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Bauman y la post modernidad líquida

Por: Julio Raudales

Tegucigalpa.- Es muy común encontrar personas que como mínimo cargan dos aparatos celulares, una tablet, un reloj inteligente y con ellos en mano se sientan frente a un ordenador a completar su jornada hablando con personas a éste y el otro lado del mundo, revisando páginas de internet, redes sociales, noticias, etc. ¡Cuan delirante es la vida moderna!

La modernidad exige (y lo seguirá haciendo), velocidad, eficiencia, información y diversidad. A partir de internet nada será igual, cómo nada lo fue a partir de la imprenta de Gutemberg. ¿Cúales son las claves de la vida moderna?

Nunca como ahora los hechos y las cosas discurren a una velocidad que no nos permite pensar de manera adecuada acerca de qué pasos dar frente a los retos que día a día se nos van presentando. Ya merecía la pena que alguien meditara sobre el tema y nos explicara el fenómeno.

Zygmunt Bauman, sociologo polaco, fallecido hace unos pocos días, profesor de diversas universidades inglesas, con una vasta obra de 57 libros; enfocó sus estudios a las clases sociales, al holocausto, a la nueva pobreza, y entre otros temas,  a la «modernidad líquida», concepto con el que definió al producto social resultado de una transacción entre la cesión de libertades y la comodidad para disfrutar de mayores beneficios y seguridades.

Pocas personas definieron con tanta precisión como él, las necesidades, vacíos y retos de una sociedad para la cual el espacio ha dejado de ser un limitante, una sociedad cuyo mayor desafío es vencer la soledad que provoca el exceso de compañía.

Quizás no somos los hondureños quienes podemos atestiguar de mejor forma los grandes retos del post modernismo. Embebidos como estamos en el histórico y endèmico problema de la pobreza, debemos además confrontar un mundo unificado y solitario, en el que cada vez mas la vida se centra en el individuo. Justamente lo que ha ocurrido en Latinoamérica en la última década;  y, seguramente,  ocurrirá en los Estados Unidos con la elección del señor Trump.

El pensamiento clásico, académico, teñido de ciencia y matemáticas nos hizo pensar a las generaciones del siglo pasado, que todo debía estar ordenado  y calzar con exactitud  para que la sociedad en su conjunto funcione bien. Lo humanamente posible.

Y teníamos a los mejores ejemplos para imitar y soñar: a los Estados Unidos, a Europa Occidental y  a Japón.

La democracia,  tenía que ser como la definió Montesquieu con sus tres poderes claramente separados y el crecimiento económico tenía que ser firme y sostenible. Para lograr esto,  era cuestión de seguir las fórmulas y los programas establecidos. Pero algo falló.

Pero llegan los líderes latinoamericanos (Chavez, Correa y compañía) a decirnos que el modelo anterior no funciona, que todo es culpa del imperio, que hay que gastar e invertir todos los  recursos que existen y  nos presten; que el futuro no existe,  solo el presente;  y que si existiera, ya vendrá otro a arreglar los entuertos que dejemos. Y así, sentados en medio del desorden, nos llegó el futuro.

El discurso xenófobo de Trump atacando a latinos y musulmanes apunta a similar delirio; él ha dicho algo así como esto: los inmigrantes nos han robado la grandeza; debemos recuperarla cerrando fronteras; hay que ordenar el mundo; y,  que el resto lidie con sus propios problemas. Y pensando así,  iniciará su  mandato.

Viendo estos adefesios, podemos entender mejor el pensamiento de Bauman, quien nos ha venido diciendo desde la década de los 50, cómo la formación de éstas «sociedades líquidas», se prestan y acomodan para encajar en un  populismo que les brinde la seguridad y comodidad requerida para sobrevivir al siglo de la soledad; que se encantan con sus sueños fáciles,  se chorrean con el bienestar inmediato y se resbalan por las superficies del buen vivir,  sin imaginar siquiera en la dificultad de producir;  sin conceptos ni esquemas de futuro.  Con el único fin de vivir felices el aquí y el ahora. Más de Julio Raudales, Aquí…

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