Messi por un mes

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Óscar Flores López.

Me gustaría ser Messi, aunque solo del 20 de noviembre al 18 de diciembre. Después de eso volvería a ser un hombre normal, es decir, un completo desconocido para el resto del planeta.

Quiero ser Messi para hacer lo que el verdadero Messi hace: eludir a todos los defensas del equipo rival y mandar un rezago que termine en gol… Es que no soy egoísta.

Pero antes debo aclarar, porque estoy seguro de que más de algún morboso ha de estar pensando “Ah, lo más seguro es que a este le quiere caer a la Antonela”.

No es el caso.

Entonces preferiría ser Cristiano Ronaldo, por aquello de ser el esposo de la Georgina. Pero no, no es eso. Mis razones son otras.

Me veo durante ese mes como un Messi endiablado que hace trizas a Arabia, a Polonia y a México en fase de grupo. Sobre todo a México.

Al Tri le ganaríamos 5 a 0 gracias a una extraordinaria tarde mía. O sea, del nuevo Messi.

Después me luciría en octavos, en cuartos y en semifinales. ¡El nuevo Messi —una foto mía en las portadas de todos los diarios—, lleva a la Argentina a una nueva final.

Día de la gran final. Domingo 18 de diciembre. En el camerino lanzo una arenga que opacaría a las de los grandes generales de la Roma Antigua o la de Montgomery en el Día D.

En el minuto 90, en medio de un silencio de cementerio en el estadio de Lusail, con el tiempo extra a la vuelta del tiro de esquina, arranco un metro atrás de la mediacancha, tan veloz, que desaparezco por un segundo de las pantallas de TV, eludo a uno, dos, tres, cuatro, a los que sea, avanzo, veo con el rabillo de mi ojo izquierdo una sombra albiceleste, solo me quedan dos defensas, quítense de mi camino, carajo, el portero se me tira a los pies, hago un quiebre, lo dejo pegado como sanguijuela, y lo veo a él, a él, al verdadero Messi, con el rostro iluminado por la gloria, la barba rojiza de profeta, y se la paso suave, suavecita, casi en cámara lenta, y le digo “Este gol es tuyo, metelo, metelo, te lo merecés, Lío, vos más que nadie, no me importan las tardes que me amargaste (le recuerdo rápidamente que yo soy hincha de la Juventus, y que él, el Messi verdadero, con el Barcelona y el PSG, se ha cruzado varias veces en nuestro camino), y ambos comenzamos a llorar, y nos queremos abrazar, pero Messi aún no mete el gol, y vacila, pues no sabe si darle con todo para descargar años de frustraciones, y se decide por lo otro, pac, una caricia, como diciéndoles a todos los que lo han llamado pecho frío, “shiisssss, silencio”, pero ocurre todo lo contrario, el silencio es una granada que explota cerca de mis oídos: ¡Goooooolllllllllllllll!

Y Messi se me tira encima y me abraza, y me da las gracias, y le digo que no, no, no, yo soy el que te tiene que dar las gracias a vos por nacer en esta época, porque sí, me jodiste un par de veces la vida, pero fueron muchas más las alegrías que me diste, gracias, gracias, gracias por tu magia.

El 19 de diciembre, día lunes. Sobre la mesa del comedor, un periódico: “Messi define el Mundial con pase del otro Messi”.

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