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El tamagás de coray

José S. Azcona

Siempre me intrigó una estatua en la primera unidad en que serví en las Fuerzas Armadas, el Primer Batallón de Ingenieros, del General Terencio Sierra. El libro “El Tamagás de Coray” del distinguido autor Marco Cáceres Medina, recoge la historia (de una forma bastante objetiva) de este personaje importante de la vida nacional, y presidente de la Republica entre 1899 y 1903. 

El estudio de la época nos define las postrimerías de un periodo sin hegemonía estadounidense directa, y antes de la transición del centro económico del centro-sur al norte del país (minería eclipsada por banano). La preponderancia de la mina hacía que el eje de actividad política y militar fuera hacia el sur.

Los frentes de las guerras civiles de 1894, 1903, y 1907 llevan de la frontera nicaragüense hasta Tegucigalpa (por vía principal del departamento de Choluteca y secundaria de El Paraíso).   Estos sangrientos conflictos, destructivos de vidas e infraestructura, se peleaban con soldados reclutados forzosamente sin beneficio o interés en el conflicto. La destrucción causada por estas cíclicas guerras civiles impedía la construcción de una sociedad más civilizada.

El General Sierra participó en la revolución de 1894, ayudando a Policarpo Bonilla a alcanzar el poder. En esta revolución participaron juntos los bandos que posteriormente se dividirían en Partido Liberal y Partido Nacional. 

El Doctor Bonilla cumplió con su promesa de no reelegirse ni imponer sucesor, por lo que la elección y traspaso de mando ocurrieron de forma ordenada. 

Sierra era una persona preparada y activa, iniciador de la construcción de las carreteras. Su principal enfoque y orgullo fue la construcción de la carretera del sur, a la cual se dedicó de manera obsesiva. Fue importante en la fundación de la masonería en Honduras, y se caracterizaba por un alto grado de curiosidad y dinamismo. Había viajado, estudiado y trabajado en varias partes del mundo, lo que le daba una visión mas amplia de la realidad sin lograr trascender las limitaciones culturales de su tiempo y lugar.

Habiendo un sistema en que el recurso a las armas siempre estaba cerca de la superficie, hacía que hubiese menos respeto por la alternabilidad y respeto a las formas constitucionales. Con un ego enorme, similar al de los demás caudillos de estos tiempos, era impulsivo y autoritario.  Aunque respetó escrupulosamente el principio de no reelección, intentó controlar la elección de su sucesor (como en 1894, 1919, y 1924).

Al no lograr esto, al igual que en 1954, contribuyó a romper el quórum legislativo e impedir el acceso de un presidente que no era de su predilección.

El General Sierra participó en la revolución de 1894 y en la invasión nicaragüense de 1907, la cual fue la ultima guerra abierta internacional entre Estados de la región (con la única excepción de la invasión salvadoreña de 1969).

Esto ocurrió justo antes de que el crecimiento explosivo de la explotación bananera transfiriera el centro de gravedad del país a la costa norte. Para la invasión de Manuel Bonilla (derrocado en la ultima invasión) en 1910, esta se llevó a cabo por la Costa Norte. Posterior a esa fecha, también se hace predominante el poder de Estados Unidos, haciendo obsoletas las invasiones entre países vecinos.

El estudio de esta parte de nuestra historia es triste. El lamento de Rómulo E. Durón en la letra de La Granadera; “ya entre ellos no habrá guerra o muerte” recoge una frustración por las inútiles y crueles guerras civiles.

Aun las personalidades más preparadas e inteligentes, como don Terencio Sierra, no lograban trascender la penumbra. Otras sociedades estaban construyendo las bases del futuro progreso sobre la paz y el orden, mientras la espada y el cañón reinaban aquí. Una lección que nos ayuda a entender el pasado, y tal vez, a mejorar el futuro.

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