Resulta paradójico que un mal haya originado un bien. El COVID-19, ha obligado a la drástica reducción de la emisión de gases que producen el efecto de invernadero.
Según la Dra. Christiana Figueres, ex Directora de la Secretaría de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Financial Times, 27 de julio 2020), la impronta del carbono se ha reducido en 8% desde marzo a julio, precisamente por la obligada disminución del uso de combustibles fósiles a nivel global.
Pero más allá del bien y del mal, ambos fenómenos tienen al menos otras tres características en común.
La primera y más dramática, es el impacto en la condición humana. El fenómeno del virus ha provocado de marzo a agosto de 2020, alrededor de 840,407 fallecidos en el mundo (Centro de Recursos para el Coronavirus de la Universidad de Johns Hopkins). Los servicios de salud han mostrado fatalmente su grave déficit en los países de menor desarrollo relativo. En adición, la pandemia ha ocasionado una fuerte contracción de la economía mundial de un 5,2% este año, (Global Economic Prospects del Banco Mundial). La misma fuente indica que estamos ingresando en la peor recesión desde la segunda guerra mundial y, agrega que, la disminución en los ingresos per cápita de un 3,6%, empujará a millones de personas a la pobreza extrema este año.
En el caso de Honduras, el virus ha ocasionado de marzo a agosto de 2020, alrededor de 1,800 fallecidos (SINAGER). Igualmente, ha comprometido la salud de los operadores de hospitales y demás centros del sector, y ocasionado una caída en la economía del país de -10%, superando la otrora histórica caída del -6.4% en 1954.
El fenómeno del calentamiento global, producirá para el año 2050, en la economía global, una pérdida en el PIB de un promedio de 3% (Economist Intelligence Unit). El peor impacto lo recibirá el continente africano seguido por Latinoamérica con el 3.8%. Pero los efectos también se relacionan con otros valores, a veces intangibles, como la pérdida de litorales costeros por el derretimiento de la masa de hielo en los polos, las condiciones humanitarias de la pobreza extrema y a la extinción de especies animales y vegetales.
El calentamiento global se traduce, para Honduras, en las distorsiones incrementales en los ciclos de lluvia y sequía, magnificando la vulnerabilidad nacional con los daños que provocan los huracanes, tormentas tropicales o lluvias intensas. El país también se ve afectado por las sequías y calor, con sus efectos en la seguridad alimentaria, acceso a agua potable, y plagas devastadoras como la del gorgojo. Estas distorsiones climatológicas producen graves impactos socioeconómicos que incluyen el desplazamiento de personas, la agudización de la pobreza, y la reducción de la riqueza de nuestros ecosistemas.
La segunda característica que comparten la pandemia y el calentamiento global es que, para resolverlos, se requiere del concurso de todos, hombres y mujeres, gobiernos locales y nacionales, empresas e instituciones, países y organismos internacionales. Para el COVID-19, el marco referencial para la acción concertada es la Organización Mundial de la Salud y sus instituciones regionales como la Organización Panamericana para la Salud. Para el calentamiento global, el marco lo constituye el consenso alcanzado en las Conferencias de las Partes (COP por sus siglas en inglés) sobre el cambio climático. Desde la conferencia celebrada en París en 2015, el consenso universal es la necesaria reducción en un 2% anual de las emisiones de gases de monóxido de carbono.
La tercera característica en común es la más sorprendente. A pesar de la comprobación científica de ambos fenómenos, sorprende que, en algunos países de mayor desarrollo relativo, las políticas públicas han decidido ignorar estas verdades. Deciden no exigir la aplicación de los protocolos de bioseguridad e ignorar la adopción de medidas para la reducción de las emisiones de invernadero. Cual cañones sueltos, sus decisiones contrarias al espíritu del consenso colectivo, traen lamentables consecuencias para ellos mismos, pero también para la comunidad global. Ni la contención del virus ni los efectos de la desproporcionada impronta de carbono, requieren de visa para desbordar fronteras y afectar a terceras naciones. La presidenta de la Comisión Europea Ursula von del Leyen y la embajadora Laurence Tubiana, Directora de la Fundación Europea para el Clima, han venido promoviendo con sentido de urgencia, la necesidad de un Acuerdo Verde (Green Deal) y la adopción de un modelo ecológico que asegure el futuro de nuestra civilización.
Las soluciones se pueden enumerar con los dedos de una mano. Abajo están los cinco puntos. Pero, así como es de fácil enunciarlos, así es de difícil lograr su ejecución. Entran en juego la madurez y compromiso de los gobernantes y el nivel de consciencia y de exigencia que los pueblos demuestren, para alcanzar una respuesta concertada global frente a estos fenómenos recurrentes y crónicos.
- Contribuir de buena fe en la adopción y cumplimiento de compromisos internacionales sobre cambio climático;
- Fortalecer a las instituciones internacionales, principalmente a la OMS;
- Priorizar responsablemente el uso de los escasos recursos financieros disponibles;
- Promover la vigencia y perseverar en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio; y
- Participar en el esfuerzo global para emerger del COVID-19 con una tendencia económica verde e inclusiva.