«Dragones y Dioses, el arte y los símbolos de la civilización maya» es el título del nuevo libro, último de la trilogía «Umbrales del inframundo», escrita por este doctor en Historia de América, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
Después de los títulos «Laberintos de la Antigüedad» y «Espejos de poder», Rivera Dorado decidió investigar «otras maneras de acceder al inframundo», a esa forma en que los mayas se comunicaban «con sus antepasados, los fundadores de las dinastías» que poblaron territorios de lo que hoy es Guatemala, México, Belice y Honduras.
A lo largo de sus investigaciones en lugares como Oxkintok, en Yucatán (sureste de México), el arqueólogo observó la presencia de serpientes y dragones en la simbología maya y decidió averiguar los entresijos de esa «entrada adicional» al mundo de los espíritus.
El dragón, «símbolo del caos», era importante en los sueños y en las alucinaciones de los mayas, explicó a Efe Rivera Dorado, que ilustra la portada de su libro con una cerámica en la que aparecen unos personajes alanceando a un dragón acuático.
«¿Qué quieren decir, cuándo y por qué aparecen?», se pregunta Rivera de estos «monstruos del tiempo anterior a la creación, de cuando las cosas no existían o existían en desorden».
Según el catedrático, en las sociedades antiguas se narra «la lucha de los héroes contra el caos amenazante -el dragón-, como si éste fuese el enemigo que quisiera acabar con el orden puesto por los dioses al crear el mundo».
Rivera Dorado cree que, en su «deseo de supervivencia», los mayas adoptaron al dragón como símbolo de «esa fuerza contraria al orden».
«Los mayas tenían un dragón físico que era la selva, la maleza que quería engullirles», y por extensión, dice, tenían el agua, el mar, como «elemento poderoso y siempre presente».
El arqueólogo español piensa en la probabilidad de que en las innumerables escenas que dejaron pintadas o esculpidas, los mayas quisieran explicar «que dominaban al gran dragón, a las fuerzas negativas, lo cual permitía que el mundo siguiera existiendo».
Una característica de la historia de los mayas, recuerda este especialista, es que en sus murales, cerámicas o códices «no hay historias completas, sino fogonazos» que obligan a juntar imágenes y a pensar en secuencias incompletas que dan lugar a una evidencia: es «un mundo del que no se sabe dónde empieza ni dónde termina».
Esta es la razón por la cual una buena parte del mundo maya permanece en el enigma, añade Miguel Rivera Dorado.
El arqueólogo reconoce que el estudio de la civilización maya afronta el hecho de que su legado «está en la selva», con sus infinitas complicaciones, entre ellas una logística que necesita grandes sumas de dinero, o los permisos para excavar, difíciles de obtener ante el celo o «la desconfianza» de los gobiernos.
Y lamenta también la «ayuda económica oficial insuficiente» para los proyectos, la «horrible burocracia, heredada de la colonia española», en los países que tienen yacimientos arqueológicos, o la poca difusión y el poco interés que hay en la sociedad sobre el mundo maya.
«Una de las grandes civilizaciones, la más importante de América y una de las más importantes del mundo, que tuvo para expresarse la única escritura completa de la América antigua», dice el arqueólogo Rivera Dorado en defensa de la cultura meso-americana que ha investigado durante años.
«Ojalá alguna vez -dice Miguel Rivera Dorado- los mayas generen el mismo interés que los egipcios».