Un fantasma se cierne sobre Honduras: es el fantasma del retorno a un pasado indeseable, abyecto y procaz, que amenaza con mantener al país en la peor de las miserias. De este a oeste, de norte a sur, surgen cual Hidras de Lerna, apestosas cabezas que buscan destruir la esperanza que la población depositó en noviembre pasado para acabar con el subdesarrollo.
Contra él se suman las fuerzas de una ciudadanía que intenta que el país salga por fin de sus desatinos. Frente a este fantasma solo hay una forma de salir avante: mediante la vigilancia ciudadana, la denuncia y el clamor porque el país retome su institucionalidad. Son cien días ya y solo quedan 1342 para que las autoridades que tomaron posesión en enero, demuestren que valió la pena ese voto que, en su enorme mayoría, una población harta de ser sistemáticamente burlada, les prestó.
Nadie duda de las buenas intenciones que mueven a la Presidenta y su equipo. Pero ya sabemos que éstas solo sirven para tapizar el camino al infierno, ese donde retornaremos, si la señora Castro no da el necesario golpe de timón que el país requiere. ¡Todavía es tiempo! Pero hay que apurarse. ¡Ya solo quedan 1342 días!
El fantasma empuña un tridente. Con ese instrumento demoniaco pretende arrimar los esfuerzos de construcción ciudadana necesaria. Tres son los valladares que la mandataria ha tenido que confrontar y que en estos cien días amenazan la viabilidad del país: La falta de experiencia y habilidad de su equipo, la crisis externa producto de una guerra en la que nada tenemos que ver y la anarquía que reina en su partido y coalición.
El primero es casi un peaje que toda nueva administración debe pagar, sobre todo si ganas las elecciones con un partido novel, cuya gente, en su mayoría, carece de “expertís” en temas tan álgidos como los que debe afrontar la sociedad hondureña en estos momentos. Salvo el Canciller y el Secretario de Transparencia, el equipo completo del actual gobierno no ha tenido carrera pública. La gran mayoría son profesionales con altas calificaciones, pero está claro que el gobierno requiere de un recorrido el cual es ajeno a la inmensa mayor parte de titulares.
Lo peor es que Honduras no ha tenido nunca un servicio civil ordenado. Más que ninguna otra nación en la región, nuestra burocracia es víctima cada cuatrienio, de enormes barridas, en la que funcionarios y empleados que han adquirido algún conocimiento, son literalmente barridos por hordas de caudillos partidarios, quienes recurren a la planilla salarial, como si fuera un botín de guerrilla mal ganada.
La segunda punta de este tridente demoniaco es esa guerra en la que Putín nos tiene metidos desde unos pocos días después de la asunción presidencial. Si Bien es cierto, los efectos del conflicto en el este de Europa son contrapuestos, ya que también ha subido el precio del café, los camarones y los otros bienes que exportamos, la realidad es que la escalada en los derivados del petróleo ha sido mayúscula y a ello se debe sumar el efecto nocivo que tiene en las expectativas de inversión, cualquier conflicto bélico. Esto por supuesto suma a la impericia de los hacedores de política, una suerte de parálisis que les ha impedido arrancar con buen pie.
Por último –y no menos importante- está el conflicto interno que enfrenta, no solo a la coalición, sino que al mismo partido Libre. Ya desde antes de la instalación del ejecutivo, el zafarrancho que protagonizaron los diputados oficialistas, puso al descubierto que las cosas podían andar mal. El devenir no ha hecho más que reafirmar la hipótesis. Será muy difícil que la administración termine de arrancar si persiste tal actitud. Esto, no solo dañará la gobernanza, pero también pondrá en precario la consecución de las metas fijadas por la gobernante. No obstante, las amenazas del tridente, es necesario fortalecer la vigilancia ciudadana. Solo con una sociedad civil consciente y comprometida se podrá forzar al gobierno a cumplir su cometido. Mientras tanto, habrá que esperar a que la curva de aprendizaje, la guerra europea y los pleitos internos sean cortos.