Frank Luntz, connotado analista norteamericano, experto en grupos focales y marketing político, dijo esta semana al diario “El País” de España, que la política ha dado un “giro copernicano” a nivel mundial: “Todo lo que sabíamos del tema -y él sabe bastante- ha dejado de ser verdad” dijo en un tono más bien lúgubre y nostálgico que convencido.
Aunque la entrevista otorgada al conocido diario español derivó principalmente acerca de las próximas elecciones norteamericanas, no debería ser ajeno para nadie que dicha preocupación se puede extrapolar fácilmente a la realidad mundial de nuestros días.
2024 se ha caracterizado por ser el año récord en elecciones. Para algún analista extraviado lo anterior podría parecer un triunfo de la democracia, pero no es así. Los más de setenta procesos que estamos presenciando incluyen un gran número de patrañas, algunas incluso, groseras e insultantes a la inteligencia.
Hubo elecciones en Rusia, por ejemplo, y ya sabemos que Putin triunfó de manera aplastante, las hubo en Nicaragua, El Salvador, en Irán donde triunfó un pelele de los Ayatolas, también en México, amado país en el que lamentablemente se está gestando nuevamente la “dictadura perfecta”, ayer se llevaron a cabo elecciones en Uruguay y en una semana tendremos la esperada “elección del siglo” en los Estados Unidos.
Lo paradigmático de esto, es que estamos siendo testigos del ascenso, al parecer imparable de la vulgaridad y la mentira que se asocia, con cada vez mayor acento, a las preferencias de la masa, cansada y hasta podrida de ver tanto fantoche que oferta sin cumplir.
Así que las preocupaciones de Luntz son más que válidas y trascienden a Trump: Está de moda insultar, provocar confrontación y mentir. Estos vicios, otrora execrables, parecen más bien encontrar pábulo en los votantes hartos de una clase política plagada de “caballeros engominados sinvergüenzas”, por demás cínicos.
Los del patio no se han quedado atrás. Aquí ha tomado impulso el uso de toda la parafernalia mediática para decalcificar de manera zafia a quien ose opinar distinto al discurso oficial o a la forma tradicional de percibir la política. Se utilizan de manera ilegal los medios oficiales para llamar a cadenas nacionales, se gasta el dinero público en la diatriba, se dicen mentiras o medias verdades para aparentar eficiencia gubernamental, ¿Qué más nos toca esperar?
Las elecciones por sí solas no garantizan buenas políticas o resultados. No son sinónimo de democracia republicana ni mucho menos. Lo que ofrecen es la oportunidad de responsabilizar a los líderes por los fracasos de las políticas y recompensarlos por los éxitos percibidos.
Las elecciones se vuelven peligrosas cuando elevan a líderes que no solo buscan imponer políticas cuestionables desde una perspectiva pragmática, sino que también esperan debilitar o socavar las instituciones democráticas básicas.
Honduras se está acercando peligrosamente al rincón de los “malandros”. Que una precandidata asuma roles mandatorios frente a un tema históricamente sensible como la defensa nacional, que un fiscal general pretenda convertirse en estrella televisiva, no hace más que exacerbar un ambiente, de por sí ya repleto de discursos de odio.
Mejor sería imitar ejemplos como el de Uruguay, que, con las elecciones de ayer domingo, confirmó que sigue siendo el ejemplo para seguir en la región. Este país entrañable ha tenido, con presidentes y gobiernos de diferente visión política, transiciones democráticas impecables, con moderación, con diálogos continuos en los que se han conseguido consensos que no solo le han traído paz sino también un notable éxito económico.
Ojalá y nosotros, como en Uruguay, entendiéramos que hay temas en los que debe haber total consenso: la democracia republicana, esto es, el respeto a la división de poderes, la economía de mercado, la protección del ambiente, la seguridad jurídica y el respeto a la propiedad, son discusiones zanjadas desde hace años en aquel país. Sobre lo demás podemos discutir, porque siempre habrá cosas que mejorar, situaciones que cambiar, problemas que resolver.
Tal vez algún día entendamos que es mejor juntarse con los buenos y no con los desordenados, espantajos y crueles. Eso me decía mi mamá cuando me mandaba a la escuela. Por suerte le entendí.