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El amor en tiempos de apariencias

Chasty Fernández

Hoy hablar de amor parece más difícil que nunca. Lo que antes se entendía como un lazo profundo de cuidado, paciencia y entrega, en muchos casos se ha transformado en un juego de apariencias. Las redes sociales han abierto una vitrina en la que los cuerpos perfectos, las fotos retocadas y la imagen proyectada pesan más que la verdadera esencia de una persona. Se elige a quién “conocer” según el perfil más atractivo, el estilo más llamativo o la promesa de una vida emocionante.

En este contexto, el amor se reduce con frecuencia a un intercambio rápido: interés por conveniencia, deseo momentáneo o compañía para no sentirse solo. Las relaciones, en lugar de ser espacios de crecimiento y apoyo mutuo, se vuelven experiencias frágiles que apenas logran sobrevivir tres meses. Esto ocurre porque en los primeros encuentros el cerebro libera una mezcla de dopamina, serotonina y oxitocina que genera euforia, deseo y una sensación intensa de conexión. Sin embargo, al pasar las semanas, estos niveles disminuyen y aparece la verdadera prueba: ¿existe un interés genuino por conocer al otro/a más allá de la química inicial? Cuando ese interés no existe, la relación se desvanece con la misma rapidez con la que empezó.

Vivimos en un tiempo en que todo se acelera. Queremos respuestas inmediatas, atajos emocionales y gratificaciones rápidas. Así como pasamos el dedo en la pantalla para cambiar de publicación, muchas veces hacemos lo mismo con las personas. El amor, en su sentido más profundo, requiere paciencia, empatía y entrega; sin embargo, pareciera que esas virtudes ya no resultan atractivas, porque solo se piensa en lo que debo recibir y casi nunca en lo que estoy dispuesto a dar.

La falta de cariño auténtico y la ausencia de escucha activa crean un vacío. Ya no hay tiempo para conocer los silencios del otro/a, para descubrir sus heridas, sus sueños o sus miedos. Nos acostumbramos a mirar solo lo visible y lo inmediato, perdiendo de vista la riqueza que se esconde en lo invisible, en lo que toma tiempo florecer.

Además, se vuelve cada vez más común la búsqueda obsesiva de parejas más jóvenes como una forma de sentirse deseado o popular. Esta necesidad de validación externa se alimenta de la misma química cerebral que genera placer inmediato, pero también produce un vacío más profundo cuando el brillo inicial desaparece.

El amor verdadero no se compra, no se mide en “likes” ni se consume como un producto que se descarta cuando deja de emocionar. El amor es cuidado, ternura, complicidad. Es sostenerse en los días buenos y en los días difíciles, es elegir con constancia y no solo con deseo. Amar es construir, y toda construcción requiere tiempo, paciencia y dedicación.

Mi reflexión es la siguiente:

El amor real no está en la vitrina de las redes, ni en los cuerpos perfectos, ni en la intensidad pasajera. El amor verdadero se encuentra en el acto sencillo de escuchar, en el gesto de cuidar, en la capacidad de ver al otro en su humanidad completa. Tal vez el reto de nuestro tiempo no sea encontrar a alguien, sino aprender de nuevo a amar con la profundidad que nos permita permanecer.

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