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El Salvador, de la tregua al estallido

Tegucigalpa.- Hace año y medio, las planas noticiosas destacaban como El Salvador, llamado “El Pulgarcito” de América había logrado aplacar la violencia producto de la inseguridad, tras una negociación entre el gobierno del ex presidente Mauricio Funes, del FMLN, y los líderes de las maras o pandillas salvadoreñas orientada a una tregua, que más temprano que tarde le pasaría la correspondiente factura.
 

tregua-entre-pandillasLa famosa tregua salvadoreña con las pandillas, producto de una negociación que representó en cierta medida una aceptación del Estado que tenía ante sí un poder paralelo con quien debía compartir la gobernanza y gobernabilidad, fue vendida incluso por la Organización de Estados Americanos (OEA) como un proyecto exitoso que podía replicarse en otros países, entre ellos Honduras.
 
En síntesis, la tregua entre el gobierno de Funes y las pandillas o clicas salvadoreñas, como también se les conoce en ese país centroamericano, consistió en reducir el número de muertes violentas a cambio de beneficios penitenciarios para los pandilleros, entre otras cosas, reveló en su momento el diario digital El Faro, quien elaboró cerca de 75 trabajos periodísticos relacionados con la trama que rigió ese secreto celosamente guardado por el gobierno de Funes.
 
En efecto, en El Salvador los índices de homicidios cayeron a la mitad, pero como toda negociación hecha bajo la sombra, se rompió. El propio ex presidente Mauricio Funes reconoció que la tregua había fracasado por diversos factores: por decisión de quienes la pactaron y porque se creó—a su juicio—un régimen de opinión desfavorable a la misma, así como el florecimiento de pequeños carteles del crimen organizado.
 
Las prebendas para los líderes pandilleros se redujeron y estos respondieron desde las cárceles con violencia. En las calles salvadoreñas, los grupos pandilleros rivales que habían acordado respetarse la vida entre sí, comenzaron a atacarse, mientras la población era víctima de las extorsiones que aún hoy día mantienen a los pobladores entre la espada y la pared.
 
La nueva administración del presidente Salvador Sánchez Cerén ha sido contundente en señalar que no negociará con los criminales y ha fortalecido su lucha contra las maras o pandillas, así como perseguido a algunos carteles locales de droga en lo que han resultado implicados políticos, empresarios y diputados.
 
En el caso de las pandillas, en especial la Mara Salvatrucha (MS-13) ha sido declarada por Washington como una organización criminal que está en la lista negra donde ubica a las mayores bandas criminales de droga y a los narcotraficantes.
 
La respuesta de las pandillas
 
violencia-en-el-salvadorAnte la negativa del presidente Sánchez Cerén de “negociar” con los grupos pandilleros, hoy El Salvador tiene un repunte de la violencia inimaginable hace un año y medio: un promedio diario de 30 muertes en el último trimestre, según los informes de Medicina Legal de ese país.
 
El Salvador ha pasado así de la tregua al estallido y hay quienes advierten que de continuar esta tendencia alcista—que hoy por hoy— la violencia ubican como el país más violento de Centroamérica, el número de víctimas depodría superar al total de muertes registradas durante la guerra civil de los años ochenta y principios de los noventa, estimada en 70 mil personas.
 
El gobierno salvadoreño en un afán por contener estos índices, en donde las maras y la criminalidad organizada no han dado tregua atacando policías, militares, postas policiales y poblados enteros, ha creado también su propia policía militar y ha pedido reorientar recursos del presupuesto nacional para fortalecer las Secretarías de Defensa y Seguridad.
 
Sánchez Cerén enfrenta así la ola de inseguridad y violencia que agobia a los países del Triángulo Norte, que conforman El Salvador, Guatemala y Honduras, países a donde la delincuencia organizada intenta hacer nido en medio de los esfuerzos de sus Estados por contrarrestar la presencia de los llamados grupos paralelos de poder ligados al crimen organizado y el narcotráfico.
 
En los últimos tres meses, en El Salvador no hay medio que no registre un incidente violento y al igual que Honduras, las masacres pasan del número de cinco personas, con el agravante que en El Salvador, las pandillas desafían al Estado con un equipo armado tan o más poderoso que el que posee la autoridad.
 
La guerra que se vive en ese país ha llevado a las autoridades a suspender los permisos de fin de semana, las licencias y las vacaciones a los integrantes de la Policía Nacional Civil, mientras batallones militares se incorporan a las acciones de prevención, control y ataque.
 
La revolución del “lumpen”
 
Operacion-LupemLa crisis salvadoreña en seguridad ha llamado la atención internacional y la preocupación también de países como Estados Unidos, un aliado incondicional de San Salvador, que hoy teme que esa violencia de las pandillas y del crimen organizado termine de tambalear al país que en apariencia gozaba de mayor estabilidad que sus pares de Guatemala y Honduras.
 
La bola de nieve de una violencia estructural y también endógena ligada a la lucha que México y Colombia tienen contra sus carteles del narcotráfico, está golpeando severamente a estos tres países centroamericanos que en sus reclamos a Washington le piden mayor apoyo como parte de una corresponsabilidad en donde la región centroamericana pone los muertos y Estados Unidos el comercio de la droga.
 
Este problema que se vive sin precedentes, ya había sido advertido en junio de 2013 por el escritor  y analista político salvadoreño, el ex comandante guerrillero Joaquín Villalobos, como la confrontación entre los sicarios de la criminalidad organizada con el Estado.
 
“Las maras en Guatemala, Honduras y El Salvador son igualmente un potente engendro social que podría calificarse como una rebelión lumpen que puede obligar a la transformación positiva de esos Estados o destruirlos”, dijo Villalobos en un artículo publicado en el diario español El País.
 
Las maras son grupos de características tribales que surgieron de la fusión de la cultura estadounidense de pandillas con la cultura salvadoreña de violencia. El fenómeno creció a consecuencia de migraciones masivas que han destrozado el tejido social, acabando con familia, escuela y comunidad, pilares del control social y de la formación en los valores que permiten la convivencia, sostiene Villalobos.
 
Y como escribiera hace dos años, su visión profética sigue siendo tan válida al afirma que: “El principal obstáculo para solucionar la cuestión es el mito de Estado débil, pequeño y barato que dejaron los ajustes estructurales. Este problema no lo resolverá ni la mano invisible del mercado, ni la caridad internacional, ni la reconversión milagrosa de los pandilleros. Si no se fortalecen las capacidades policiales y sociales del Estado, podría triunfar la revolución de las maras y El Salvador acabar convertido en un Estado lumpen”.
 

Ese parece ser el desafío de El Salvador y de los países que conforman el Triángulo Norte de América Central.

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