Amadísimo Dios: mientras te escribo esta carta pública, miles, qué digo miles, millones de personas, viejos, jóvenes y niños, especialmente niños, te están pidiendo para que Argentina quede campeón del Mundial.
Vos, mejor que nadie, sabe las razones.
Yo me sumo a esas plegarias, aunque según me han explicado conocedores en el tema, vos mirás los partidos, pero no te inclinás por ningún equipo.
Tengo mis dudas al respecto y, disculpame la osadía, pero dame la oportunidad de exponer mi punto de vista.
Estoy seguro de que vos, que hiciste las cosas bellas de este mundo, que seguramente llorás con las creaciones de los grandes compositores de la música (por cierto, ¿no podrías hacernos el favor de enmudecer para siempre a Bad Bunny?), que has suspirado con el final de alguna buena novela escrita, que te ponés de pie para aplaudir una obra de teatro, que pintás el cielo de mil colores, que hiciste el océano con todas sus hermosas criaturas, que hacés que el viento hable en las alturas de las montañas, estoy seguro, te decía, de que vos también te deleitás con las jugadas de Messi.
Sí, Messi.
La Pulga nos ha alegrado tantas tardes bellas con sus jugadas imposibles. Con su barba rojiza de profeta y su talento sobrenatural, aparta a los jugadores rivales que se le cruzan en el camino. Así como hizo Moisés en el Mar Rojo.
Por favor, no quiero que pensés que blasfemo. Puede ser que mi amor enfermizo por el fútbol (te agradezco que no me hayás curado de este mal), me haga pensar cosas extrañas, y luego decirlas o escribirlas.
Yo lo que te quiero pedir, así, con la confianza que te tengo, es que… ¡Por favor, que Leo sea campeón del mundo!
Y mirá cómo son las cosas: yo no soy argentino; tampoco hincha del Barcelona. No te tengo ni que decir que le voy a la Juventus, y que Messi nos ganó una Champions allá en 2015, pero como me creaste con el don del perdón, y yo a Messi nunca le guardé rencor, y por eso me sumo a esta plegaria mundial.
Yo ni lo conozco en persona al pelotudo ese, perdón, ¿sin insultos?, lo siento… Acá en Honduras decimos papo, pero supongo que tampoco puedo decir esta palabra. Es que Messi, de verdad, es como un peluchito, dan ganas de abrazarlo, de apretarlo, ah, ese pelot…, digo, este Messi es de otra galaxia, lo que me hace pensar que es cierto de que no solo en La Tierra hay vida.
Es tan noble, que su mayor insulto no pasa de decir “Andá pa´chá, bobo”. ¡Imaginate! En un mundo de maldad, Messi “explota” con ese insultito que da risa.
Disculpá, sé que estás ocupado, que hay cosas más importantes para vos, pero no hay peor lucha que la que no se hace, y aquí estoy, casi a las doce de la noche, redactando esta carta que no tengo que mandarte, porque la leíste antes de que yo escribiera la primera letra, y todo este palabrerío es para implorarte que así como convertiste en estatua de sal a la mujer de Lot, al menos hagás que a Lloris se le pongan tiesos los brazos cuando Messi dispare al marco francés.
Hacenos el milagrito, Señor, inclinate por primera —y única vez en tu eternidad—, a favor de un equipo, de la Argentina, a la Albiceleste de Messi. Nada te cuesta… En un tiro libre de la Pulga que vaya para afuera, vos le das un soplidito y la mandás al fondo de la red y… ¡¡¡Gooooollllll de Argentina!!!!
¿Qué decís?
Y allí cuando digan que fue un tiro milagroso, vos y yo guiñamos el ojo y sonreímos con la complicidad de Padre-hijo.
Sin más que pedirte, se despide atentamente,
Tu amado hijo Óscar