Miami, (EEUU) – El acto más vergonzoso y repudiable de los sandinistas ocurrió en Managua, el 4 de marzo de 1983, cuando sus turbas acallaron y profanaron la voz del Papa Juan Pablo en el sublime momento de la consagración, en una misa al aire libre.
Yo estaba en esa misa, como enviado especial de la agencia española de noticias EFE para cubrir la visita del Papa polaco a Nicaragua y a otros países centroamericanos.
Cuando el Papa, en su sermón, explicó la imposibilidad de una “iglesia popular impuesta a los legítimos pastores de la Iglesia Católica”, las turbas empezaron a gritar para acallar la voz del Papa.
A un periodista nicaragüense que estaba a mi lado, le pregunté cómo era posible que se escuchara tan bien las protestas de esas turbas y, en cierto momento se acallaba la voz del Papa.
Un simple gesto de él me indicó que viera hacia la izquierda, en una caseta semi escondida, donde estaba instalada una mesa de control alternativa de sonido de la plaza y donde, aparentemente, se manipulaban las señales de audio.
Días antes, portavoces de la Iglesia Católica de Nicaragua se habían extrañado de que el gobierno sandinista estuviera montando un segundo sistema de sonido, además del principal destinado a ampliar la voz del Papa antes y durante la misa.
Pero el momento álgido llegó cuando el Papa Juan Pablo II levantó el cáliz en el momento de la consagración.
Decenas de madres nicaragüenses, que habían ocupado desde muy temprano los puestos de primera fila, empezaron a gritar, de una forma incesante “Queremos la paz, queremos la paz”, que se escuchaba nítidamente gracias a las manipulaciones de la mesa de control de sonido.
Estas eran las madres de 19 jóvenes sandinistas muertos en enfrentamientos contra los llamados “contras” nicaragüenses que habían tomado las armas, con ayuda clandestina de Estados Unidos, para derrocar al régimen sandinista.
De nada valieron los gritos de “Silencio”, que inútilmente hacia el Papa, sorprendido por este desafío a su autoridad moral.
Juan Pablo no pudo seguir la misa y esta se acabó lo más pronto posible.
Pero faltaba lo peor, cuando el jefe de protocolo sandinista corrió hacia la mesa de control de sonido para ordenar que se tocara el himno sandinista para acompañar la retirada del Papa.
Yo también salí corriendo para regresar a la oficina de ACAN-EFE en Managua y poder completar lo que ya mi colega nicaragüense, el prestigioso periodista Filadelfo Martínez, había adelantado al ver la misa por televisión en directo.
A mí me tocó dar los detalles de ese vergonzoso día y tratar que mi indignación no se trasluciera en mis crónicas periodísticas.
En 1998, cubrí, con otros periodistas y fotógrafos de EFE, la visita de este mismo Papa a Cuba y el gobierno comunista de Fidel Castro en ningún momento hizo un mal gesto o repudio.
Al contrario, como pude comprobar en las misas al aire libre de la Plaza de la Revolución de La Habana y en la Plaza Antonio Maceo en Santiago de Cuba, todo fue de una cortesía exquisita, sin repetir los errores sandinistas de 1983.
En Managua, ya se vislumbraban problemas cuando uno llegaba al aeropuerto internacional Cesar Augusto Sandino y se miraba desde la escalerilla del avión un gigantesco letrero, el mismo que habrá visto el Papa al día siguiente:
“Bienvenido a la Nicaragua libre gracias a Dios y a la revolución “, decía la pancarta.
Y cuando dio la misa el Papa al aire libre, una gigantesca pancarta con el rostro de Sandino y otros líderes de la revolución, estaba detrás de Juan Pablo II. El gobierno sandinista se negó rotundamente a quitarla, pese a las reiteradas peticiones del Nuncio Apostólico, el arzobispo Andrea Cordero di Montezemolo.
Estaba presente en el aeropuerto a la llegada del Papa a Managua y pude presenciar uno de los momentos cumbres de la visita.
Se produjo cuando el Papa amonestó públicamente al cura Ernesto Cardenal, entonces Ministro de Cultura del gobierno sandinista.
Cuando saludaba a los ministros del gobierno del líder Daniel Ortega, el Papa se detuvo ante Cardenal. Este se quitó la boina y dobló la rodilla derecha para besarle el anillo.
El Papa no permitió que le besara el anillo y blandiendo el dedo amenazador le dijo dos veces:
“Usted debe regularizar su situación”, en referencia a que la Iglesia no aprobaba que los sacerdotes fueron funcionarios de un gobierno.
Esa foto dio la vuelta al mundo.
El Papa se hubiera llevado un mayor disgusto y sofocón si lo hubiera recibido en el aeropuerto el Ministro de Relaciones Exteriores, el sacerdote Miguel DÉscoto, que estaba -que coincidencia- en Nueva Delhi en una reunión de los Países No Alineados.
En su segunda visita a Nicaragua, el 7 de febrero de 1996, ese mismo Papa dijo que el país «goza ahora de una auténtica libertad religiosa», tras recordar «aquella noche oscura» de su primera visita en marzo de 1983.
En ese entonces, la presidenta era Violeta Barrios de Chamorro y los sandinistas estaban en la oposición.