La inteligencia emocional es una capacidad que tenemos los seres humanos para percibir las emociones, propias y ajenas, identificarlas y gestionarlas, orientando correctamente el comportamiento, en función de contextos y objetivos. Este término fue popularizado por el psicólogo Daniel Goleman el siglo pasado, aunque fuera otro colega, Edward Thorndike, quien cien años antes de Goleman escribiera sobre la “inteligencia social”. Lo que resulta sorprendente es que, viviendo en sociedades sustentadas sobre la tecnología y la comunicación, donde las relaciones se rigen precisamente por las emociones, en lugar de la razón, exista un marcado analfabetismo sobre la inteligencia emocional, uno de los motores del pensamiento.
Hay gente que va por la vida creyendo que sentir una cosa y desearla, automáticamente genera el derecho de convertirla en tangible. Lógicamente, cuando esto no sucede buscan un responsable, impregnando las relaciones de confrontación y resentimiento. Cuanto mayor es el fracaso por el deseo insatisfecho, más arriba se focaliza a la víctima convertida en causante, incapaces de asumir los errores cometidos. Buscan en la familia, trabajo, amistades, autoridades, instituciones, políticos, gobierno… Incluso se responsabiliza a Dios, del que nos acordamos para pedirle nunca para agradecerle. Portadores del síndrome de Aladino, creen que frotando la lámpara el deseo se convertirá en realidad. Esa lampara es ahora la pantalla del televisor, o bien del celular, que nos transporta a una realidad virtual, imaginaria, sustituyendo a la realidad física hasta fagocitarla. Sobre esa lámpara, pantallas, se construyen ficticios proyectos de vida, anhelos ilusorios.
El ser humano ostenta dos tipos de pensamiento, emocional y racional. El primero sustentado en los sentimientos, el segundo en la lógica, la reflexión y el análisis. Partiremos de un axioma: El sentimiento, la emoción, precede a la razón. El problema surge cuando tomamos decisiones sin racionalizar las emociones. Gritar, insultar, denigrar, golpear… serían ejemplos de impulsos inconscientes, comportamientos irracionales, procedentes de la impotencia, la ira, la frustración, etcétera. Llegando primero la información al cerebro emocional, a través de los sentidos, necesitamos identificar las emociones, los sentimientos que se generan, entenderlos y conceptualizarlos, en su caso, desarrollando empatía.
En política no tiene futuro quien carezca de la capacidad de empatizar, de sentir como propios los problemas que afectan a terceros, ponerse en su lugar.Hay políticos que intentan fingir sentimientos, pero se les nota. Carecen del vínculo emocional para conectarse al prójimo. En Inteligencia se desarrollan técnicas para analizar comportamientos. Es posible detectar al que miente porque su cuerpo lo delata mientras habla, por sus gestos y paralingüística.
Es necesario conocer las emociones negativas para entenderlas. Recordemos algunas más comunes: ira, ansiedad y depresión, que afectan las relaciones sociales. Igual ocurre con las emociones positivas, como el optimismo, la esperanza y la gratitud. No queda en el receptor el mismo sentimiento cuando escucha del político mensajes negativos, confrontativos, derrotistas, o bien propositivos, motivadores, estimulantes. Mientras la segunda opción crea patria, la primera la destruye. La crítica constructiva nunca puede ser excluyente, injuriosa, ni descalificadora.
La clase política acostumbra a construir estructuras de poder alrededor de personas, no de proyectos. Cuando el caudillo se debilita el proyecto se diluye. Dirigentes que consolidan su posición mediante el control y la pleitesía, arrogándose la responsabilidad de alumbrar el camino que seguirá el rebaño, para terminar afectados por el “síndrome de Moisés”. Se produce cuando el líder se compromete a liberar al pueblo de la esclavitud del gobierno de turno, y llevarlo a la Tierra Prometida donde sus problemas quedaran resueltos; para terminar confrontado al propio rebaño cuando le impone sacrificios que no estaban en el discurso trilero utilizado para pedirles el voto. Ante las dificultades inherentes al ejercicio del poder, “Moises” ya no tiene al faraón para echarle la culpa de los problemas. El liderazgo no se logra por la dominación sino mediante la delegación, el respeto y la confianza.
Lo ideal es que ambos pensamientos, emocional y racional, trabajen armónicamente generando las mejores decisiones. Ante la búsqueda de soluciones para resolver algunos de los problemas que padece actualmente Honduras, viene a colación una frase hecha: “Pensar fuera de la caja”. Metáfora que expone la necesidad de pensar de forma diferente, primando la creatividad. Es necesario generar ideas novedosas que den estabilidad y credibilidad al próximo proceso electoral.
“Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Es el momento de comprender más, para temer menos”. -Marie Curie-