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El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte

Roldán Duarte Maradiaga

Tegucigalpa. – Una de las críticas frecuentes que se acostumbra a endilgar a la gente de izquierda, especialmente a los que en Honduras se dicen “socialistas”, consiste en que muy pocos de ellos han leído a Karl Marx, y mucho menos lo han entendido ni tratado de aplicar a la realidad del país.

Para tratar de mitigar esa “falta de pupitre” como suele decir el periodista Juan Ramón Martínez, a continuación se presenta un resumen de “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, mediante el cual Karl Marx realiza un análisis histórico-político que cataloga el golpe de Estado de Luis Bonaparte como una “mísera farsa”en comparación con la gran tragedia del golpe de Napoleón Bonaparte en 1799.

Karl Marx escribe El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (publicado 1852) como un análisis histórico-materialista del golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte (2 de diciembre de 1851) y de las condiciones sociales y políticas que lo hicieron posible. El título remite irónicamente al 18 de brumario del año VIII del calendario revolucionario (el golpe de Napoleón Bonaparte en 1799), para subrayar la repetición deformada de la historia: “la historia se repite, la primera vez como tragedia, la segunda como farsa.” Con esa sentencia arranca la crítica central: la copia grotesca que Luis Bonaparte hace del héroe de 1799 muestra una situación social y política muy distinta, y la repetición sólo es posible porque las fuerzas sociales han cambiado.

Marx sitúa los hechos en el contexto de la Revolución de 1848 y sus secuelas. Tras el derrumbe de los movimientos revolucionarios europeos, en Francia apareció una compleja fragmentación social: una burguesía que había obtenido ventajas pero evitó asumir la dirección política decisiva; una clase obrera emergente políticamente activa pero dividida y empobrecida; una pequeña propiedad rural extendida y conservadora; una aristocracia decadente; y una burocracia y aparato militar cada vez más autónomos. Luis Bonaparte capitaliza esa fragmentación y la indiferencia o la debilidad de las fuerzas liberales para imponer una solución autoritaria.

Un punto clave en el análisis de Marx es la explicación de por qué la pequeña burguesía rural y ciertos grupos populares apoyaron a Luis Bonaparte. La reforma agraria y la revolución política de las décadas previas habían fragmentado a la población rural en numerosos pequeños propietarios, que actuaban como una clase conservadora y desconfiada de la burguesía urbana y del proletariado. Estos pequeños propietarios, preocupados por la seguridad de su propiedad y su status, buscaban un orden que protegiera sus intereses; las promesas de orden, religión y propiedad que ofrecía Luis Bonaparte les resultaron atractivas. Además, la Iglesia y el clero, afectados por la pérdida de privilegios, se aliaron con la restauración de la autoridad.

Marx examina la posición de la burguesía: aunque era la clase históricamente llamada a dirigir y consolidar la sociedad burguesa, en Francia la burguesía prefería la seguridad de sus ganancias económicas y huyó de tomar las medidas políticas decisivas. Incapaz de una alianza sólida con el proletariado o de imponer un gobierno liberal fuerte, la burguesía dejó un vacío que Bonaparte supo explotar. La clase obrera, por su parte, no había logrado construir una fuerza unificada nacional; sus luchas fueron dispersas, sus organizaciones insuficientes y, en muchos casos, derrotadas o aisladas. Esa incapacidad de las fuerzas revolucionarias para coordinarse facilitó la victoria del golpe.

Marx introduce una explicación sociológica de la figura de Luis Bonaparte: es un producto social de las contradicciones de la sociedad francesa, pero su ascenso no deriva de su genio personal sino de la oportunidad histórica y de su habilidad para mediar entre clases enemigas. Bonaparte no representa a una sola clase; se hace de un aparato estatal relativamente autónomo (ejército, burocracia, policía) y lo emplea como instrumento para sostener su poder. Aquí Marx articula su noción de “bonapartismo”: un régimen en el que el Estado aparece como poder independiente que se coloca por encima de las clases y que busca neutralizar la lucha entre ellas mediante la fuerza personal y la manipulación política. El Estado bonapartista se transforma en árbitro y tirano, mostrando un carácter interclasista y pretencioso de imparcialidad que oculta su función represiva.

La técnica política de Luis Bonaparte, según Marx, combinó la demagogia con el uso modernizado de la maquinaria del Estado: plebiscitos para legitimar decisiones, culto a la personalidad, manipulación de símbolos nacionales y promoción de la imagen de un salvador popular. Su fórmula incluyó la apelación al “pueblo” como conjunto indefinido, la movilización de clientelas locales, el uso estratégico de la prensa y la propaganda, y el empleo instrumental de los militares y la burocracia. De ese modo logró neutralizar adversarios: dividió la oposición republicana, desmoralizó a la izquierda y cooptó a sectores de la pequeña burguesía y de las clases medias rurales.

Marx describe también las contradicciones internas del régimen: la dependencia del ejército y de la burocracia, la necesidad de sostener apoyo entre capas conservadoras sin provocar rebeliones masivas, y la fragilidad intrínseca de cualquier régimen que pretenda gobernar saltándose las leyes y la representación. Bonaparte necesitaba tanto la apariencia de legitimidad (plebiscitos, elecciones) como la fuerza bruta; esa ambivalencia le dio poder pero asimismo lo ató a una situación inestable. Marx subraya que la política de Bonaparte no resolvía las contradicciones económicas de Francia, sino que sólo las ocultaba temporalmente bajo una apariencia autoritaria.

Un elemento importante del ensayo es la crítica de Marx a las nociones idealistas de la historia. Él insiste en que los individuos hacen la historia en condiciones dadas —y estas condiciones son materiales y sociales—; así, la repetición de una forma política no significa repetición de contenido ni de fuerzas. Marx hace una lectura crítica de la historia contemporánea, desmitificando la grandeza épica de los “hombres providenciales” y situándolos en el seno de las relaciones de clase. Así reduce la figura de Luis Bonaparte a un epifenómeno de luchas sociales no resueltas.

En el plano metodológico, el texto es un ejemplo de análisis marxista aplicado a un acontecimiento concreto: Marx combina la narración histórica con el análisis de clases, instituciones y relaciones de poder; examina la economía política subyacente —propiedad de la tierra, intereses de las clases— y la superestructura política que surge para proteger esos intereses. Asimismo, el autor presta atención a la ideología: cómo símbolos, mitos y lenguaje político pueden producir consentimiento o engañar a amplias masas sociales.

Al concluir, Marx predice que el bonapartismo no podrá sostenerse indefinidamente, porque no elimina las causas materiales de las contradicciones sociales; sólo las contiene temporalmente con represión y maniobras políticas. Su diagnóstico es funcionalmente una advertencia: mientras las fuerzas sociales que luchan por transformaciones reales no se organicen y no ocupen políticamente el espacio que la burguesía rehúsa, el país seguirá vulnerable a soluciones autoritarias. El dieciocho Brumario no es sólo una crónica del golpe de 1851: es una lección sobre cómo las clases interactúan en momentos de crisis, sobre la función del Estado como árbitro y sobre los límites del liderazgo individual frente a estructuras sociales.

La obra se convirtió en un texto fundacional para comprender no sólo ese episodio francés, sino la categoría teórica del “bonapartismo” y la dinámica por la que los regímenes autoritarios pueden emerger en sociedades en transición. Además, sigue siendo hoy referencia obligada para analizar cómo líderes populistas y aparatos estatales pueden explotar el desorden social para consolidar poder personal mientras prometen orden y protección de intereses particulares.

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