Tegucigalpa. – El año que comienza inició con dos mensajes que nos recuerdan el país que tenemos: frágil, polarizado, politizado y con problemas estructurales que no ceden, se acentúan, sin que nuestros liderazgos políticos, económicos y sociales se encuentren, pues lejos de acercarse parecen distanciarse frente a un pueblo que emigra, que clama por la salud, el empleo y la vida, entre muchas otras cosas. El diálogo como forma de solución de conflictos, no asoma.
El primer mensaje lo dio la presidenta Xiomara Castro el 1 de enero, recordando el país heredado, los desafíos enfrentados, los retos por venir y la estrategia de defensa-ataque hacia quienes identifica como sus críticos y sus opositores, todos o casi todos, según su imaginario y el de algunos de sus asesores que invaden las redes sociales con el descrédito. El segundo mensaje vino del sector privado y su bandera de luto por el empleo izada en las instalaciones de su principal cúpula gremial como es el Consejo Hondureño de la Empresa Privada (COHEP).
El COHEP razona su bandera de luto como una legítima forma de protesta cívica, pero ello ha incomodado al gobierno y sus distintas vocerías; no obstante, el sector privado presentó también una radiografía sobre el país que tenemos y los duelos que avizora: la falta de empleo, la migración, el problema de las invasiones de tierra sin resolver, la necesidad de revisar el estado de excepción en materia de seguridad, los problemas de gobernabilidad democrática, inseguridad jurídica y la lucha contra la corrupción al demandar la urgente instalación sin dilatorias de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Honduras (CICIH). Aborda las reformas sociales pendientes y el punto que genera cisma con el gobierno: la reforma fiscal.
Esa mirada desde la perspectiva del sector privado coincide con los problemas estructurales que ha citado en sus discursos la presidenta Castro, pero por cosas del destino, ambas visiones no se han podido conjuntar para construir el país de oportunidades, de certidumbre y de tranquilidad que todos deseamos, un país tan distante que uno se pregunta: ¿Qué tan difícil es dialogar? ¿Se agotó el diálogo en Honduras? ¿Dónde está la gente? ¿A quién le importa la gente? Al unísono dirán que a todos les importa la gente, pero todos con sus banderas puestas, sin ceder terreno.
El diálogo y la construcción de un nuevo pacto social no solo parecen estar en la agenda del sector privado—conservador por naturaleza–, también se escucha desde las centrales obreras—menos conservadoras–, mientras del lado del gobierno, el diálogo no parece ser posible sino es bajo sus formas y métodos: todo o nada.
El país parece estar empantanado rodeado de arenas movedizas que si se agigantan nos pueden tragar sin darnos cuentas. Los liderazgos a todos los niveles nos están fallando, y es preciso encontrar los constructores de consensos en todos los sectores claves, empezando por el gobierno, obligado a convocar con la gente más capaz que tiene, es cuestión de identificarla en medio de la espesura que le rodea. La presidenta Castro tiene ese gran reto, que debe ser prioridad porque hay cosas que no paran y afectan a todos: la violencia, la inseguridad, la migración, la salud, la educación y el desempleo.
La más reciente encuesta del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) señala que cerca de un millón de hondureños piensa en emigrar, pero de esa cifra, cerca de medio millón ya tomó la decisión de hacerlo. Esa migración nos deja familias desintegradas y hasta divididas. Esa no es la Honduras que quiere la gobernante, seguro no es la Honduras que quiere el sector privado, menos los que menos tienen, que somos el resto, y nos seguimos preguntando: ¿Qué tan difícil es dialogar? En los pueblos dicen que hablando se entiende la gente, ¿Será que se puede? El tiempo no corre a favor porque ha iniciado la campaña política de forma impetuosa y prematura; y ese tiempo pueda que no favorezca a la presidenta Castro, la mujer que nos gobierna y en quien se cifraron enormes esperanzas; esperanzas que puede avivar y agrandar en este medio término que le falta si aún cree que tiene espacio para escuchar.