ruta que el país había tomado, sobre todo en los últimos ocho años. El uso descarado de los recursos públicos para enriquecer a la pandilla gobernante, el amarre autoritario mediante leyes abusivas y programas demagógicos, con el fin de atornillar al Partido Nacional en el poder por 50 años, según propias palabras de sus dirigentes, ¡en fin!, la deriva execrable, aunque altamente racional, del un grupo de politicastros, que pretendían hacer del país su hacienda particular.
Pero dejarse guiar por espíritus animales, es decir por el sentimiento antes que la razón, para revertir la suciedad heredada, puede ser tan dañino o aún más, para el futuro de esta sociedad que bien merece una mejor legado por parte de sus políticos.
Eliminar la Ley de empleo por hora sin una alternativa clara para atraer inversiones de mejor calidad, confrontar las ZEDE sin un argumento inteligente y capaz de lograr su absorción en los estamentos establecidos, financiar el fisco con crédito de la banca central, son solo algunos ejemplos de acciones tomadas de manera irracional que, dado el contexto, pueden tener consecuencias nefastas.
Es urgente que en este 2023 que asoma, las autoridades tomen lección y actúen por encima de sus “espíritus animales”. El sentimiento es y hay que canalizarlo de forma adecuada para construir ánimo. Pero los objetivos se alcanzan pensando y solo así se vence la miseria y se logra el bienestar.