spot_img

Andrew Carnegie y las Encíclicas Sociales, el capitalismo y su visión social

José S. Azcona

Andrew Carnegie, uno de los grandes industriales de la historia y autor del influyente ensayo El evangelio de la riqueza (1889), dejó un legado que combina logros empresariales, filantropía y controversias éticas.

Este ensayo no solo refleja su visión del capitalismo como una herramienta poderosa para el progreso humano, sino también su convicción de que los frutos del sistema económico deben usarse para el bien común. Su pensamiento, aunque secular, comparte sorprendentes paralelismos con las enseñanzas de las encíclicas sociales de la Iglesia Católica, especialmente en la idea de que el capitalista es un custodio de los bienes sociales.

En El evangelio de la riqueza, Carnegie argumenta que la acumulación de riqueza no es un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar la sociedad. Según él, los ricos tienen la obligación moral de actuar como administradores responsables de su fortuna, invirtiéndola en proyectos que beneficien al colectivo. Carnegie creía en financiar iniciativas como bibliotecas, universidades y museos, que otorgaran a las personas las herramientas necesarias para progresar por sus propios medios.

Carnegie rechazaba dos enfoques opuestos que consideraba inadecuados: por un lado, la acumulación egoísta de riqueza y, por otro, la distribución indiscriminada de caridad. El primero perpetuaba la desigualdad, mientras que el segundo fomentaba la dependencia. Para Carnegie, el deber del capitalista era invertir en estructuras que fortalecieran la capacidad individual y colectiva de desarrollo.

Esta visión se alinea con los principios de las encíclicas sociales de la Iglesia Católica, que también ven la riqueza como una responsabilidad y destacan la importancia de utilizarla para el bien común. Por ejemplo, Rerum Novarum (1891), de León XIII, enseña que la propiedad privada tiene un propósito social y que quienes poseen recursos están llamados a emplearlos para promover la justicia y la dignidad humana.

Carnegie entendía que el capitalismo, si bien era una herramienta de progreso, no tenía un criterio ético intrínseco. Sin una dirección moral, podía perpetuar desigualdades y abusos. Esta preocupación resuena con la doctrina social de la Iglesia Católica, que critica tanto el capitalismo desenfrenado como el socialismo radical, abogando por un modelo intermedio que combine la eficiencia económica con la justicia social.

Ambos enfoques comparten la idea de que el capitalista tiene un deber moral hacia la sociedad. Carnegie sostenía que quienes acumulaban riquezas gracias al sistema capitalista eran responsables de devolver esos beneficios a la comunidad. De manera similar, la Iglesia Católica insiste en que la riqueza tiene un carácter social y que quienes la poseen son administradores responsables ante Dios y la sociedad. Tanto Carnegie como las encíclicas sociales sostienen que la riqueza no debe ser acumulada de manera egoísta, sino empleada para promover el bienestar colectivo. En Rerum Novarum, León XIII enfatiza que el objetivo último de la riqueza debe ser el beneficio de la humanidad.

Carnegie y la Iglesia Católica coinciden en que quienes poseen grandes fortunas tienen la obligación de usarlas en beneficio de la sociedad. Esta visión subraya la idea de que la riqueza es un préstamo temporal que conlleva responsabilidad. Carnegie promovió el uso de su fortuna para fomentar la educación y el conocimiento, creando oportunidades para que las personas pudieran progresar. Las encíclicas sociales, como Quadragesimo Anno (1931), también destacan que el desarrollo económico debe respetar y elevar la dignidad de cada ser humano.

Ambos enfoques coinciden en que el capitalismo necesita límites éticos. Carnegie reconoció los peligros de un sistema económico desregulado, mientras que la doctrina católica critica las desigualdades y abusos que genera el capitalismo sin moral.

A pesar de su contribución al progreso social y la filantropía, Carnegie no estuvo exento de controversias. Su legado como industrial se vio empañado por hechos como la inundación de Johnstown en 1889, cuando una presa mantenida por un exclusivo club, del cual Carnegie era miembro, colapsó y causó más de 2,200 muertes. Aunque Carnegie no fue directamente responsable, su asociación con el club y su falta de acción frente a las advertencias previas sobre la seguridad de la presa lo vinculan indirectamente con esta tragedia.

Otra mancha en su reputación fue la huelga de Homestead en 1892, cuando trabajadores de una de sus acerías se enfrentaron a una violenta represión. Aunque Carnegie estaba fuera del país, su gerente Henry Clay Frick contrató a agentes privados que desataron un conflicto mortal. Este episodio simbolizó la brutalidad de la lucha de clases en la era industrial.

A pesar de las contradicciones y controversias de su vida, Andrew Carnegie dejó un legado de reflexiones sobre el uso ético del capitalismo que resuena con las enseñanzas sociales de la Iglesia Católica. Ambas visiones convergen en la idea de que la riqueza es una herramienta poderosa que debe ser utilizada para elevar el bienestar colectivo y reducir las desigualdades. Tanto El evangelio de la riqueza como las encíclicas sociales invitan a los ricos a actuar no como propietarios absolutos, sino como custodios responsables de los bienes sociales. Este mensaje sigue siendo relevante hoy, recordándonos que el progreso económico sin ética está vacío de propósito.

Referencias:

Carnegie

https://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/5RepDictadura/1890-ER-AC.html

Encíclicas

https://www.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum.html

https://www.vatican.va/content/pius-xi/es/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_19310515_quadragesimo-anno.html

spot_img

Lo + Nuevo

spot_imgspot_img