spot_img

El biólogo argentino que giró el destino de un águila en peligro de extinción

Por:

Compartir esta noticia:

Buenos Aires – El rumbo de la vida de José Sarasola, que nunca había avistado un águila del Chaco, cambió cuando vio un ejemplar por primera vez: estaba muerto y colgaba de una verja. Desde entonces han pasado 19 años, lo que ha tardado en ganar uno de los premios de conservación más importantes del mundo.

Sus estudios sobre este águila, una especie en serio peligro de extinción de la que quedan cerca de 1.000 ejemplares y que también se conoce como águila coronada, le han valido el prestigioso premio Whitley, pero su mayor «gratificación» es haber conseguido crear conciencia en la zona donde se encuentra el ave, reconoce el biólogo en una entrevista con Efe.

«Ha sido muy gratificante porque cuando empezamos a trabajar con el águila no había conocimiento sobre ella prácticamente», dice Sarasola, dos meses después de regresar de Londres con 40.000 libras (49.640 dólares) bajo el brazo y el premio que le entregó la princesa Ana del Reino Unido en la Real Sociedad Geográfica de Londres.

Allí, en el histórico club al que pertenecieron Charles Darwin, David Livingstone y Edmund Hillary, Sarasola culminó dos décadas de trabajo de una vida ligada al águila, de ir de casa en casa de los gauchos (campesinos) locales para explicarles por qué hay que preservar ese animal en concreto.

El águila muerta que se encontró -y que sin saberlo iba a marcar su futuro- la había puesto un ganadero en una alambrada de la provincia de La Pampa (centro) para advertir a las demás aves de que ese sería el futuro que correría si hacía como sus compañeras y atacaba al ganado.

El problema residía en que la creencia de ese ganadero y de muchos otros era falsa: el águila del Chaco, de pelaje gris y cresta prominente que le valen el apellido de «coronada», caza alrededor de 600 presas pero todas son silvestres, ninguna es ganado.

Los habitantes lo creían así porque había tal desconocimiento del ave que estaba sin estudiar desde hacía 25 años y, ante la nula actuación de la ciencia, la transmisión oral ancestral de principios de siglo las señalaba como amenaza.

Sucedía que, en aquellos tiempos, el ganado era lanar en vez de vacuno, «y probablemente en un momento de la historia las águilas hayan cazado ovejas recién nacidas».

«Hoy en día, gran parte de la provincia y los locales no solamente la reconocen sino que ven cómo es de serio el problema de la conservación y la preservan», dice Sarasola, natural de Santa Rosa, capital de La Pampa, una de las regiones del centro y norte argentino donde se encuentra la especie, que habita además en zonas de Brasil, Bolivia y Paraguay.

La labor diaria de concienciación de este biólogo argentino consiguió primero que los ganaderos dejaran de matar a disparos al águila del Chaco y no registran águilas baleadas desde 2013.

Y en la plaza principal de Santa Rosa hay una escultura de un águila coronada y la mascota de unos juegos deportivos que se celebrarán en la zona es el águila coronada e incluso Sarasola llegó a saber de un club de ‘boy scouts’ que se llama águila coronada.

Es en esos paseos por su ciudad cuando Sarasola ve la transformación de un ave rapaz que en otro tiempo recibía el sobrenombre de «águila que llora en el monte» por su canto melancólico.

A pesar de su conversión a emblema, aún hay águilas del Chaco que lloran y perecen en la zona por dos causas principales.

Una es el ahogamiento en tanques de agua de ganaderías que utilizan para beber debido a la aridez del territorio pero que suponen una trampa mortal ante la que el equipo de Sarasola ya ha tomado medidas después de encontrar a nueve águilas muertas así.

La otra causa es el desafío actual para el reconocido biólogo: los postes eléctricos, su amenaza más grande, a la que piensa destinar la dotación del Whitley.

«Con el dinero del premio estamos trabajando con la administración regional de Energía para cambiar la ubicación de 90 pilares que significan el 20 % de las muertes por electrocución en un tendido de 150 kilómetros», confirma Sarasola, científico del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) argentino.

Dice que «es difícil convencer a las eléctricas» pero sostiene que el coste es «bastante económico» para las empresas y a veces basta solo con cambiar cables, aunque es más efectivo plantear diseños con materiales más seguros.

«Esperemos que el premio ayude a lograr esta conciencia que todavía no existe. En España muere un águila y le cae un multón a la empresa», asevera el incansable científico, que estudió su doctorado en el espacio natural protegido de Doñana, en el sur del país ibérico.

Tras haber sido uno de los seis ganadores de la última edición del Whitley, el llamado «Óscar verde», de donde se llevó la satisfacción especial de que el divulgador naturalista Sir David Attenborough narrase un vídeo sobre su tarea, Sarasola celebra que el galardón le permitirá «seguir trabajando», vigilante como un águila, para salvarlas.

spot_img
spot_img

Lo + Nuevo

spot_img
spot_img
spot_img
spot_imgspot_img