
Tegucigalpa, Honduras. Esta semana, Honduras confirmó que la Biblia es, además de bestseller milenario, manual de campaña. En Amapala, la candidata presidencial Rixi Moncada decidió llevar su cruzada política literalmente al altar.
Entró a la iglesia católica, con todo y cámara de Canal 8, medio al que utilizó como escriba para que quedara grabado lo bien que “oficia” con fondos públicos.
Convirtió el púlpito en tarima electoral. ¡Aleluya, hermanas y hermanos! El templo de Dios se volvió el set de una transmisión proselitista sin pudores ni permisos. Sonaban jingles políticos en la casa de oración.
El párroco, con más decencia que muchos políticos, pidió lo que no suelen ofrecer: disculpas públicas. Exigió respeto. Y ¡claro!, cuando hasta las homilías terminan pautadas por Casa de Gobierno, lo mínimo es recordar que ni Cristo se metía al templo a predicar propaganda partidaria. Al contrario, echó a latigazos a los mercaderes del templo.
La campaña electoral se ha convertido en una lucha religiosa de mala fe, en donde también entró a la conversación pública la Confraternidad Evangélica, cuyo presidente lanzó un latigazo digno de inscripción en los vitrales del cinismo, que “no hay cosa más triste que darle poder a un pobre”, dijo. Pausa dramática.
¿Ese es el mensaje desde el monte de los valores cristianos? ¿Que la pobreza es incompatible con la dignidad del poder? ¿O es que leyeron al revés el Sermón de la Montaña? Crucificados por sus pecados y su ignorancia, dirían en esa época.
Si la izquierda es una polilla que arrasa “hasta con el cemento”, como dijo el pastor, ¿qué ha hecho la derecha estos 100 años además de lavarle la cara al sistema, construir templos con diezmos y guardar silencio cuando saqueaban el país? ¡Ay, de vosotros, fariseos modernos!
La campaña se puso mística, con Rixi llevando su conversatorio al altar, mientras los “creyentes” suplicaban por escuelas y letrinas; y -por otro lado- pastores exorcizando al comunismo mientras bendicen al capital.
Todo eso pasa y el pueblo sigue buscando en la Biblia una promesa que no le cumplieron en el sanedrín del Congreso Nacional, ni en la Corte Suprema donde aún vive Herodes, “El Grande”, y, mucho menos, en la Casa Presidencial, una casa de oración en donde se arrodillan ante dioses paganos los privilegiados para que nunca los excomulguen del poder.
“Cristo al servicio de quién”, dice la canción, y agrega: “A Cristo hay que liberarlo, él siempre quiso ser pueblo, y hoy lo explotan los de arriba: ricos, iglesia y Gobierno”…
Pues, al parecer, quieren que Cristo esté al servicio de la propaganda, de la narrativa que más le acomode a los políticos. Del poder (popular e impopular). Del que pague la pauta y cargue la cruz sin vergüenza ni vocación.
Porque en este país, hasta a Jesús lo usan como ficha electoral. ¡Ay de ti!