Tegucigalpa, Honduras. “La cárcel me ha cambiado; ahora soy una mejor persona”. El 22 de febrero de 2024, el narcotraficante confeso Alexander “Chande” Ardón se presentó ante el juez Kevin Castel para declarar en el juicio del expresidente hondureño Juan Orlando Hernández.
En ese proceso, el exalcalde de El Paraíso, Copán, Honduras, reiteró varios hechos, como que traficó hacia Estados Unidos 250 toneladas de cocaína, que había participado en la muerte de 56 personas y que producto de esa actividad ilícita amasó una fortuna de millones de dólares.
Pero también hizo otra “confesión” durante el contrainterrogatorio, un deseo que la justicia estadounidense no tardó en conceder. Pedid, y se os dará. Recordemos ese momento:
(Raymond Colon, defensa de Juan Orlando Hernández): ¿Quieres tiempo cumplido por cooperar, correcto?
Alexander Ardón (AA): Sí.
(Defensa): Todos estos crímenes y asesinatos, ¿quieres que desaparezcan?
AA: Solo digo la verdad y trato de tener una nueva oportunidad de vida como una mejor persona.
(Defensa): ¿Entonces, ahora eres una mejor persona?
AA: La cárcel me ha cambiado.
(Defensa): ¿Estás arrepentido?
AA: Sí.
(Defensa): ¿Pero esperas que se cumpla el tiempo?
AA: Si esa es la voluntad del juez…
(Defensa): Su motivo es el tiempo cumplido, no el remordimiento hacía sus víctimas.
AUSA (Gutwillig): ¡Objeción!
11 meses después, el sistema premió al más astuto. “Espero no volver a verlo nunca más”, fueron las palabras del juez Paul Engelmayer que resonaron en una de las salas del Distrito Sur de Nueva York. Acto seguido, agradeció la cooperación de Ardón.
“Es un honor”, respondió “Chande”.
La justicia como mercancía
En El Paraíso, Copán, una localidad estratégicamente situada en la ruta de la droga que conecta Sudamérica con México y Estados Unidos, Ardón fue alcalde durante 14 años.
Obtuvo ese cargo de “elección popular” producto del fraude y la compra de votos con lempiras y dólares sucios.
El joven asesino, apenas educado en un pueblo remoto que no aparecía en el mapa político, pero sí en el radar de los narcotraficantes, llegó a ser el amo y señor de la zona y amasar una fortuna manchada de violencia y sangre.
Mezcló la droga con la política (¡ingredientes potentes!); de ambas actividades aprendió estrategias de supervivencia a cualquier costo, prueba de ello es que, gracias a su “colaboración eficaz”, recuperó la libertad en un mundo donde la justicia se negocia sin dejar margen de utilidad para las víctimas.
Los habitantes de El Paraíso celebran la “buena nueva” del tiempo cumplido más diez años de libertad vigilada.
La ruta de la droga deja huellas de sangre, el rastro que ese polvo blanco levanta es capaz de cegar aún a la justicia imperial. Había una vez un narco.