Tegucigalpa (Especial Proceso Digital/por Alejandro García) – A sus 85 años, René Pauck habla del cine y de Honduras con el mismo brillo en los ojos. Llegó al país “casi sin nada”, según dice, una mañana de enero de 1973… y ya nunca se fue. Cincuenta y dos años después, este cineasta francés, nacido en la ciudad de Nancy, lucha por una misión que considera su legado final: que Honduras tenga memoria, una memoria audiovisual que no se pierda en el polvo del olvido.
Su trinchera es la Cinemateca “Enrique Ponce Garay”, ubicada en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), un espacio al que le ha dedicado más de una década y donde sueña que reposen para siempre las imágenes de un país que aprendió a querer como suyo.
Un niño que descubrió el cine antes de descubrir el mundo

René Pauck nació el 1 de octubre de 1940 en Nancy, noreste de Francia, pero su historia comenzó a moldearse en Burdeos, a donde se mudó siendo apenas un niño junto a su madre y su hermana. Allí, entre los olores de la peluquería donde trabajaba su madre y las calles húmedas del suroeste francés, descubrió su primer amor: el cine.
Tenía 10 años cuando empezó a ayudar a un hombre que filmaba con una cámara de ocho milímetros. Esa experiencia marcó su destino. También creció en un país donde el cine es cultura, orgullo, y sobre todo memoria: Francia conserva sus obras fílmicas con un celo que Pauck adoptó para toda su vida.
Terminó sus estudios, trabajó un año en la peluquería familiar y luego cumplió con el servicio militar obligatorio. Lo enviaron a Argelia durante 27 meses, entre 1960 y 1961. Pese a ser alguien antimilitarista, encontró allí una revelación: filmó sus primeras imágenes y aprendió claves morse, criptología y una manera distinta de entender el mundo. “El primer día que llegué a Argel quedé fascinado; supe que era el inicio de mi búsqueda de nuevos horizontes”, recuerda.
El salto a Canadá y el incendio que cambió su destino

En 1963 se casó por primera vez y, dos años después, emigró a Canadá. En Quebec encontró trabajo en una peluquería, un oficio que desempeñó por ocho años mientras filmaba sus primeros documentales en formato Súper 8. Pero un incendio provocado por un cortocircuito redujo a cenizas el negocio del que era propietario. Y con él, la vida que conocía.
Ese obstáculo abrió otra puerta: en otra peluquería conoció a una mujer que le habló de su hijo, un aficionado del cine… en Honduras. Esa coincidencia, sumada a la separación de su primera esposa, lo empujó a tomar una decisión radical: dedicarse de lleno al cine y aceptar una invitación para viajar a un país que ni siquiera imaginaba que terminaría llamando hogar.
Honduras: el país que lo adoptó sin saberlo


En enero de 1973, con 33 años y un pequeño grupo de ciudadanos de Quebec, René viajó a Honduras para trabajar con la Pastoral Social Cáritas. Traía cámaras de video, una de 16 milímetros, y la intuición de estar comenzando otra vida.
Apenas un año después, el huracán Fifí arrasó el norte de Honduras y afectó al resto del país. Pauck recorrió Honduras de punta a punta filmando el trabajo humanitario y las historias de dolor y resiliencia que dejó la tragedia. Fueron esos viajes, esas montañas, esos rostros y acentos, los que empezaron a moldear su vínculo profundo con esta tierra.
En una de esas visitas, en San Marcos de Colón, conoció a Olga Mendoza, la mujer que —sin que él lo supiera— terminaría de anclarlo definitivamente a Honduras. Se reencontraron meses después en una escuela capitalina mientras Pauck filmaba un cortometraje. Se agradaron, se buscaron y ya no se soltaron. Se casaron en 1975 y tuvieron dos hijos: Camilo Ernesto y Ana Lucía. Ella le puso una condición: criarían a los hijos en Honduras y viajarían a Francia solo en visitas. Él aceptó sin titubear. “El hombre cuando busca pareja elige a la mujer que quiere que lo gobierne”, dice entre risas suaves.


Y así, sin grandes discursos, Pauck eligió quedarse para siempre.
El cine de un francés enamorado de Honduras
Tras decidir que Honduras sería su hogar, Pauck fue nombrado director del Departamento de Cine en el Ministerio de Cultura, Turismo e Información durante la administración del general Oswaldo López Arellano. Fueron dos años de viajes, descubrimientos, paisajes y un creciente interés por los pueblos originarios.
Luego buscó financiamiento en Irlanda para filmar Maíz, Copal y Candela, uno de los documentales más importantes en la historia del cine hondureño, centrado en la cultura lenca.


Los años 80 fueron duros para Centroamérica, pero también fueron su escuela. Trabajó para prensa internacional en Honduras, El Salvador y Nicaragua en tiempos de conflictos armados. “Ahí me gradué como cineasta”, dice sin dudar.
En los 90, se convirtió en documentalista freelance para gobiernos, organizaciones y cooperantes internacionales. Aun así, considera que su mejor obra es Hasta que el Teatro nos hizo ver, una pieza que retrata procesos comunitarios de creación teatral, especialmente en Guadalupe. “Es una historia bien contada”, resume.
Cinemateca “Enrique Ponce Garay”: su obra cumbre
La mayor preocupación de Pauck, sin embargo, siempre fue la misma: ¿qué pasará con la historia del cine hondureño cuando sus autores ya no estén? Esa pregunta se la hicieron también Fosi Bendeck y Sami Kafati, gigantes del cine nacional y amigos cercanos.
Inspirado en el modelo francés de conservación fílmica, Pauck impulsó por años la idea de una cinemateca. No logró concretarse hasta 2014, cuando la entonces rectora de la UNAH, Julieta Castellanos, dio luz verde al proyecto. Desde entonces han pasado 11 años de rescate, restauración, reparación y digitalización de material audiovisual hondureño.


“Tuve 40 años de producción, y ahora 11 de recuperar la memoria fílmica del país”, expresa con orgullo sereno.
La Cinemateca no es solo un archivo, insiste Pauck: es un lugar donde se guarda lo que debe conocerse, lo que no puede perderse, lo que nos explica como nación. Su misión, dice, es preservar el pasado reciente y el presente, para que las generaciones futuras puedan ver cómo hablaban, cómo vestían, qué soñaban y qué temían los hondureños de otras épocas.
Confiesa que no sabe si la Cinemateca sobrevivirá cuando él ya no esté, pero su deseo es claro: que continúe viva. Que Honduras no se quede sin memoria. Que el país que lo adoptó tenga imágenes para reconocerse.
René Pauck: el francés que Honduras convirtió en hondureño
Así es la vida de René Pauck: un hombre nacido en Francia que encontró en Honduras no solo un trabajo, sino un hogar, un amor, una misión y un legado. Un cineasta que llegó por casualidad y que hoy es —aunque su acento no lo oculte— hondureño por elección, por afecto y por convicción.


Un guardián de imágenes, un rescatista de historias, un francés que nos enseña que el cine no solo entretiene: también preserva lo que fuimos… y lo que no debemos olvidar. (AG)









