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Arquitectura para un futuro amenazado: retos y propuestas en la Bienal veneciana

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Venecia (Italia) – La humanidad siempre adaptó sus construcciones al mundo que le tocó en cada época. En el actual, los retos más acuciantes son la crisis climática, la superpoblación y las guerras y, para ello, la XVIII Bienal de Arquitectura de Venecia tratará de aportar soluciones como un «Laboratorio del futuro».

La prestigiosa competición arquitectónica abre este sábado sus puertas al público por primera vez centrada en la voz de los arquitectos africanos, aunque no solo, y dirigida por la británica de orígenes ghaneses Lesley Lokko.

Su petición a los 64 países participantes ha sido clara: ¿Qué significa ser un agente de cambio? Y esta última palabra ha sido la más repetida en cada una de las propuestas, máxime en un momento de crisis medioambiental y conflictos.

La zona más emblemática de la Bienal son los «Jardines», un frondoso parque frente a la laguna veneciana donde 28 países «grandes» cuidan hermosos pabellones en los que cada año alternan exposiciones de arte o arquitectura, como la de este año.

Entre estos está el de España, cuya versión original -pues fue modificándose- fue inaugurada en el remoto 1922, y también se alzan tres latinoamericanos: los de Uruguay, Venezuela y Brasil.

Un alegato: ¿abajo los muros?

Uno de los primeros es el de Suiza, levantado en 1951 por Bruno Giacometti y que este año alberga una acción cordial: derribar el muro que le separaban de su vecino más inmediato, Venezuela.

La idea, de la que las autoridades venezolanas fueron informadas, lleva por título «Neighbours» (vecinos) y quiere fomentar «el dialogo con el pabellón confinante». Para eso, también ha extendido una enorme alfombra con los planos de ambas instalaciones.

Sin embargo, la realidad de la diplomacia se demuestra tozuda a dos pasos de este lugar, en el Pabellón de Rusia, construido en 1914 y cerrado a cal y canto tras la invasión de Ucrania.

La bandera fue retirada del mástil y un guardia jurado se encarga de impedir acceso a este lugar de propiedad rusa, aunque nadie parece intencionado y el agente mata el tiempo mirando su teléfono.

Mientras, los ucranianos, ausentes en la Bienal desde 2014, han vuelto mientras enfrentan al invasor. Su pabellón, eso sí, permanece cubierto con una tupida manta gris.

La vida en común

La cordialidad llega desde el extremo asiático. Poco más adelante se levanta el impresionante Pabellón de Japón, abierto y diáfano para defender «una arquitectura amable» con el entorno, repartiendo infusiones de sus árboles.

A sus espaldas, mucho más discreto, está el de Corea del Sur, que ya desde su puerta lanza una pregunta: ¿Cómo podríamos trabajar juntos para afrontar las crisis actuales y futuras antes de 2086?, cuando el planeta alcance el pico de 10.430 millones de humanos según las estimaciones de Naciones Unidas.

«Queremos debatir nuestra ideología de progreso y comprender las razones que nos llevaron a sentir un placer material incontrolado mediante la industrialización, la occidentalización y el liberalismo», explican sus comisarios, Soik Jung y Kyong Park.

Un apetito voraz

La principal preocupación en la Bienal es la crisis climática, especialmente amenazante en una ciudad única como Venecia, que ha tenido que levantar muros para protegerse del mar.

El Pabellón de Alemania, un mamotreto de estética racionalista, aparece repleto de despojos de la exposición de Arte del pasado año: cartones, cables y tejidos que, de forma ordenada, ofrecen un espacio lúdico y de debate.

Un hedor a plástico envuelve el de Estados Unidos, salpicado en su interior por un sinfín de corchos y microplásticos, mientras un letrero avisa que, aunque este material se demostró «revolucionario», es «evidente la urgencia global de revisar su exceso».

Al lado Uruguay plantea la repercusión de la Ley Forestal que en 1987 abrió la veda al comercio de sus árboles, haciendo que la industria maderera ganara en importancia a la tradicional cárnica.

Antídotos ancestrales

¿Hay solución? Los arquitectos parecen decantarse por reducir el ritmo de consumo, emplear materiales más sostenibles y mirar a los ancestros.

En el pabellón de Finlandia, firmado por Alvar Aalto, se anima a pensar soluciones ecológicas partiendo de un sanitario sin agua usado en sus regiones más recónditas, mientras que Brasil apuesta por el poder fertilizante de su «terra preta», un rico lodo amázónico.

Pero la Bienal no se limita a este parque, sino que también cuenta con el conocido como «Arsenal», una fortificación con un laberinto de decenas de pabellones más pequeños pero igualmente propositivos.

Los arquitectos chilenos, por ejemplo, viajaron a Venecia con las semillas usadas para reparar suelos contaminados y los de Perú, con los calendarios campesinos con los que se preserva el saber rural.

En definitiva, casi todo el mundo en Venecia concuerda que el actual ritmo de producción es inviable si se quiere dar cobijo a un planeta que -salvo imprevistos- no dejará de crecer, aunque la arquitectura, como siempre, seguirá adaptándose. EFE

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