No tuve el privilegio de presenciar en vivo un concierto de Bebo, padre del también pianista Chucho Valdés, pero he gozado de su música, he visto los documentales sobre su persona (“Calle 54”) y disfrutado de la música que compuso para la película de dibujos animados “Chico y Rita”.
Y he distribuido a todos mis amigos en internet el video de YouTube de su versión de “Lagrimas Negras”, con el gitano Diego “El Cigala”, en una extraordinaria fusión de la música cubana con el flamenco. Por ese disco ganaron un premio Grammy y discos de platino por ventas.
Los dos recorrieron el mundo, el en el piano y el “Cigala”, con su pelo agitanado, cantando canciones cubanas con estilo ronco flamenco.
En sus últimos años, Bebo se había retirado y vivía en Málaga (España), y ya aquejado del mal de Alzheimer, sus hijos suecos (de su segunda esposa, sueca) lo llevaron de regreso a Estocolmo, donde murió.
Como muchas leyendas de la música cubana, ignoradas por la revolución cubana, Bebo llegó a la fama con casi setenta años y ya en el exilio , de la mano de Paquito D´Rivera y del cineasta español Fernando Trueba, en su “Calle 54”, donde se rencuentra, después de varios años sin verse con su hijo Chucho Valdés, que seguía viviendo, entonces, en la isla.
Si conocí en Miami, y mucho, a otro amigo de Bebo, el músico cubano Israel “Cachao” López, que también aparecía en “Calle 54”. “Cachao” fue el verdadero creador del mambo, aunque fue Pérez Prado ell que lo hizo famoso en todo el mundo.
“Cachao”, un maestro del bajo, estaba olvidado en Miami, amenizando fiestas de quinceañeras cuando lo redescubrió el actor Andy García y lo lanzó a la fama, ya con mas de sesenta años, con el documental
“Cachao, como su ritmo no hay dos” (1993).
Tuve el placer de entrevistar a “Cachao” antes de su muerte en el 2008, un 22 de marzo, el mismo día en que murió Bebo. La entrevista la hice, para mi agencia de noticias EFE, en la cafetería Roma de la Calle Ocho de Miami, antes de incendiarse esta. Recuerdo muy bien que pidió un pastelito de carne y un café con leche, mientras me contaba las descargas de música cubana que hacia en los clubs de los años cincuenta en La Habana.
Luego lo acompañé, el caminaba apoyado en un bastón, a la peluquería cubana donde siempre se cortaba el pelo, y posó gentilmente para las fotos que le tomaba mi fotógrafa.
La última vez que lo ví fue cuando murió, en el año 2008 a los noventa años , y su cuerpo yacía en un ataúd, expuesto en una iglesia de la calle Flager de Miami. Todavía recuerdo que una vez que lo llamé a su casa en Coral Gables, su hija me dijo una frase genial : “ Al maestro no se le puede interrumpir cuando está inspirado”.
También entrevisté, igualmente en Miami, a la legendaria Olga Guillot, quien no se recataba en su fuerte oposición al régimen cubano. Y también gocé de Compay Segundo, otra leyenda de la música cubana, redescubierto ya mayor en “Buena Vista Social Club”, en un concierto que fue interrumpido por casi una hora por una amenaza de bomba de extremistas del exilio cubano en Miami. No falta decir que ninguno de los presentes nos movimos de nuestros asientos y esperamos que regresara al escenario, como si nada hubiera pasado.
Compay Segundo murió en el 2003 , a la edad de 96 años, pero su “Chan Chan” todavía se escucha por todas partes.
Debido a la música cubana y a la política, tengo un doloroso recuerdo en mi cabeza, un sobresaliente chichón. Resulta que siendo yo corresponsal de EFE en Miami en el año 2003, fui a cubrir un concierto de la Orquesta “Los Van Van” que procedía de Cuba y eran considerados muy fidelistas por el exilio cubano.
Antes del concierto y a la entrada del estadio cubierto, centenares de miembros de grupos del exilio protestaban por la presencia de esa orquesta en Miami, lo que consideraban una afrenta a la llamada capital del exilio cubano.
Yo estaba, junto a otros periodistas, detrás del cordón policial cuando de repente alguien lanzó una batería o una piedra y me dio en la cabeza y empecé a sangrar. Me negué a que me llevarán al hospital, hasta que pude dictar a mi oficina lo sucedido.
Me pasó lo peor que le puede pasar a un periodista, ser noticia sin quererlo: al día siguiente, los diarios de Miami publicaban mi foto con la cabeza ensangrentada.