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El conflicto de Irlanda del Norte entra en el museo para curar heridas

Londres – Aún hoy, 25 años después de que las armas callasen, resulta complicado en el Reino Unido mirar cara a cara al sangriento conflicto en Irlanda del Norte: lo ha hecho la ficción, a través de la comedia «Derry Girls» o la novela «Milkman», y ahora trata de hacerlo una exposición en Londres, que recoge testimonios sin buscar conclusiones.

«La gente tiene diferentes perspectivas sobre lo que sucedió. No hay una historia única en la que todos los implicados coincidan. Le corresponde a usted decidir si está de acuerdo o no con las voces que escuchará», avisa en un cartel a modo de advertencia el comisario de la muestra, Craig Murray.

«Northern Ireland: Living with the Troubles» («Irlanda del Norte: Viviendo con el conflicto»), que se abre este viernes en el Imperial War Museum de Londres, documenta desde una óptica neutral las palabras de protagonistas y víctimas de tres décadas de violencia en esa provincia británica.

Junto a esos testimonios se exhiben objetos, vídeos y fotos que ayudan a entender mejor que la «normalidad» en Irlanda del Norte desde 1969 hasta 1998 -cuando se firmó el Acuerdo de Viernes Santo- difería mucho de la que se vivía en el resto del Reino Unido.

La exposición surge de la constatación de un fracaso: la incapacidad de superar un problema que sigue abierto en muchas dimensiones.

«El Acuerdo de Viernes Santo, o de Belfast (como lo llaman los unionistas), detuvo los asesinatos, pero dejó muchas cosas sin resolver sobre las víctimas, sobre las divisiones sectarias, sobre vivienda y sobre educación. Es en buena medida un conflicto sin resolver», dice a EFE Murray.

Una reconstrucción caleidoscópica

Apenas hay algo de espacio al inicio de la muestra para el puro enfoque factual: un vídeo explica el origen de la relación entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte desde el siglo XVII hasta 1969, cuando estalla la violencia.

A partir de ahí toman la voz los testigos de ese oscuro pasado, que difieren en sus relatos desde la primera sala, un intento de reconstruir los sucesos de junio de 1970 en torno a la iglesia de St Matthews en Belfast, cuando murieron dos unionistas y un nacionalista.

Aunque ha habido intentos, casi siempre infructuosos, de lanzar programas de reconciliación con las víctimas, Murray duda de que pudiese prosperar cualquier iniciativa de justicia transicional como las que se han dado en otros países castigados por conflictos comunitarios.

«¿De quién sería esa justicia? Mucha gente en el bando republicano discrepa de la justicia británica, muchos no verían al Reino Unido como un actor imparcial. Así que no estoy seguro de cómo funcionaría o de si hay alguna forma de hacerlo», explica el comisario.

Pese a ello, el mero hecho de que cada parte pueda dar libremente su versión de lo sucedido es lo que ha conseguido preservar la paz hasta ahora, considera.

Una anormal normalidad

La muestra presenta objetos cotidianos y algunos inéditos, desde la pelota de goma usada por los antidisturbios a carteles de propaganda de los grupos paramilitares y el IRA o un cuadernillo con el Acuerdo de Viernes Santo.

Murray realizó continuos viajes a Irlanda del Norte a lo largo de cinco años para obtener los testimonios. Optó por no preguntar a sus entrevistados por los posibles delitos o crímenes que cometieron y que se desconocen, al no poder garantizar el anonimato de esas confesiones. En su lugar, quiso conocer las opiniones sobre los hechos que se conocen o por los que ya fueron condenados.

En ocasiones, esas declaraciones hielan la sangre.

«Para poder participar en acciones armadas contra seres humanos, tienes que despersonalizarlos. Yo veía al RUC (el cuerpo de policía mayoritariamente protestante), al Ejército británico y al resto de agentes del Estado como nada más que objetivos… cualquiera puede disparar a un blanco, pero es mucho más difícil disparar a ‘Brian’, que tiene tres hijos, le gusta el golf y hace un poco de trabajo de voluntariado, corre por el monte y lee los mismos libros que tú».

Quien habla así es Jake Jackson, antiguo miembro del ya inactivo IRA. Esa distorsión de la mirada queda patente a lo largo de la muestra. Lo extraordinario se convierte en lo cotidiano. La normalidad en el Ulster es de todo menos normal.

«Se acostumbraron a los soldados en tu jardín. A los controles policiales. A los muros que separan las comunidades. A las comisarías que parecen fortalezas (…). Una mujer con la que hablé me dijo que hasta que no se mudó a Inglaterra nunca pensó: ¿cómo puede vivir la gente así?», señala Murray.

Un cortometraje que entrevera imágenes de Irlanda del Norte con voces de sus habitantes cierra la exposición. Lo habitual suele ser abrochar este tipo de muestras con un mensaje de esperanza. Pero aquí hay pocos asideros. Las heridas son tan profundas, la división tan arraigada, que apenas hay rendijas para vislumbrar una solución. EFE

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