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El drama de una periodista y su esposo fotógrafo en su viaje por la temible ruta migratoria

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Tegucigalpa (Especial Proceso Digital / Joel Perdomo) – “Salir de Honduras fue la decisión más complicada que tuve que tomar en mi vida, jamás me imaginé vivir en otro país que no fuera el mío, un día platicando con mi esposo lo decidimos. Eso implicó tener que renunciar a todo lo que habíamos construido juntos, salimos al siguiente día con muchos temores, entre ellos fracasar”, dijo Maryurí Gutiérrez, en una amplia conversación donde relató las peripecias que tuvo que pasar para entrar de manera irregular a Estados Unidos.

–          Maryurí es una periodista migrante que, tras su experiencia, no recomienda a nadie hacer un viaje irregular y exponerse a los peligros que pueden costar la vida en la tenebrosa ruta migratoria.

–          La periodista y su esposo fotógrafo y su familia ahora tienen un futuro incierto, pero, ella conserva la esperanza de obtener un estatus regular para hacer sus vida en los Estados Unidos junto a su familia.

La periodista Maryurí Gutiérrez.

Maryurí, es una licenciada en periodismo nacida en Tegucigalpa en 1988, es egresada de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), el centro de educación superior más importantes del país, además madre de una niña de siete años y un varón de tres años. Después de 11 años ligada a los medios de comunicación, decidió dar un paso al costado de su profesión y su decisión fue la menos esperada de todas, ya que nunca se imaginó su vida alejada del periodismo.

Su esposo, Marino, también unido por más de 12 años a los medios de comunicación como fotógrafo, fue pieza clave para dejar todo en Honduras y lanzarse en busca del sueño americano, bajo la promesa de múltiples garantías a cambio de una exorbitante cantidad de dinero, sin embargo, no todo salió como se esperaba, el viaje resultó ser de alto riesgo. “Tanto que todos los que viajaban, querían regresar sin importar que estaban a punto de lograr el objetivo, gracias a Dios hemos vivido para contarlo”, narró.

El fenómeno de la migración

“Cuando le consulté a Marino ¿Qué hacemos, nos vamos? Él fue determinante en contestar: ustedes son mi familia y con ustedes quiero estar. Fue algo rápido, una vez que hablamos eso, nos fuimos al siguiente día para San Pedro Sula, Cortés, ahí nos esperaban las personas (coyotes) para sacarnos de Honduras, en ese momento pensamos que el viaje era solo para nosotros, pero no, había más 170 personas viajando con el mismo objetivo de llegar a los Estados Unidos”.

 “Para mí todo esto es nuevo, nunca fui una persona que actuaba al margen de lo que es legal, a veces es complicado entender cómo la vida puede cambiarte tan rápido, tampoco me imaginaba lo peligroso que sería el camino para mis hijos, en el viaje tomamos posturas, como la de no separarnos nunca, yo le dije a mi esposo, pase lo que pase, no nos tenemos que separar y así fue, no nos separamos, estuvimos juntos hasta poder llegar al destino indicado”, relató a Proceso Digital.

Ella es parte de los más de 600 hondureños que salen al camino para intentar llegar de manera irregular a Norteamérica, su salida del país no fue por falta de oportunidades, pero sí para buscar una mejor para ella y su familia, su situación actual no es la que esperaba y el largo camino marcó su vida para siempre, pero reconoce que su situación económica le obligó a emigrar, ya que el salario no le ajustaba, pese a considerar que no ganaba nada mal, pero en realidad sentía que estaba estancada en Honduras.

El acoso de la ruta inicial del viaje

Su dramático viaje hacia Estados Unidos comenzó el 14 de julio, un mes después llegó junto a su familia a California, pero sus peripecias comenzaron la madrugada del 15 de agosto cuando cruzó por un punto ciego,  la frontera con Guatemala,  recuerda que era una zona montañosa, apenas logró identificar que estaba en el occidental departamento de Copán, para salir del país en camionetas más de tres horas, el viaje es muy organizado, “por momentos uno desconfía mucho, pero al final todos terminamos haciéndonos compañía”, relata.  

Previo a tomar otro auto, esperaron en una casa abandonada, “pero ya en Guatemala, ahí no hay nada que hacer, solo esperar, ellos, pasan a ser como los dueños de uno. Fueron tres horas en montañas, los caminos son intransitables y hasta dan miedo porque sientes que viajas hacia la nada, luego unos buses grandes nos esperaban para viajar un par de horas más, llegamos a un hospedaje donde nos quedamos todos, la estadía ahí fue complicada porque meten muchas personas en un solo cuarto y es incómodo la verdad”.

Esta es la tercera estación de viaje y la desesperación e incertidumbre, empiezan a apoderarse de los que viajan, las cosas parecen salirse de control, la precariedad, el maltrato, el encierro, entre otras exposiciones se vuelven cotidianas, “creímos que solo estaríamos un día en ese lugar, pero no, pasaron 10 días para poder salir, las condiciones son inhumanas, la comida es horrible, el frío, la situación sanitaria deja mucho que desear, la verdad que la zona es inhabitable”.

Una estadía inhumana en México

El grupo estaba compuesto por niños, jóvenes, adultos y familias enteras, las 170 que salimos de San Pedro Sula, ya comenzamos a sufrir las consecuencias de un viaje que resulta ser quizá el riesgo inocente, porque al final, cuando lo negocias te lo venden como una maravilla, pero en realidad que estando ahí todo mundo se arrepiente, porque por momentos no sabes si vas  salir bien librado de las situaciones que se van dando en el camino, Guatemala lo cruzamos en buses y en camionetas.

Continúa el relato y dice que “ya para cruzar la frontera entre Guatemala y México,  nos llevaron a un río, ahí cruzamos divididos en varios grupos y en lanchas, se tiene que estar atento para no perder de vista la familia, nos llevan a un palenque para esperar mientras los demás cruzan, el viaje nadie lo interrumpe, las autoridades no se están dando cuenta de lo que está pasando o quizá sí, pero en realidad nadie le saca prisa a nadie, ellos (coyotes) tienen todo el tiempo del mundo, pero esa tranquilidad terminó a medida iban pasando las horas y los días”.

Hasta ahí, “las condiciones son inhumanas, eso hace pensar muchas cosas, entrando a México, los migrantes son conducidos a unas grandes bodegas de ese pueblo, desconozco los nombres, siempre viajamos de noche y nadie te explica nada, pues ahí estuvimos 15 días en un albergue, no podíamos avanzar más, porque en la siguiente estación, las famosas bodegas estaban abarrotadas con otro grupo de personas, tenían que irse ellas para poder llegar nosotros”.

La espera en la frontera y el cruce del Río Bravo

El drama de esta familia no concluye allí, y la periodista emigrante dice que “ salimos de ahí en taxis, ellos ya los tienen listos, también usamos microbuses, hasta llegar a Villa Hermosa, supimos que estamos ahí porque escuchamos que ese era el nombre del lugar, se podría creer que en las bodegas lo menos que hay son personas, las hacen así para despistar, pero adentro no hay nada, solo piso de cemento y tienen aire acondicionado, las puertas están cerradas, nadie entra y nadie sale, es decir que en un espacio de cinco  por siete metros nos quedamos al menos unas 100 personas”.

Detalla que las redes de traficantes funcionan con pericia y en ese sentido cuenta que  “casi una semana estuvimos en esas condiciones, hasta que en carros particulares no sacaron de ahí, en un auto donde cabían unas siete personas metían 15; así fue cruzamos por toda la costa de México, nos tocó dormir en el carro creo que, por una semana, hasta la noción del tiempo se pierde ahí, los conductores se drogaban para poder soportar el largo viaje frente al timón, tienen su propio sistema de comunicación y se comunican todo lo que va ocurriendo en los vehículos”.

Las redes de “coyotes” o “polleros”, como se conocen a los traficantes, cuidan su identidad, – “ellos nunca mencionaron sus nombres, se dicen los apodos, todo eso ocurre hasta llegar a Reinosa, el pueblo fronterizo entre México y Estados Unidos, hasta ahí lo que has vivido solo te trae a la mente regresarte, sin mediar muchas palabras nos llevaron a unas bodegas, muy cercanas al Río Bravo, después de unos días, cuando ya casi se hacía de noche, nos sacaron y nos llevaron al río en cuestión de minutos nos cruzaron y nos dijeron , bienvenidos a EEUU, – nosotros que íbamos en familia nos entregamos a migración debajo de un puente”.

Comienzos complicados en el periodismo

“Yo tenía un buen trabajo” comenta Maryurí – , “podría decir que un sueldo aceptable, eso sí, trabajaba más de lo normal, el periodismo tiene ese punto, que te consume el tiempo y ni cuenta te das, quiero decir que no es la exigencia, ni la presión que se vive día a día que me hizo abandonar mi labor, el periodismo para mi sigue siendo la mejor carrera del mundo, pero cuando nacieron mis hijos, la vida me cambió, tuve que tomar una decisión porque no podía disfrutarlos, no estaba cuidando de ellos, mi deber como madre estaba en el olvido”.

Agrega “ por ejemplo recuerdo que acepté trabajar por ocho mil lempiras,  ya una vez que me adapté a mi nuevo trabajo, comencé a interactuar, a presentar mis ideas, las propuse a don Eduardo (Maldonado), le expliqué cómo consideraba yo que debía hacerse y él aceptó, me felicitó por la propuesta y hasta me dijo que me aumentaría el salario y así lo hizo, desde las cosas iban bien para mí, pero yo sé que él no tuvo ni la más mínima idea que mi salario empezó tan corto”.

Dijo sentirse agradecida con su exjefe Eduardo Maldonado, Pablo Gerardo Matamoros (QDDG), Ariela Cáceres y Mariel Arteaga, entre otros, – “son excelentes profesionales y buenas personas, hay más personas con las que convivió detrás de mis labores de titulación con las que logramos, no solo hacer un buen equipo, sino una familia, pasaba más de 10 horas al día con ellos, me hubiera gustado quedarme, pero en realidad tengo hijos y no quiero que vivan todo lo que viví”.

A espera de una resolución para pagar deudas

Su relato desmenuzó vivencias de su vida laboral “Después Pablo Matamoros , depositó mucha confianza en mi trabajo, siempre creí que además de un buen periodista fue una buena persona, actuaba con justicia y cuando te corregía lo hacía sin perder la paz, pocas personas como él hay en este mundo, gracias él mi salario pudo nivelarse y fue además el responsable de que me quedara, logramos ser un equipo y los resultados se estaban dando, muchas veces fuimos el primer medio en dar las noticias, esa práctica se volvió una costumbre y desde entonces la exigencia fue intensa”.

Sin embargo, decidió dejar la profesión en un momento en el que sentía que más progreso y desarrollo había alcanzado porque resolvió dedicar mayor espacio a sus hijos.

Ahora, desde Los Ángeles, California, donde tienen al menos un año de residir, Maryurí y su familia, esperan que su situación pueda solucionarse en migración, para poder obtener un permiso laboral y comenzar una nueva vida lejos de casa, pero con la oportunidad de cumplir el objetivo, de momento no pueden trabajar mientras la Corte de ese país no tenga una resolución de su caso familiar, ellos permanecen en casa de una de sus tías, quien además les ayuda con la alimentación y educación de su hija.

Era el periodismo o mi familia

“No tenemos un salario, a veces es desesperante, nosotros estamos acostumbrados a ser independientes, sin embargo, reconozco que por ahora tenemos que estar así, debemos adaptarnos y esperar el momento justo en que todo pueda solucionarse, gracias a Dios, que tenemos donde estar y sobre de todo seguir juntos, pese a que el camino podría habernos separado de por vida”.

“Ya tengo varios meses de estar aquí y aún me hace falta mi familia, extraño los amigos, por supuesto hacer periodismo, las redes sociales y la web; no sé si será una condena seguir mi vida lejos de los medios de comunicación, pero ahora debo ocuparme de mi familia y aunque duela decirlo, amo esta carrera, pero ninguna profesión está por encima de la familia, de la convivencia que se puede tener, hasta cierto punto me siento tranquila conmigo misma, porque estoy haciendo lo que en realidad es prioritario para mí” reflexionó buscado auto justificarse.

Recuerda que en sus inicios trabajó primero para Hondudiario, luego en El Heraldo, una fase que le enseñó mucho, pero la que concluyó pronto para hacer periodismo en HCH.

Por ahora, los días para Maryurí en EEUU, transcurren nostálgicos por estar lejos de su familia, pero con la mirada puesta en nuevas oportunidades, su decisión está tomada y espera no sea una condena, sino el paso a una mejor vida, lejos de las injusticias y las precariedades, de manera que sus hijos tengan una buena educación y espera que Dios le de salud para brindarsela, porque ellos la merecen, dice que ama el periodismo, pero también su familia y dice que “ojalá nadie tuviera que salir de su país, como ella le toco, espero que un día Honduras sea el país que todos soñamos”, cerró. JP  

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