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Dar al electorado lo que quiere 

Por Yanivis Melissa Izaguirre | Periodista, Honduras

Tegucigalpa, Honduras. La estrategia política se implementa por fases, no de romplón. Al cierre de la semana, se cumplió con uno de los puntos del cronograma electoral que contempla la inscripción de los movimientos internos de los partidos políticos. En esa fiesta cívico-electoral, hubo música, baile, planillas y discursos.

Conocer las características sociodemográficas del electorado es importante cuando se analiza el escenario político y se anda en el proceso de llenado de planillas, pero no lo es todo; también se deben investigar los problemas que más les afectan a las personas para hacerles creer a los votantes que su candidato les está dando lo que quiere. 

“No hemos parado. Hemos visitado cada uno de los departamentos y sus municipios, hablando con la gente, escuchando cuáles son sus problemas, qué necesitan, cómo les podemos ayudar. Nadie me va a venir a contar un cuento, yo sé cómo están, yo sé cómo está el país y lo que debemos hacer” (Nasry Asfura, precandidato presidencial del Partido Nacional).

Una de las fórmulas eternas que da resultado es concentrarse en atacar al oponente, más que en dar a conocer sus propuestas: “nuestro objetivo es llegar a la meta y ganar la presidencia. Queremos rescatar a Honduras del desastre que hoy enfrentamos, del abandono en que estamos y de los conflictos permanentes. Piense si está mejor hoy que hace siete años” (Ana García, precandidata presidencial del Partido Nacional).

Apelar a la esperanza es otra de las tácticas políticas más frecuentes, sumado a tornar la mirada para ver qué están haciendo los vecinos y, si les está yendo bien, prometer igualarlos o superarlos: “a todos los que me preguntan con dudas si el cambio es posible, quiero decirles con voz firme, ¡claro que se puede! Solo se necesita valor, sensibilidad y sensatez. Vean lo que ha logrado nuestro país vecino, El Salvador, ¡cuánto envidiamos a nuestros hermanos salvadoreños por lo que han alcanzado!” (Jorge Cálix, precandidato presidencial por el Partido Liberal).

Las clásicas promesas siempre tendrán cabida, siempre y cuando sigamos siendo un país en vías de desarrollo y mientras el acceso a derechos fundamentales, como la vida, la salud y la educación, sean violentados constantemente desde el poder: “por primera vez tenemos la posibilidad de darle calidad de vida a nuestra gente, de darle empleo, carreteras, centros de salud, hospitales… Todas esas cosas que el político tradicional no les ha querido dar, se las voy a dar yo, porque yo no solo prometo, sé cómo se hacen las cosas, sé lo que cuestan las cosas” (Salvador Nasralla, precandidato presidencial por el Partido Liberal). 

El discurso anterior va de la mano del mensaje aspiracional, que nos promete un país idílico: “hay una tarea que hay que hacer y es encausar el país al desarrollo. Hoy tenemos el mandato de restablecer el orden, de generar oportunidades de trabajo para que nuestros jóvenes no huyan del país, que tengan buena educación, que haya salud y seguridad. La época de los politiqueros se acaba con nosotros” (Maribel Espinoza, precandidata presidencial por el Partido Liberal).

El discurso que cuenta el pasado, el presente y el futuro: “en 2013 los vencimos, también en 2017; en 2021 la gesta del pueblo hondureño fue heroica y en 2025 su servidora junto al pueblo vencerá nuevamente. No venimos para ofrecer lo que el partido Libre y la presidenta Xiomara Castro ya están cumpliendo. Nuestro compromiso es moral. Hemos aceptado el reto de profundizar el proceso de transformaciones del país con una inmensa esperanza” (Rixi Moncada, precandidata presidencial por el Partido Libre). 

Vemos políticos que no se autodefinen como tales (Nasralla y Espinoza); los que han eternizado en el poder y prometen ser la panacea a los problemas que ellos no resolvieron (Ana); políticos que creen que el poder se gana por herencia (Rixi); los que basan sus promesas en una “chepia” de fórmula ganadora (Cálix); y quienes creen que con escuchar y abrazar basta (Asfura).

Todos le dan al electorado lo que quiere. Sin embargo, en la construcción de la imagen del candidato hay que pensar que es él o ella quien hace el eslogan, y no al revés. Debe preparar una estrategia de conocimiento, notoriedad, visibilidad, diferenciación y preferencia, para acercarse al top de los objetivos comunicacionales: la fidelización (del votante y del voto).

Defina los mensajes fuerza de su campaña, no caiga en el error de hablar de todo, concéntrese en los temas bandera que conducirán su línea de comunicación (que en esta parte sí debe ser lineal, hasta conseguir posicionarlos). Es una especie de pre-campaña, como ir allanando el camino hacia la construcción de una poderosa imagen política. Los candidatos no deben opinar de todo, porque divagan y sus palabras se esparcen llegando a todos, pero impactando en nadie. 

Aunque no hay mala prensa, a veces conviene quedarse callado. Qué decir y cómo decirlo es un punto al que le debe prestar atención, es tan importante como las propuestas de campaña, que deben ser hojas de ruta, traducirlas a proyectos factibles, viables, realizables, materializables, porque, aunque lo irreal vende, su duración es efímera y puede ser presa del castigo popular.

Recomendaciones:

– En vez de promesas de campaña, plantee propuestas de campaña realizables.

– Primero construya su imagen y luego su slogan. 

– Tenga respeto por el electorado, los jingles son contagiosos, pero no agregan valor si solo se trata de rimas y estribillos; reinvente las tácticas de comunicación.

– ¡Salga! Interactúe, no haga política de núcleo; la política, al igual que la fe, se debe vivir en comunidad. Conozca a la gente, escuche hasta lo que les disgusta de usted.

– Aplique el minimalismo político. Con esto me refiero a enfocarse en los temas que considere cruciales; entre menos es mejor, no abarque más de tres. Analice lo que quiere el electorado y vincule los resultados con los temas que en verdad le apasionan; no todo es el arte del engaño, no hay mejor discurso que el genuino, el que siente y no recita como un Padre Nuestro.

La relación entre discurso y política interviene en la decisión de voto. Según Martín Mora Ledezma, autor de “Metodología de la comunicación política en campañas electorales”, el mensaje es fundamental y pieza clave de la comunicación. Posee una intencionalidad (informar, manipular, distraer, disuadir…). Los mensajes están ligados a la predisposición del receptor para aceptar o no aceptar ciertas ideas; ajustados a su contexto cultural y social, ya que el significado adquiere, en política y en otros ámbitos, interpretaciones de formas distintas; el mensaje se puede comprender por lo que calla o se omite, por el grado de compromiso entre el receptor y el político; por la viabilidad de lo que propone; por el grado de autoridad o prestigio del emisor. Autores enumeran las seis C del contenido de un mensaje electoral: Claro en su comunicación y en su comprensión; Conciso, corto y al grano; Convincente con elementos de adhesión emocional; Conectado con el votante; Contrastado, marcando claras diferencias con el contrincante; y Creíble. Pero no se confunda, no todo es palabra.

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