El filósofo Heráclito, hace 25 siglos, llegó a la conclusión de que el carácter de cada persona construye su destino, el cual viene marcado por el lenguaje que utiliza. Las palabras establecen la calidad de nuestras conversaciones y relaciones, afirma el profesor Luis Castellanos: “Cuida tus palabras y ellas cuidaran de ti”. En definitiva, el modo de hablar forja nuestra personalidad.
Sobre lenguajes, recordamos “La Llegada”, película de ciencia ficción donde los alienígenas nos enseñan su lenguaje circular, el heptápodo, cuya escritura permite a quien la domina plegar el tiempo y conocer fragmentos del propio futuro, por tanto, tener la capacidad de mejorarlo antes de que suceda. Hay políticos y pesebristas a quienes les vendría bien aprenderlo, así evitarían quedar en evidencia cada vez que profetizan una calamidad que luego no ocurre, aumentando la frustración que soportan por años, y que se agudiza en cada proceso electoral. La realidad material es la verdad acontecida; cuando no coincide con el deseo de los catones de la moral, la distorsionan, construyendo su posverdad donde justifican sus fracasos. Como no pueden reprocharle al electorado por no haberles votado, porque no inspiran confianza, culpan al gobierno de robarles los votos. Pero olvidan que organismos internacionales, instituciones, y países cooperantes, despliegan observadores en cada proceso electoral, quienes supervisan, avalando o denunciando, los resultados según corresponda. Para este problemilla sin importancia, tienen una respuesta que provoca vergüenza ajena: “Todos están comprados”. Decía Carl Jung: “Aquello a lo que te resistes, persiste. Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”.
Hay palabras positivas, eficaces, que abren la mente, permitiendo el flujo de información, el crecimiento intelectual; palabras que construyen puentes de entendimiento; que motivan hacia una personalidad creativa, propositiva. Pero también hay palabras negativas, nocivas, toxicas, que cierran la mente lastrando el juicio; que esclavizan impidiendo que la persona avance; que endurecen el corazón hasta convertirlo en piedra. Las palabras son nuestras señas de identidad; muestran quienes somos, cómo interpretamos la realidad; cuales son nuestros miedos y frustraciones, nuestras incapacidades. El lenguaje nunca es inocente, siempre expone nuestros pecados.
En campaña electoral, el nivel democrático de una sociedad se percibe por los debates televisados entre sus candidatos, con altura, defendiendo y refutando propuestas, sobre: enseñanza, salud, empleo, seguridad, fuerzas armadas, energía, política fiscal, política exterior… ¿Relaciones diplomáticas con Taiwán o con China? Soluciones para el agujero negro llamado ENEE; para el sector transporte y el sector maderero; para la basura que, -a toneladas y por años-, nos arroja impunemente Guatemala, desde el rio Motagua, convirtiendo nuestro Caribe en un estercolero, afectando gravemente al ecosistema y sector turismo. Etcétera.
No esperemos debates “fase to fase”, requieren formación política y conocimientos temáticos para no hacer el ridículo; también educación, para no convertir el plató de televisión en un estercolero. Como en cada campaña, soportaremos el hipócrita exhibicionismo moral. Quienes promueven movilizaciones para defender la soberanía nacional frente a las ZEDEs, al grito de ¡la patria no se vende!, -lo cual es correcto-, son los que piden al Congreso condecore al presidente de El Salvador, por regalarnos varios miles de vacunas, ¿desinteresadamente? Quienes denuncian la injerencia extranjera en la política vernácula, aseguran que entregarán el poder judicial a una CICIH, para que fiscales y jueces extranjeros impartan justicia. ¿Entonces? Como decía Bertrand Russel: “La estupidez se coloca en la primera fila para ser vista; la inteligencia en la última para ver”.
Bertrand Russell (1872-1970), fundador de la filosofía analítica, matemático, Nobel en Literatura, se definía como “el ultimo sobreviviente de una época agotada”. En 1960, con 87 años, fue entrevistado para la BBC, para finalizar el presentador le plantea: -Suponga que esta entrevista fuera vista por nuestros descendientes como un pergamino milenario del Mar Muerto. ¿Qué vale la pena decirle a esa generación sobre la vida que ha vivido y los aprendizajes adquiridos? Russell responde: «Dos cosas, una intelectual y otra moral. Sobre la intelectual, cuando estudien cualquier materia pregúntense únicamente cuales son los hechos, y cuál es la verdad que los hechos corroboran. Nunca se dejen distraer por lo que desean creer, o piensan que tendría efectos sociales beneficiosos si fuera creído. Sobre la moral, les diré que el amor es sabio, el odio imprudente. En este mundo cada vez más interconectado, tenemos que aprender a tolerarnos mutuamente, a convivir para no “conmorir”».Cuidar las palabras implica conocerlas.