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Elecciones presidenciales ejemplares y la piedra en el zapato

Ricardo Puerta

Tegucigalpa. – El escrito comenta las pasadas elecciones presidenciales y los extraordinarios e inesperados resultados que obtuvo la candidata Xiomara Castro de Zelaya, que demuestran la sabiduría que posee el electorado hondureño. Talento habitualmente ignorado o negado. 

El artículo cierra con un breve comentario sobre el voto de castigo que favoreció a Xiomara y su Alianza. Eso lo considero ahora un reto que arrastra como piedra en el zapato el nuevo gobierno que tomará posesión a partir del 27 de enero de 2022. 

Lo inesperado pasó

Hemos tenido en Honduras unas elecciones presidenciales que por margen de resultados casi nadie anticipó. Y los pocos “que sí la pegaron en sus proyecciones”, no les creíamos porque eran juez y parte de candidatos a elección, que los habían contratado para que nos vendieran a sus nuevos ídolos, fabricados con profecías auto-cumplidas, deseadas y previamente imaginadas por sus empleadores. Las cuales, al divulgarlas, la calle las percibía como “prejuiciadas y sin validez”, ante la brutal y multivariada realidad prevaleciente, que estaba llena de miedos y prejuicios polarizados.  

Las tomábamos como auto esperanzas de sus autores, que ante su insistencia, buscaban provocar conductas en otros -en este caso- en el elector hondureño, para volver real lo hipotético y dudoso.  

El término “profecía auto-cumplida” fue acuñado en 1948 por el sociólogo norteamericano Robert K. Merton. En inglés se conoce por “a self-fullfilling prophecy”. 

Como autor de este escrito y sociólogo con más de 40 años de experiencia en mi profesión, investigo hechos sociales. En mi caso, generalmente empezando por la “migración de los hondureños y temas relacionados”. Y en base a esas labores, mantengo una valiosa y amplia correspondencia con más de un centenar de amigos y colegas de muy distinto ADN, que dentro y fuera de Honduras, comentan, analizan y escriben sobre temas que me interesan y “otros análogos de interés nacional”.  

Para el propósito de este artículo, lo principal es que ninguno de ellos -ahora yo incluido- anticipó el sabio comportamiento que tuvo el electorado hondureño el 28 de noviembre al elegir al Presidente de Honduras para los próximos cuatro años. 

Antes de las elecciones, entre analistas, escritores y comentaristas, lo más común era pronosticar que quién fuera ganar la elección presidencial lo haría con una diferencia de votos tan estrecha frente al rival que le siguiera, que éste de inmediato negaría tal diferencia, alegando que fue producto de un “fraude electoral”.  Y como efecto inmediato de tal confrontación, las fuerzas en pugna se irían a la calle, a resolver la polarización y el conflicto, usando todos los medios a su alcance, incluyendo entre ellos la lucha de todos contra todos. Sin duda, con fatales consecuencias para la ciudadanía, el electorado hondureño y el futuro democrático del país. 

Sin embargo, sucedió lo contrario. El dedo meñique, manchado de tinta negra en el votante efectivo, como prueba que ya ejerció el sufragio, sustituyó al puño amenazante y salvaje, que de forma inédita nunca llegó a “ser la solución”. 

Lo sucedido fue mas más bien una contienda electoral, realizada entre hermanos que tienen preferencias distintas y mutuamente respetadas, sin apelar a la violencia, y ejercida en un ambiente generalizado de paz y tranquilidad. Ambiente tan inesperado, que sorprendió y agradó a las grandes mayorías y envió al mundo exterior un mensaje civilizador, en vez de salvaje y opuesto al que muchos anticipábamos. Eso explica por qué el electorado hondureño, desde las primeras horas de votación acudía masivamente a las urnas, con el 68% de participación, hasta ahora, la mayor proporción del electorado potencial lograda en las elecciones de Honduras. 

Según el expediente público, el proceso electoral hondureño no fue fácil lograrlo. Estuvo marcado por atrasos, denuncias de irregularidades y la pandemia de la Covid-19. El proyecto para identificar a más de 5.5 millones de personas y dotarlas de un nuevo documento de identidad antes de las elecciones generales del 2021 concluyó en Honduras con demora, en la medianoche del pasado 5 de septiembre.

Pero aún con esas dificultades, el nivel de participación y el modo de votar del elector hondureño, evidenciaron que, al momento decisivo, el ciudadano común se comportó como un elector responsable, consciente de sus opciones, superando con ello las limitaciones e inconvenientes indiscutibles que de hecho tiene. Y a su vez, superando el alto índice de pobreza en que se vive -casi el 70% del total- y, además, sin afectar la baja tasa que posee en años de escolaridad -menos de 7 años-  y el alto nivel de analfabetismo que padece, mayor al 12 por ciento en la población. 

Ese inesperado “milagro democrático” se convierte en reto para el nuevo Gobierno. Requerirá de años de profundos y amplios estudios y revisiones, para llegar a comprenderlo y explicarlo científicamente.

En base a lo anterior, éste 28 de noviembre del 2021, marca un hito histórico, un antes y un después, un hecho sin precedente, en la historia política electoral de este país. Y de paso deja un serio cuestionamiento a la reiterada subestimación que con frecuencia mantenemos -por ignorancia y error de medición- los analistas del electorado hondureño, incluyendo mi persona. 

¿Qué hacer en el nuevo Gobierno con el voto de castigo a favor de Xiomara?

A pesar de lo antes dicho sobre la elección del Presidente, hay que darle una atención especial al voto negativo por Xiomara, llamado también “voto de castigo”, que expresó el electorado hondureño para quitarse de encima el Gobierno de turno nacionalista, dominado por el centralismo de Juan Orlando Hernández, su presidente inconstitucional durante los últimos 12 años, artífice y responsable de mal gobierno que ejerció en el país centroamericano. 

Me refiero a 3 subpoblaciones de votantes que fácilmente suman, según mi estimado, suman casi 200 mil votos presidenciales válidos para Xiomara Castro y la Alianza. 

En ese voto negativo se destacan 3 subpoblaciones: “Cachurecos por Xiomara”, “Liberales por Xiomara” e “Independientes por Xiomara”.  

El nuevo Gobierno de Xiomara hereda ese reto. Partiendo del hecho, que antes de las elecciones, ninguna de esas 3 poblaciones eran parte integral de la base electoral de Libre y sus partidos de Alianza. Por lo tanto, abren, al menos 3 interrogantes:  

¿Cómo el próximo Gobierno podrá mantener una política de Estado de Derecho, multipartidista, con democracia participativa, abierta e incluyente de bienestar para todos, sin perder el apoyo de estas 3 mencionadas bases electorales? 

¿Serán necesarios esos ciudadanos votantes para realizar en Honduras un buen Gobierno de Unidad y Reconciliación Nacional, que como mínimo, siempre resulte en algo efectivo para cada hondureño, sin distinción partidista?

¿Tendrá el Estado hondureño, que recomponer y reforzar el bipartidismo y el votante independiente para que la democracia hondureña se mantenga sólida – e incluso sobrepase-  el 68% de votación activa, margen proporcional superior, que sabiamente ejerció su voto en las elecciones presidenciales pasadas?

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