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Apuntes sobre campañas electorales

Pedro Gómez Nieto

Entendamos por campaña al conjunto de actividades, civiles o militares, realizadas en una horquilla de tiempo, orientadas al logro del objetivo deseado. En una campaña electoral cada partido político necesita diseñar estrategias propias, creíbles, motivantes, buscando para su candidato el favor del electorado. Estamos ante una representación teatral, cuyos actos y escenas han sido previamente diseñados. Si la propuesta es “copiar y pegar” ha fracasado. Decía Maquiavelo que la política es el arte de engañar. No hay actividad donde más se mienta maliciosamente que en una campaña electoral.

Uno de los errores del candidato es no contar en su equipo de campaña con un experto en inteligencia, lo cual es debido al desconocimiento generalizado sobre esa ciencia, sus capacidades y utilidades. Solo apuntar que la inteligencia no gana las guerras, pero no hay guerra que se gane sin inteligencia. Es habitual adjudicar la dirección de campaña a un publicista, o experto en márquetin político, responsables de convertir al candidato en el mejor producto posible que ofrecer al consumidor, el votante. No obstante, hay candidatos que asumen directamente el control de su campaña, o bien nombran a una persona de su confianza, ignorante en la profesión; en cuyo caso el desempeño se percibe, el resultado final también.

Nada hay más democrático que las góndolas de un supermercado, donde se exponen al cliente similares productos ofertados por marcas diferentes. Pero el candidato no es un producto, el candidato es la marca. Esto no se entiende bien en Latinoamérica. Es el partido político, la marca, quien avala al candidato ante el electorado, depositario de los valores partidarios. Como abanderado de la marca, desarrollará la política de gobierno desde la presidencia, inspirada en la ideología del partido. Lo que se ofrece al electorado es una forma de entender y de construir democracia, eso es lo que representa el candidato, la marca. Políticos mesiánicos se publicitan a la sociedad como pócima milagrosa para resolver los problemas del país, un desatino trilero para incautos e ignorantes. Agarrado el poder entienden que les pertenece por derecho divino, utilizando al partido en beneficio propio; debilitándolo, perjudicándolo, fracturándolo, abandonándolo, incluso traicionando sus ideales, cuando no se sienten respaldados en sus intereses personales. La historia está sobrada de ejemplos.

Escuchamos decir que fundar un partido político es el medio para alcanzar el poder, pero no escuchamos que se pone una ideología al servicio de la sociedad, de la democracia. Solo son fachada; profetas de calamidades ajenas, nunca propuestas sanadoras, porque carecen de soporte doctrinario genuino, diferenciado, consolidado sobre el que articular una política de Estado. Se convierten en efecto llamada para resentidos y fracasados, para aventureros y mercenarios, buscadores de fortuna. Cuando fracasa el líder también lo hace el partido, y el rebaño termina diluyéndose. Por tanto, la corrupción no es solo política, también es ideológica; oponerse a ella no es una doctrina sino un valor, como la honestidad y la integridad, atributos para el desempeño democrático. Banderas morales de cualquier partido y candidato porque no tienen copyright.  

Escuchamos a políticos denunciar al gobierno por dictador, por influir en las estructuras del poder, pero lo que hacen ellos cuando disponen de poder no es delegar sino controlar. Hacedos campañas la oposición denunciaba como antidemocrática la propuesta del Partido Nacional del voto “en plancha”, para disponer en el Congreso Nacional de una bancada significativa que permitiera desarrollar políticas partidarias. Hoy, sin pudor, todos los candidatos piden lo mismo para sus partidos. ¿Entonces? ¿No es, por ejemplo, lo que ha conseguido el presidente de El Salvador? Pero observamos que sus admiradores hondureños le aplauden en lugar de llamarlo dictador. Esta campaña se presenta cargada de hipocresía y paradojas.

Reiteramos, el equipo de campaña necesita expertos en inteligencia; se deben analizar los escenarios posibles; también trabajar el pensamiento lateral, en lugar del vertical que desarrollan los publicistas mediante mecanismos de asociación. Se trata de una técnica investigada por el psicólogo Edward de Bono para resolver problemas de manera indirecta, con creatividad. Si el objetivo final es la papeleta con la marca sobre nuestro candidato, el pensamiento lateral permite construir el camino a la inversa. Ese es el nudo gordiano que debe desatar el candidato y su equipo de campaña, cómo conseguir que el electorado le vote. 

“Buscar lo que es verdad no es buscar lo que uno desea”.  -Albert Camus-

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