Washington, (EEUU).- (Especial para Proceso Digital-Por Alberto García Marrder)
Lo nunca visto en la democracia norteamericana: un presidente que no reconoce su derrota electoral y se atrinchera en la Casa Blanca.
Ese hipotético panorama dantesco podría suceder si el presidente Donald Trump lleva a cabo las advertencias que viene haciendo sobre las elecciones presidenciales y legislativas del 3 de noviembre.
Viene preparando, y de una manera muy pública sin esconder nada, el terreno para ese día, solo en caso que pierda. Y si las gana (no hay que descartar esa posibilidad), cuatro años más de Trump en la Casa Blanca, con lo que eso conlleva.
Estas son las principales amenazas de Trump, con las quiere socavar el sistema electoral y reducir la participación de la oposición demócrata.
1-Trump ha dicho que la única manera que pierda es si hay un fraude electoral.
2-Si pierde ante su rival demócrata, Joe Biden, no reconocería su derrota, alegando un supuesto fraude electoral por el masivo voto por correo.
3- Más 700 de sus abogados en los 50 estados están listos ya para impugnar el resultado de las elecciones en caso sean negativas a Trump, en un eventual intento de que sea el Tribunal Supremo quien decida finalmente a su favor. Por eso su desesperada maniobra de tener una mayoría conservadora de 6-3 en ese alto tribunal, cosa que va a lograr.
4- Trump viene intentando “deslegitimar” las elecciones y ha pedido a sus simpatizantes que estén presentes en los lugares de votación para impedir un supuesto fraude electoral. La oposición alega que eso sería una “inaceptable intimidación” a los votantes, Y además, está prohibido por la ley.
5-Se niega a confirmar que habría una transición pacífica del poder si pierde las elecciones.
Una derrota electoral de Trump, como indican los sondeos a favor de Biden, entre un 8 a un 10 por ciento de ventaja en intención de voto sobre el presidente, podría acarrear también que los republicanos pierdan la mayoría que ostentan ahora en el Senado y los demócratas aumenten su mayoría actual en la Cámara de Representantes.
Entonces, habría un alineamiento completo del poder legislativo y el ejecutivo.
Biden se podría aprovechar del voto masivo contra Trump y su presidencia. Pero no es, en principio, un voto pro-Biden, un candidato con poco carisma que no levanta muchas pasiones.
Biden no puede ganar el 3 de noviembre “por los pelos”. Necesita hacerlo de forma abrumadora y contundente, para evitar las impugnaciones de los republicanos de un supuesto fraude.
Hay seis estados que van a decidir las elecciones: Arizona, Carolina del Norte, Florida, Michigan, Pensilvania y Wisconsin. Entre ellos, suman 101 electores, de los 270 necesarios del Colegio Electoral para ganar la Casa Blanca. Trump o Biden tienen que ganar, como mínimo, tres de los seis.
El voto popular no elige directamente al presidente, es el Colegio Electoral, formado por 538 electores asignados en función del reparto demográfico de cada estado. Y el candidato que gane el voto popular de un estado, se lleva el número total de sus electores.
Todas las encuestas pronostican una victoria de Biden, incluso en aquellos estados que ganó Trump en 2016.
Pero en ese año, los sondeos se equivocaron al pronosticar un triunfo avasallador de la candidata presidencial demócrata Hillary Clinton.
La táctica ahora de Trump, que desesperadamente quiere mantenerse cuatro más en el poder, es la de desprestigiar el sistema electoral y que voten los menos posibles. Sabe de sobra que una gran participación de grupos como los milenarios, universitarios, profesionales recién graduados, mujeres, negros y latinos, le perjudica.
Y su obsesión contra el voto por correo, al que acusa de ser un fraude masivo, es porque también sabe que los votantes demócratas prefieren hacerlo de esa manera y más aún ahora para evitar un contagio del coronavirus. Los republicanos prefieren ir a votar en persona.
Y eso que Trump vota por correo, ya que está empadronado en su mansión de Mar-a-Lago, en Florida.
Entonces, el hipotético (y peor escenario) es aquel que presagia que como a las 10.30 PM de la noche electoral del 3 de noviembre, Trump anuncie por televisión que ha ganado las elecciones en base a los resultados de los votos presentes en las urnas, que se contabilizan muy rápido, electrónicamente.
Pero sin tener en cuenta el recuento del voto por correo, que se hace manualmente y lleva más tiempo, posiblemente varios días.
Y esos votos pueden ser para Biden, quién al añadir los votos de las urnas, sería finalmente el vencedor.
Para entonces, Trump seguirá insistiendo que es el triunfador y que le quieren robar, con un fraude, su elección.
Es cuando actuarían sus centenares de abogados, pagados por el Partido Republicano, en los 50 estados para impugnar el resultado de las elecciones.
Una hipótesis plausible dentro de las coyunturas que se anticipan: Una crisis constitucional, el país paralizado, la bolsa de Wall Street se hunde, violencia callejera y no se sabe quién tomaría posesión como nuevo presidente el 20 de enero de 2021.
Como periodista, he cubierto muchas elecciones presidenciales norteamericanas en Washington y he sido, desde Londres, analista para la radio BBC en español para América Latina. Y nunca he visto unos comicios tan polarizados y de difícil pronóstico como los de este año.