
Hace más de seis décadas, cerca de la ciudad hebrea de Tel Aviv, tuvo lugar un juicio que pasó a la historia, no solo por lo mediático del tema y el carácter del acusado, un alemán llamado Eichmann, declarado culpable de masacrar miles de inocentes en la segunda guerra mundial, sino por la tesis que, como resultado de la cobertura de aquel hecho, escribiera en 1963, la famosa filósofa judío-germana Hanna Arendt.
Como resultado de sus reflexiones luego del histórico caso, Arendt acuñó una de sus frases más famosas: la “banalidad del mal”. Lo hizo para tratar de explicar la naturalidad y fervor con que el acusado defendía su comportamiento. Dijo que Eichmann no parecía un sicópata, sino un tipo normal, alguien que simplemente no tenía la capacidad de cuestionar una orden recibida. Solo existía para obedecer lo que su Führer le ordenara.
Por supuesto que la tesis de Arendt recibió muchas críticas. Decir que los seres humanos son capaces de hacer cosas monstruosas, no necesariamente porque sean malvadas, sino por simple convicción, o sea en cumplimiento del deber, en obediencia ciega a un mandato y la imperiosa necesidad de quedar bien con quien consideramos nuestro líder, mentor, dios o lo que adoremos, no justifica atrocidades, ni exime a nadie de culpas.
En la galardonada película “The reader” (El lector) de 2008, producida por Sydney Pollack, se nos ofrece una perspectiva similar sobre la misma temática: una mujer analfabeta que cometió crímenes de guerra, no solamente justificaba su actitud en el hecho de que solo cumplía órdenes, sino que además es presentada como una persona sensible a la ternura.
¿Podrá de verdad justificarse la maldad bajo el argumento de la falta de criterio? El tema ha sido objeto de largos debates a través de la historia. El burócrata, explica Arendt, solo conoce una culpa: contravenir las reglas, no cumplir con su deber. Sócrates, en cambio, nos enseña que la vida no es moralmente neutra, no puede serlo, siempre está sometida a examen. En otras palabras, nadie puede abstraerse de un juicio o criterio alegando fe u obediencia.
¡Cuánto daño han hecho a las sociedades y a la cultura, agentes oficiales o turbas fanatizadas que alegan solo seguir el mandato para el cual han sido designadas! Uno de los defectos mortales del estado como organización humana creada para dirimir nuestras naturales diferencias, es precisamente su vulnerabilidad ante las intenciones siniestras de oscuros personajes, dispuestos a utilizarlo para lograr aviesos objetivos.
Lo observado en las últimas semanas en Honduras es una prueba más de cómo los agentes, las redes sociales y, sobre todo, las instituciones, pueden ser instrumentalizadas para destruir la ya abigarrada sociedad en que tratamos de sobrevivir.
¿Será posible que un acontecimiento periódico, que debería ser casual y ya inveterado como una elección de autoridades, se esté llevando a cabo de manera tan accidentada debido a la prepotencia y ambición de unas pocas mentes que se piensan afortunadas de poder manipular a seres tan minúsculos, dispuestos a obedecerles por mendrugos?
Es posible responder a esa pregunta desde la perspectiva de Arendt. Uno de sus grandes aciertos fue entender que “entre la vida normal y el mal absoluto hay un solo paso.” Al fin y al cabo, asumir una actitud crítica frente a la vida no es un asunto sencillo si reparamos en la relatividad de los criterios, en especial los que apuntan a preservar la dignidad del ser humano.
En Honduras estamos viviendo sin duda una de esas situaciones en las que cientos de miles están dispuestos a perpetrar las peores atrocidades tan solo por mantener la vigencia del estamento que detenta el poder.
Algunos lo harán por simple obediencia a lo que consideran el mandato de su vida ¡Cómo no entenderlos!, otros porque les conviene mantener sus granjerías de cuatro años, también están aquellos dispuestos a pelear por retornar al poder para disfrutar lo que desde 2022 les es ajeno. Otros, quizás los menos, solo pretenden rescatar un poco de la racionalidad perdida. ¡Ojalá y sea esta racionalidad la que termine imponiendo por fin su imperio!