La semana anterior, en el Congreso Nacional, los Ministros de Salud y de Finanzas, presentaron sendos informes sobre la situación de sus respectivas Secretarías de Estado, una vez asumido el cargo. Con profusión de cifras y detalles hicieron un repaso pormenorizado de lo que más parecía ser la crónica de los efectos de un tsunami, que de las fortalezas y debilidades descubiertas en sus ministerios. No tengo motivos para dudar de la información aportada, incluso penalizándoles por la victimización mostrada en cuestiones puntuales, Confieso que por momentos sentí indignación y vergüenza ajena. No puede haber ideario político cuyos fundamentos justifiquen y respalden las barbaridades que escuché. Sostengo que el problema del subdesarrollo de Honduras no está en su marco legal, siempre perfectible, sino en las personas que sustituyen a Dios por el poder y el dinero. Ambos ministros mostraron una actitud positiva, y capacidad para resolver el reto que tienen por delante. De su éxito se beneficiará toda la sociedad, por tanto, de entrada merecen un voto de confianza.
En los primeros compases de la legislatura, el Gobierno se precipita queriendo cumplir algunas de sus promesas populistas de campaña, cometiendo significativos errores al no respaldar sus decisiones con estudios de factibilidad. Por ejemplo, en la exoneración del pago de la factura eléctrica a quienes consuman menos de 150 kilovatios. En primer lugar, sería pertinente identificar al universo de beneficiarios, porque tenemos un sector poblacional que no siendo pobre consume menos de 150 kilovatios. Otro caso sería el error cometido rebajando 10 lempiras en los precios del combustible, porque al implementarlo de forma generalizada beneficia a los consumidores de mayor poder adquisitivo. “No debemos ser ingenuos. Después de todo, las fuerzas antidemocráticas, los movimientos autoritarios radicales, solo esperan a las crisis económicas para abusar de ellas políticamente”, nos recuerda Angela Merkel.
Pareciera que el concepto de clases sociales, de pobres y ricos, necesita redefinirse. La clase social es la agrupación de individuos por jerarquías, respecto de su poder adquisitivo. Pero es difusa la divisoria entre clase baja, media y alta, no en ambos extremos. Mejor se entiende la diferencia entre “clase trabajadora” y “clase no trabajadora”. Forman parte de la clase trabajadora quienes cada día necesitan trabajar para recibir un ingreso que les permita llegar a fin de mes, sostener a las familias. La RAE identifica al “pobre” con el que no tiene lo necesario para vivir, o lo tiene con escasez. Un pobre recibe ingresos, regularmente o de forma esporádica, pero con los que no cubre sus gastos esenciales. Por tanto, puede haber pobres en la clase baja, y en la clase media, ambas son “clase trabajadora”. Por el contrario, el rico siempre pertenece a la “clase no trabajadora”, porque dispone de un patrimonio que le genera ingresos mensuales suficientes, no tiene la obligación acudir a un puesto de trabajo para adquirirlos. Cuando sus recursos sobrepasa ampliamente las necesidades, puede convertir el capital excedente en más puestos de trabajo para la “clase trabajadora”, generándose nueva riqueza. El capital cuando se invierte permite a la clase trabajadora elevar su nivel de vida, según su formación y capacidades, en consecuencia, se reduce la pobreza en la sociedad.
Regresemos al Congreso Nacional. Esas prisas, esas ansias por ostentar poder, está provocando importantes problemas en el Poder Legislativo, comenzando porque su Junta Directiva no fue juramentada conforme a ley. Siendo cualquier Parlamento escaparate de la sociedad, nuestro Congreso Nacional exhibe la práctica del autoritarismo, boicoteando sistemáticamente el uso de la palabra de quienes piensan diferente, incluso del mismo partido. Se adolece de educación y respeto por el adversario; se atenta contra la dignidad de las personas; se amenaza e insulta sin pudor. Este bodrio, aberrante y peligroso, recuerda aquella histórica “noche de los cristales rotos” en la Alemania nazi de 1938. Durante los meses anteriores las autoridades alentaron al rebaño que terminaron -espontáneamente- agrediendo y linchando a sus propios compatriotas, y violentando sus propiedades, solo porque eran judíos. En la analogía que nos ocupa, diputados. Cierro con unas palabras de Angela Merkel ante su Parlamento Federal: “La libertad de expresión tiene sus límites, esos límites comienzan cuando se propaga el odio; cuando la dignidad de otra persona es violada. Esta Cámara debe oponerse al discurso extremista. De lo contrario nuestra sociedad no volverá a ser una sociedad libre”. ¿Se entiende a Merkel?