Después de escuchar a un joven Ministro hablar, con mucha admiración, del PIB, Producto Interno Bruto, de Venezuela, me pareció conveniente analizar qué es el PIB y cómo se calcula. Así podremos encontrar una base común para discutir adecuadamente este concepto. Así que comencemos nuestra tarea.
El PIB intenta calcular la producción anual de la economía de un país. Supuestamente captura el valor de todo lo que se produce, tanto bienes como servicios, en el territorio de un país. Hasta acá todo parece sencillo, pero el asunto es cómo se hace el cálculo. En los países más desarrollados, donde la economía es formal, donde la mayoría de la población económicamente activa participa en la producción, y donde la información es transparente y fácilmente obtenible, el cálculo es en efecto tedioso, pero relativamente sencillo. Cuando la economía es principalmente informal, como suele ser en los países en desarrollo, la situación es más complicada. En estos casos, las empresas no cuentan con contabilidad, ni con estados financieros y por tanto se dificulta estimar su contribución a la producción nacional. Por supuesto que es posible estimar la contribución del sector informal, pero un estimado no garantiza exactitud. Por otro lado, en los países en vías de desarrollo muchos ciudadanos, especialmente las mujeres, laboran sin recibir pago alguno, especialmente en los oficios domésticos. Igualmente sucede en el campo con la producción para el autoconsumo. El valor de la producción para el autoconsumo, donde nuevamente no hay pago, típicamente no es tomado en cuenta al momento de calcular el PIB. Resulta evidente que entre menos monetizada esté una economía, más impreciso será el cálculo del PIB.
Además de lo anterior, luego tenemos el problema de la confianza que pueden generar las cifras publicadas por los gobiernos de los países, a quienes puede convenirles subestimar el PIB (para parecer más pobres que otros y así tener acceso a más financiamiento concesional), o, por el contrario sobreestimarlo (para hacer creer a propios y extraños que el gobierno maneja sabiamente la economía). ¿Qué hacer entonces para poder confiar en las cifras que nos presentan? Nótese que el sector privado resolvió este problema recurriendo a los servicios de auditores externos, quienes, al menos en teoría, gozan de independencia y autonomía para poder analizar los estados financieros preparados por las diferentes empresas y luego asegurar que dichos estados financieros han sido elaborados utilizando normas y procedimientos acordados internacionalmente y que además reflejan razonablemente bien la situación financiera de la empresa. Debemos reconocer que el esquema no siempre ha funcionado bien, como lo demuestra el caso de Enron, donde los auditores externos no cumplieron a cabalidad con su tarea, pero en general el esquema ha funcionado razonablemente bien y con ajustes periódicos ha servido para que los inversionistas se arriesguen e inviertan sus ahorros en diferentes empresas. La pregunta entonces es ¿quién es el auditor externo de los gobiernos?
La respuesta es que lo más cercano que tenemos a un auditor externo en estos casos es el Fondo Monetario Internacional, quien en su Convenio Constitutivo previó un mecanismo de consulta (Artículo IV) e identificó la información que el Fondo podrá solicitar a sus miembros (Artículo VIII). Si bien este mecanismo ha funcionado razonablemente bien, ha habido casos en los cuales los países miembros se han negado a proporcionar información al Fondo (Argentina en tiempos de doña Cristina, y Venezuela desde hace ya varios años). En esos casos, el Fondo no puede opinar sobre las cifras presentadas por los países, y por tanto generalmente no son tomadas seriamente. Recordemos además que las cifras nacionales son preparadas en dólares y por tanto la producción registrada en moneda nacional debe ser convertida a dólares, utilizando una tasa de cambio razonable. Pero, ¿cuál es la tasa de cambio? En Argentina en este momento hay casi una docena de tasas de cambio, incluyendo la de mercado negro. No es evidente cual es la que se debe emplear. Aunque técnicamente es posible hacer el análisis sector por sector utilizando la tasa de cambio aplicable a cada sector, en la práctica todo esto introduce imprecisiones. ¿Y qué decir de Venezuela? ¿Cuál es la tasa de cambio, la oficial o la de mercado negro? Nótese que para convertir la producción denominada en moneda nacional a dólares se debe dividir el valor de la producción en moneda nacional por la tasa de cambio, lo cual implica que entre más baja sea la tasa, más alto será en valor de la producción nacional expresado en dólares. Por esta razón don Nicolás Maduro insiste en que se utilícela ficticia tasa oficial. En resumen, el PIB de países como Venezuela, y en ocasiones Argentina, no puede ser tomado en serio. Simplemente las cifras, y la tasa de cambio empleada para preparar el PIB, no son confiables. Lo mismo puede decirse de otros países que, como Corea del Norte y Cuba, no son miembros del Fondo.
La situación se complica aún más si recordamos que el poder adquisitivo de un dólar varía de país a país, por lo que usualmente se ajusta la cifra para reflejar esa diferencia. Así nace el PIB calculado tomando en cuenta el poder de compra, PPP por sus siglas en inglés. En teoría el PIB per cápita, que no es más que el PIB dividido por la población de un país, expresado en esa forma, es decir, tomando en cuenta la diferencia de poder adquisitivo del dólar en los diferentes países, permite una comparación más justa del PIB per cápita de un conjunto de países. En otras palabras, el tema es más sutil que lo que algunos piensan.
Al final, la admiración de la economía venezolana porque su PIB per cápita es cuatro veces que el correspondiente a Honduras no es más que una ilusión que busca confirmar una realidad imaginaria que a su vez procura reforzar una posición ideológica. De cualquier forma, recordemos que la riqueza de recursos naturales con que cuenta Venezuela debería, si la economía fuera bien manejada, alcanzar un PIB per cápita mucho más alto que el que tiene en este momento, independientemente del valor que este tenga actualmente. Lamentablemente esa riqueza ha resultado en un modelo rentista y extractivista, en una economía que depende exclusivamente de la exportación del petróleo crudo y en una monstruosa corrupción. Claramente que Venezuela no es un modelo para nadie.