A los que nos gusta seguir las historias de negocios internacionales, vemos con fascinación como se levantan imágenes personales de los fundadores o gerentes y estas se desploman de una manera espectacular. Viendo las historias de Elizabeth Holmes (Theranos) y Adam Neumann (WeWork) podemos compararlo con los mitos de Dédalo e Ícaro, Hubris(arrogancia) seguido de Némesis(castigo). Estas historias han fascinado a la humanidad desde inicios de la civilización.
Estas sirven como advertencia sobre los peligros de la arrogancia, y en particular de dos manifestaciones: la creencia que nuestra voluntad es suficiente fuerte para despreciar las circunstancias, y que nuestra imagen personal abarca lo colectivo. Ambas manifestaciones pueden alimentarse mutuamente creando una espiral descendente de ambición y destrucción.
Estos fenómenos se pueden contrarrestar más fácilmente viéndolos en terceros. Recibí una publicidad sobre una empresa buscando inversionistas, y toda estaba basada en la persona de la fundadora. Alguien puede usar recursos propios para auto promoverse, pero creen que eso generará confianza en terceros para incorporarse es señal de alerta.
La autopromoción tiene un uso definido. La marca personal se promueve para creaciones intelectuales o artísticas individuales, o para servicios brindados personalmente (ciertos casos de derecho, medicina, u otras profesiones). Igualmente, el recurso propio puede ser dirigido a ese fin. Cuando se dirige o representa una organización (sea total o parcialmente ajena), cualquier recurso destinado a la autopromoción es extraído del fondo común. Si esta no brinda un beneficio a la organización, esto constituye malversación.
Cuando se da la promoción personal, generalmente esta refuerza la arrogancia. Los dones necesarios para formar y dirigir una organización generalmente vienen acompañados de un alto grado de autoconfianza. El proceso de ensalzar la personalidad individual del líder puede generar una deferencia excesiva en el equipo, y limita la capacidad de crecimiento y curiosidad necesarias para crecer.
Desde un punto de vista de los clientes y demás contrapartes, que los lideres se den «cumbos» personales es altamente sospechoso. Mas aun, cuando se utiliza la capacidad de divulgación para convencer a los accionistas de las bondades de la gestión. La estrella debe ser la calidad y precio del producto o servicio dado, y aunque a corto plazo se consiga distraer a las personas, a largo plazo es el único elemento importante. Si en una empresa manejada profesionalmente resulta que se están utilizando los recursos para incrementar el poder e imagen personales de un gerente, se debe estudiar con mucho cuidado su permanencia.
El sector público es particularmente vulnerable a este fenómeno, y aplican las mismas reglas. La única función del estado es servir a la población, por lo que cualquier uso de recurso público para promover la imagen o la gestión del funcionario es incorrecto. Puede existir un lugar la divulgación de información de parte del estado, pero nunca debe de ser para convencer a la población (dueños) de que sus empleados (funcionarios) están haciendo bien su trabajo.
Hay una palabra que describe este fenómeno, comprendida por todos, que es “Fantochería”. De forma universal, es la pretensión de atribuirse algo que carece elementos de verdad, y/o utilizando vehículos incorrectos. Todos los humanos somos susceptibles a esto, y por tanto es importante las instituciones tengan reglas claras de manejo, y que tengamos conciencia de que no debe ser aplaudido. De estas formas reducimos el efecto general nocivo, y nos evitamos engaños.