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Barcelona 07-12- 1492… El regicidio frustrado de Fernando el católico

Tegucigalpa – Al ritmo de las doce campanadas que indicaban la hora, el Rey Fernando salió del Palacio, pero no terminó de bajar las gradas: el payés Joan de Cañamares lo hirió en su garganta. 

-Una cadena de oro, de la que se desprendía un jubón de lana, evitó que Aragón perdiera a su Rey…

 

“¡Traición, o que traición Virgen de Valme!”, exclamó Fernando II de Aragón, al sentir la sangre que salía a borbotones. La herida era profunda y a dos centímetros de la “yugular”.

El atacante se aprestaba a rematarlo con una espada afilada, pero los  sirvientes regios, el mozo de espuelas  Alonso de Hoyos y el trinchante Antonio Ferriol, se le tiraron encima,   propinándole tres heridas.  El rey les  pidió: “no le matéis”. Mejor lo hubiesen hecho…

“Yo creo que ni en Roma, cuando muere el Papa, ni en parte alguna del mundo nunca ha habido tanto lloro, tumulto ni tristeza. Así ha sido el viernes en esta ciudad”, escribió el archivero del Palacio Real de Barcelona, Pere Miquel Carbonell, el 7 de diciembre de 1492.

¿Por qué Fernando estaba en Barcelona?

La Corte itinerante de los reyes de Castilla y Aragón,  viajó en el otoño de 1492 a  Barcelona, para negociar con los franceses, la devolución del Rosellón. Era lo que faltaba para cerrar con broche de oro, las cuatro décadas de vida de Fernando de Aragón nacido en 1452.

En su obra “Chòniques de Espanya” (1495), Carbonell inserta una carta dirigida a su compadre Bartolomeu de Verí,  en la que le informa el atentado y el suplicio del payés de remença, Joan de Canyamás, (su apellido deriva del valle de Canyamás  cerca del Castillo de la Roca).

La revista “Historia y Vida”  (Año I Número 7) en 1968, publicó una nota ilustrada intitulada “Testigo directo: un atentado contra don Fernando el católico, por Peré Miquel Carbonell”.

Ahí el archivero real describe que: “El traidor y más que traidor, en mal hora nacido, estando escondido dentro de la capilla o iglesia que está junto al Palacio Real mirando a la plaza del rey; vio salir al rey; y sin vacilar se acercó paso a paso, sin que nadie se diese cuenta de los circunstantes (que estaban en gran número) y no se podía andar sino con grandes empellones hacia el rey que bajaba las escaleras, ante las mismas puertas del Palacio e Iglesia, llevando el malvado bajo la capa una tajante espada desnuda, corta y ancha que cortaba como navaja de afeitar.

Y cuando el rey hubo descendido hasta el segundo peldaño y el, como traidor, andaba detrás saca la espada y da con ella un golpe entre cuello y cabeza al rey: que si no hubiera sido milagro de Nuestro Señor y custodia de la virgen María le hubiera separado la cabeza de las espaldas en un tris.

Al monarca lo llevaron al apartamento donde paraba el rey don Juan su padre, cuando vivía. “Le dieron un vino fuerte y dijo con voz temblorosa “se me va el corazón; tenedme fuerte”. Y le vino un síncope desmayándose.

No era para menos: le “hirió por un lado del cuello hacia la cabeza y por otro hacia la oreja, sin tocar lo de en medio, allí por donde está la vena vital. Le dieron siete puntos. Después un descanso por unos días, llegó el Cardenal de España y el Conde de Ampurias. La reina—prosigue Carbonell—preguntaba entre llanto y desmayos: “¿dónde está mi rey y señor? ¿Es muerto o vivo? Seguidme, mis doncellas, y tenedme de las axilas que a pie quiero ir al Palacio”.

Isabel de Castilla le escribió a su confesor en Granada que: “Fue la herida tan grande, según dice el doctor de Guadalupe (que yo no tuve corazón para verla) tan grande y tan honda, que de honda entraban cuatro dedos y de larga, otras tantos, cosa que me tiembla el corazón en decirlo”. 

El suplicio de Juan

El también bibliófilo, Carbonell, señala que Canyamás : “No era digno de ser llamado Juan, sino diablo, quien no temiendo a Dios, ni corrección alguna, como hombre del infierno, y no creyendo que haya otra vida, sino esta de éste mundo vengador y lleno de lazos y maldades, emprendió tal cosa …”.

Fernando de Aragón perdonó al payés. Pero el Consejo Real decretó que debía morir de una “cruelísima muerte, para servir de ejemplo y castigo y constituyese memoria eterna.

“Lo llevaron desnudo sobre un castillo de madera del cual tiraba un carro, estando atado el loco a un árbol o palo como si lo debiesen crucificar. E hicieron pasar el carro y el castillo con el loco atado por los lugares y calles siguientes: Plaza del rey donde se cometió el atentado. Allí le fue cortado un puño y medio brazo.

Por donde va la procesión del Corpus, le sacaron un ojo. En la calle siguiente: otro ojo, otro puño y el otro brazo. Hasta sacarle las vísceras.

Juan nunca se quejó. La gente corría en su derredor. Lo sacaron de la ciudad, apedrearon el cadáver y prendieron fuego al castillo en cenizas con los trozos del sentenciado.

“Dios nos ha restaurado a nuestro rey, cuya bondad y santidad no creo que tengan par. En este mundo y plaza a la Santísima Trinidad que let quiet a personal. Amén.”, concluye Carbonell.

El cronista real, Andrés Bernáldez—que se encontraba en Barcelona–  plasmó  su versión del atentado: “una cuchillada desde encima de la cabeça, por cerca de la oreja, el pescueço Ayuso fasta los honbros, en que le dieron siete puntos. E como el rey se sintió herido, pusose las manos en la cabeça e dixo: ¡O Santa María y válame! E començó de mirar a todos, e dixo:”ó, que traición, ¡o que traición!”

Del hechor, Bernáldez escribe:

“Fue puesto en un carruaje y traido por toda la ciudad; y primero le cortaron la mano con la que atacó al rey y con unas tenazas de hierro ardiendo le sacaron una tetilla y un ojo, y después le cortaron la otra mano y otro ojo y la otra tetilla, la nariz, le abrieron el vientre con tenazas ardiendo, cortaron los pies y le sacaron el corazón por la espalda. Lo sacaron de la ciudad y los mozos y muchachos lo apedrearon, quemaron y tiraron sus cenizas al viento…(traducción libre).

 

Fernandus Servatus” en teatro romano

El Papa Alejandro VI y su colegio cardenalicio aplaudió la tragicomedia  “Fernandus Servatus” representada  el 16 de agosto de 1494.

La obra fue  encargada por el Cardenal Pedro Gonzales de Mendoza al arcediano Carlos Verardi de Cesena (1440-1500) quien fuera Secretario de los Papas, Paulo IV, Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI.  Los 561 versos de las 23 escenas los elaboró el poeta Marcelino Verardi, sobrino y alumno de Carlos Verardi.

En la trama presentan al  asesino como  un instrumento del demonio  (Plutón), un espíritu que mueve al perverso contra el bueno. En este caso el envidiado es el “invictísimo” Fernando, rey de España. Que debe ser quitado de en medio porque su muerte disuadirá a otros príncipes de imitar en el futuro sus proezas.

A la Reina Isabel de Castilla, se le  aparece la visión de Santiago que la consuela. El rey es salvo. “En los tiempos calamitosos que corremos ni la majestad del rey está segura”.

Han pasado mas de 5 siglos del hecho. Muchos lo ignoran y la consideran  “leyenda urbana” y los que saben, dicen “que aquella fue una muerte cruel”. Un librero de Barcelona Saint, nos dijo: “todavía existe la casa donde se fue a recuperar el rey”. Tenían listo un barco para salir, por si la situación se “agravaba…

*Especial para Proceso Digital tomado de: “Entre crónicas y reportajes históricos”, actualmente en proceso de edición.

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