Tegucigalpa, Honduras. Con el brindis de Año Nuevo arranca la temporada de “promesas de champán”, que se esfuman al llegar al poder; o que, como canta Sabina, duran lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks…
Escuche, ¡pero no confíe!, porque en Honduras, como en muchos países, las acciones populistas suelen intensificarse en temporadas festivas como la Navidad y fin de año.
A la tradición de las 12 uvas se suman los políticos con su entrega de canastas, tamaleadas, repartición de regalos y donación de piñatas (que, por cierto, no están tan cargadas como las que se reparten ellos con las arcas del Estado).
También está de moda la organización de actividades culturales que buscan asociar el bienestar festivo con el patrocinador político, como una inversión para reforzar su imagen pública, pero que terminan convirtiéndolos en candidatos populistas, no populares.
Y es que en estos días, las redes sociales se llenaron de mensajes “reflexivos” y felicitaciones de precandidatos, quienes ven en las fiestas decembrinas la ocasión perfecta para hacer proselitismo y ganar simpatías (o, al menos, intentarlo).
Recurrir a esta clase de populismo fomenta el hartazgo hacia las figuras políticas, que han deteriorado y degenerado el verdadero espíritu de la Navidad.
Estos actos simbólicos se usan para crear una conexión emocional con el electorado, pues en su mayoría son acompañados de mensajes político-partidarios, tanto directos como subliminales.
Desde la figura presidencial hasta el más desconocido precandidato hacen uso de estas tácticas para levantar perfil o, de una u otra forma, sentir que “cumplen” con los votantes, aunque cada vez hay más personas conscientes de que una canasta no vale lo mismo que un voto.
Estas acciones suelen tener una dualidad en su percepción: mientras para muchos representan un alivio temporal ante la precariedad, otros opinan que perpetúan el clientelismo político y desvían recursos públicos con fines electorales; además, generan expectativas no sostenibles, ya que no abordan problemas estructurales de pobreza o desigualdad.
Pero es que ni los políticos se salvan de los políticos…
Esta fiesta de repartición de bonos inicia en la casa legislativa, a través de una práctica tan arraigada como cuestionada por la población.
En lugar de simpatías, lo que consiguen es el repudio popular, efecto reforzado con la tradición del Año Viejo en donde las figuras políticas terminan recreadas en grotescos monigotes, porque, ni con los 12 deseos de las 12 uvas se salvarán del voto de castigo.
Agarre el arroz, frijoles, azúcar, café, los juguetes… Use la canasta y tire la calcomanía con la foto del político o la banderita del partido, pues lo que pasa en las urnas queda entre usted y la papeleta electoral.
¡Feliz Año nuevo a todos, menos a los políticos que se aprovechan de estas fechas para hacer clientelismo electoral! A ellos ni siquiera les podemos decir “¡salud!”, porque hasta esa la cobran.