Tegucigalpa.- Si este año 2020 que ya casi termina, ha sido un año difícil, signado por la terrible pandemia del coronavirus, los huracanes, las inundaciones y otras tantas desgracias paralelas y subalternas, ya podemos imaginar lo que nos espera en el año 2021 que comenzará muy pronto.
Como es natural, los augurios son desalentadores y no somos pocos los que intuimos cuán profunda será la crisis y cuán intensa la conflictividad política y social. La dimensión de los desafíos parece ser inversamente proporcional a la capacidad para enfrentarlos y gestionar su manejo. El equipo de gobierno, cada vez más poblado por actores de menor calado, inexpertos o abiertamente incapaces para enfrentar la situación planteada, no genera ni confianza ni respeto. A veces hasta cuesta concederle el simple beneficio de la duda y abrirle un compás de espera. Estamos en una verdadera encrucijada, en la que los supuestos “conductores” merecen ser conducidos.
Para complicar más las cosas, el próximo año será uno de carácter electoral. Desde el mes de enero, las campañas proselitistas seguramente cobrarán fuerza inusitada y ritmos desconcertantes. Los diferentes actores políticos, los partidos especialmente, aprovechando la confusión y el descalabro de la “normalidad” social, ampliarán el volumen y los impactos de sus llamadas “estrategias clientelares”, ofreciendo esto o lo otro, a diestra y siniestra, valiéndose de la calamidad generalizada y embaucando a los miles de compatriotas que han quedado sumidos en una situación de pobreza o miseria mayores a las que ya padecían antes de la catástrofe. Es como si hubiesen confluido las famosas siete plagas de Egipto.
Al intensificarse la actividad proselitista de los diferentes precandidatos en el primer trimestre del año, de cara a las llamadas elecciones internas y primarias, tendremos los indicios más claros de lo que será la lucha entre los candidatos para las elecciones generales del mes de noviembre. Será, seguramente, una contienda tan feroz como dañina, que acabará de destruir los restos de la convivencia que todavía subsisten y elevará los índices del rechazo y el desencanto de la gente hacia la mal llamada “clase política” tradicional del país. El clientelismo electoral adoptará las formas más cínicas y desvergonzadas de manifestación política. La compra de votos cobrará más fuerza entre más empobrecida esté la gente.
Al interior de los partidos contendientes, sean grandes o pequeños, las formas que adopta la lucha interna no presagian nada bueno. Los Caínes persiguen a los Abeles con ferocidad ilímite, creando un peligroso clima de canibalismo político y “jibarismo” tribal. Lo vemos todos los días, sobre todo en el seno de los principales partidos políticos, en donde las cuotas de poder y las esferas de influencia se confunden en una rebatiña que pareciera estar a punto de ser sangrienta. Ojalá que no.
Mientras los partidos se desangran en peleas interminables y ofensivos reclamos, el inquilino ilegal de la Casa de gobierno y el círculo de “sabios griegos” que le rodea, urden estratagemas y maniobras para encontrar la fórmula que les permita permanecer por más tiempo aferrados cual reptiles a los anillos y eslabones del poder gubernamental. Así es que surgen esos voceros de fulgor escaso que proponen “soluciones” a la situación actual, ya sea conformando triunviratos ad hoc o “gobiernos de transición” encabezados por el núcleo gobernante. Son trucos calculados para sondear a la opinión pública, captar sus percepciones y medir el impacto de tales propuestas en el ánimo vacilante de algunos de la mal llamada “oposición”. Son trampas para bobos.
Mientras eso sucede – y sucederá con más intensidad en el próximo año -, el país sigue en su ruta de sacrificio y desgracia, tropezando sus hijos en la ruta migratoria que los aleja del infierno verdadero y los acerca al paraíso irreal. Triste destino el de estas honduras, cuyo nombre mismo lleva escondido en sus sílabas el trágico destino que nos ha tocado vivir.