Ante asambleístas, ministros, autoridades de organismos del Estado, diplomáticos, invitados especiales y periodistas, el mandatario ecuatoriano pasó revista a la marcha de la mayoría de las carteras de su Gobierno, aunque no le alcanzó el tiempo para varios capítulos, que sugirió «colgar» en la página web de la Presidencia.
En la primera parte del discurso, dedicó unas dos horas y media a presentar números y tantos por ciento sobre pobreza, desempleo, inversión, recaudación de impuestos y otros indicadores económicos.
Correa, que es economista de profesión, revivió entonces como catedrático al explicar a su público con lápiz en mano, curvas y gráficos, causas y efectos de las cifras, entre las que no faltó la repetida crítica a sus opositores, sobre todo a sus colegas que lo cuestionan y a los que suele llamar «pseudo analistas».
Y es que para él, algunas críticas que le llegan de la oposición, «no resisten el menor análisis» y por ello insiste, frecuentemente, en que sus adversarios a veces disfrazan sus discursos políticos con análisis macroeconómicos.
Como una especie de descanso al auditorio y con advertencias y bromas de que aún le quedaba una segunda parte, Correa dio paso a su vicepresidente, Lenin Moreno, en la primera vez que un alto cargo diferente al mandatario interviene en el informe.
Moreno destacó la labor de la Vicepresidencia en el ámbito social e hizo hincapié en una campaña que lidera sobre el humor en la vida cotidiana de los ecuatorianos, tras lo cual levantó una larga ovación de los asistentes.
De vuelta al micrófono, Correa recurrió a más vídeos reproducidos en pantallas gigantes, para hacer llevadero el informe y se saltó algunas partes previstas «por respeto» a sus oyentes.
En esa segunda parte, dio cuenta de aspectos más políticos de su gestión que, entre referencias al Che Guevara y a Salvador Allende, aprovechó para volver a cuestionar a sus opositores.
Mordaz crítico contra el neoliberalismo e identificado con la izquierda, Correa defendió la «revolución ciudadana» que lleva adelante y reprochó a varios grupos de esa tendencia por haber pasado de aliados a opositores acérrimos.
Sindicalistas, dirigentes indígenas, líderes izquierdistas y ecologistas fueron blanco de sus críticas e ironías pero el presidente logró arrancar aplausos que recordaron su control de la oratoria.
Para Correa, la nueva izquierda debe cambiar el discurso tradicional y ceder ante el «cambio de época» que vive el país y América Latina.
Por eso evocó los principios de eficiencia y esfuerzo y de «trabajo en equipo» como nuevos elementos para encontrar el camino de la prosperidad productiva, sin la cual no puede haber, según él, equidad social y una eficiente lucha contra la pobreza, el «mayor imperativo ético» de la región.
No obstante, volvió a rememorar las consignas iniciales de su gestión y dijo que en su administración hay gente de «manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes», que coinciden con el «socialismo del siglo XXI» que pregona junto al venezolano Hugo Chávez y el boliviano Evo Morales.
Entre menciones a la política productiva, a los efectos de la crisis económica internacional en su país, los proyectos hidrológicos y petroleros y el afán por lograr en Ecuador una sociedad del conocimiento, a algunos asistentes les sorprendió que el mandatario se dejara en el tintero aspectos de política exterior.
El 10 de agosto de 2009, el mismo día que fue investido como presidente por segunda vez, tras unas elecciones que concretaron la aprobación en el país de una nueva Constitución, Correa también asumió la presidencia temporal de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
