Roberto Micheletti, el hombre “más amado y temido” de la transición

Tegucigalpa.- Con una amplia trayectoria política que culmina con una presidencia inesperada, tras los acontecimientos del 28 de junio que derrocaron el régimen de Manuel Zelaya, el presidente interino Roberto Micheletti se convirtió de la noche a la mañana en un personaje que despertó los sentimientos más contradictorios en la población hondureña y la comunidad internacional que van desde la idolatría, el odio y el temor.
 

Tiene de activar en la vida política el mismo tiempo que la Constitución hondureña: 30 años. Nació con ella y ha visto y avalado todos sus cambios y recambios; fue incluso propulsor de una constituyente allá a mediados de los años ochenta, pero terminó convenciéndose que la norma primigenia que rige el Estado hondureño no amerita “cambios bruscos”.

La tolerancia y la conciliación no han sido sus virtudes, pero en los siete meses que le tocó rectorar los destinos del país, dio muestras de querer ser más apacible, menos emotivo y más indulgente. En algunas ocasiones lo logró, pero su carácter impulsivo y autoritario—propio de la cultura hondureña—lo terminó traicionando en momentos cruciales.

Micheletti, de 61 años, es oriundo de la ciudad de El Progreso, en la zona norte, es el penúltimo de un total de nueve hermanos y tiene ascendencia italiana y alemana. Sus padres fueron Donatila Baín Moya y Humberto Micheletti Brown.

Micheletti culminó sus estudios empresariales en Estados Unidos y sorprendió a la hondureñidad cuando, en un inglés muy fluido, respondía interrogantes de cadenas internacionales de prensa con motivo de la destitución de Zelaya por violaciones a la Constitución y su afán por perpetuarse en el cargo. Llegó incluso a corregir la mala traducción que se hacía de sus palabras, que llevó a pedir disculpas a los reporteros internacionales que le entrevistaban.

Casado con Siomara Girón, el presidente de la transición hondureña procreó tres hijos, y según sus declaraciones, la vida de su familia dio un giro de 180 grados, a raíz de la crisis política, debido a la polarización que se produjo en el país y los sentimientos de odio desatados en contra de su persona, que incluso, profirieron algunos sectores religiosos.

El “amor” de la resistencia zelayista


Los sectores opuestos a la destitución de Zelaya, han profesado en contra de Micheletti diversos epítetos que van desde “goriletti”, “usurpador”, “fascista”, “dictador” hasta “genocida”, como un mecanismo de defensa para sacar su cólera y odio ante los acontecimientos. La mayoría de sus detractores se ubicaron en la llamada “resistencia zelayista” y en algunos ex funcionarios de esa administración, que meses previo a los acontecimientos del 28 de junio, lo halagaban y destacaban sus virtudes de “congresista de primera” cuando estaba al frente de la presidencia del Congreso Nacional.

La gente les conocía popularmente como “los rojos”, por sus pañoletas rojinegras, las banderas liberales que portaban, las máscaras en sus rostros y la agresividad desatada en contra de quienes no pensaban igual que ellos o se mantuvieron al margen de la crisis.

Paredes pintarrajeadas, portadas y fotografías grotescas en medios alternativos de comunicación y redes del Internet, en un afán por ridiculizarlo, han sido algunas de las detracciones que ha sufrido Micheletti, mismas que contrastan, con las acciones de idolatría y hasta calificativos de “primer héroe del siglo XXI” que le profesó otro sector de la ciudadanía, complaciente con la salida de Manuel Zelaya.

La idolatría de sus fans

Estos sectores, simpatizantes de lo que públicamente se conoció como “sucesión constitucional”, encabezaron también sendas marchas en las cuales destacaban las “camisetas blancas” en alusión a la paz, la justicia y el no a la corrupción por el cual también protestaban al justificar la salida de Zelaya.



En estos siete meses, el país se pintó de protestas de los “rojos” y los “camisas blancas”, en una estira y encoge en el cual el centro de los dardos a favor y en contra era Roberto Micheletti. En las marchas y protestas, las lágrimas no faltaron, unas de impotencia y dolor; otras de ovación y reconocimiento.

Los “camisetas blancas” días antes de la salida de Micheletti del poder, le hicieron numerosos reconocimientos en el que abundaron los pergaminos de coplas, una estatua que en una de sus manos sostenía la constitución hondureña, y en otra la aplicación del Estado de Derecho, además de nombrarlo en el hemiciclo como “diputado vitalicio”, entre algunos de los agasajos efectuados.

Miembro furibundo del Partido Liberal—en el poder hasta el 27 de enero–, Micheletti es un empresario del transporte, bajo el cual tiene una amplia flota de vehículos urbanos e interurbanos, en donde radica gran parte de su capital.

La actividad política de Micheletti tuvo sus comienzos en los años ochenta cuando ocupaba el cargo de presidente del Consejo Local Liberal en Yoro, y posteriormente el de Secretario del Consejo Central Ejecutivo del Partido Liberal. Ha ocupado la mayoría de los cargos en su partido, por lo que sus correligionarios lo ven como un activista que “empezó desde abajo” y por ende conoce todas las triquiñuelas políticas de su partido y del resto.

Tras su llegada al Poder Ejecutivo, algunos rasgos desconocidos de la trayectoria política y personal de Roberto Micheletti salieron a luz pública, entre ellos el que a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta, fue miembro de la Guardia Personal del extinto ex presidente, Ramón Villeda Morales, quien fuera derrocado por el ejército mediante un golpe militar. Ello obligó a Micheletti a irse al exilio.

En la administración pública, Micheletti fungió como gerente de la Empresa Hondureña de Telecomunicaciones (HONDUTEL), en el gobierno liberal del ex presidente, Carlos Flores, con quien le une una gran amistad, y a quien ha acompañado en todos los movimientos a lo interno del liberalismo.

La vieja guardia del liberalismo

Integrante de la llamada “vieja guardia” del liberalismo, Micheletti forma parte de los caudillismos y cacicazgos de ese partido, por lo que intentó, hace dos años, desde la presidencia del Congreso Nacional, lanzar su precandidatura a la presidencia, la cual perdió frente a Elvín Santos, el ex candidato presidencial de los liberales en los comicios de noviembre de 2009.


Su relación con el ex gobernante Manuel Zelaya fue de amigos, casi más de dos décadas de tratarse y trabajar juntos en las filas de ese centenario partido, hasta que en el último año y medio de Zelaya, entraron en fricciones por puntos de vista distintos relacionados con aspectos ideológicos y sectores afines que les rodeaban.

Pese a ello, Micheletti intentó llevar con Zelaya una relación fluida de poder, al grado que al asumir Zelaya la presidencia del país, le aprobó la ley de participación ciudadana y posteriormente la ley de transparencia y acceso a la información pública, las dos promesas fundamentales de campaña del depuesto gobernante.

También, cuando las relaciones se estaban enfriando y en plena campaña política primaria, Micheletti aceptaaprobar el ingreso de Honduras a la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), el convenio de Petrocaribeentre Honduras y Venezuela. A cambio Zelaya se comprometió a acompañarlo para que fuera el candidato presidencial del liberalismo, con tan mala suerte que perdió; la ayuda de Zelaya no le favoreció.


El rompimiento con Manuel Zelaya

Fue la propuesta de la “cuarta urna” para reformar la constitución y perpetuarse en el poder lo que terminó de distanciar a Zelaya y Micheletti, último que incluso, en un inusual viraje de la clase política del país, aprobó la figura del plebiscito para que Zelaya no incurriera en ilegalidad, pero fue en vano; la confrontación y el envalentonamiento de Zelaya estaban a flor de piel.

De los labios del propio Micheletti se supo que hubo cinco reuniones con Manuel Zelaya y su equipo, antes del 28 de junio. En esas reuniones estuvo, además del ex presidente Carlos Flores, Zelaya, Micheletti y miembros del equipo zelayista, el embajador estadounidense Hugo Llorens. Las citas fueron en la casa del diplomático, pero todo fue en vano, el depuesto Zelaya no cedió.

Tras los acontecimientos de hace siete meses, y al asumir el ejecutivo Roberto Micheletti, las presiones internacionales y las protestas internas se convirtieron en su calvario durante un poco más de 190 días.



Plazos conminándole a dejar el poder, a revertir lo actuado, el quitado de visas, incluyendo la suya, así como la suspensión de ayudas económicas y proyectos de desarrollo programados, fueron entre otras, las presiones que mantuvieron en vilo la gestión de Micheletti, que contra todos los pronósticos, demostró una valentía desconocida y una firmeza de carácter que le generó la animadversión de más de un diplomático, entre ellos el secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza.

La costumbre que heredó de Zelaya

Micheletti, al igual que Manuel Zelaya, tuvieron en sus gestiones una cosa en común: exhibir al público lo que para ellos era importante. En el caso de Zelaya, éste le encantaba exhibir al cuerpo diplomático acreditado en el país llevándole a zonas inhóspitas, dándoles bebidas criollas y una vez mareados, escuchar las alabanzas a su gobierno y persona, todo ello transmitido por el oficial Canal 8.

Micheletti no se quedó atrás. En la cúspide la crisis, en el mes de julio y agosto, cuando arribaron al país la misión de Cancilleres que consideraba venía “a sacarlo del país”, el gobernante interino transmitió la reunión por la misma frecuencia oficial, el Canal 8, en un afán porque la población conociera, sin que le fuera contado, los improperios que en su contra y del país hacían gala los diplomáticos.

Pero la reunión de agosto, fue la más álgida, ante el cruce de palabras entre Micheletti y los representantes de Brasil, España, México, Argentina y El Salvador, por las lecciones políticas y jurídicas de respeto al derecho interno y autodeterminación de los pueblos que le querían inculcar.

Los diplomáticos, que no sabían que estaban siendo evidenciados en directo por la televisión, al término de la reunión y al darse cuenta, bajaron su tono confrontativo, evidenciando su malestar por la “exhibida” sin saber que eso en Honduras fue una costumbre impuesta por Zelaya y replicada por su sucesor.

En esas reuniones, la diplomacia no fue la mejor virtud de Micheletti, avivando así la animadversión de esos países, que pedían para Honduras penas más severas, asfixiamiento de la economía e incluso contemplaron una invasión de los casos azules de las Naciones Unidas, última que no tuvo éxito.

Los detractores de Micheletti, en privado, han reconocido su fortaleza para “resistir la presión” interna e internacional, confesando que si él no hubiera sido el elegido para suceder a Manuel Zelaya, la acción se hubiese revertido con facilidad.%26nbsp;

Los desaciertos

Pero no sólo enemigos se granjeó Micheletti en el ámbito internacional, también tuvo aliados, unos más visibles que otros, pero en su mayoría eran personas procedentes de los llamados ahora países albistas: Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros.

Personajes de esos países desfilaron por la capital hondureña exaltando lo que estimaban las virtudes de Micheletti, a algunos incluso el Congreso está por concederles su nacionalidad.


Pero fue el reconocimiento que le hiciera la Internacional Liberal, al nombrarlo uno de sus Vicepresidentes, un golpe que cayó como agua fría entre sus detractores, en especial en el liberalismo.

Su gestión, en la cual le acompañaron personajes de la vida pública y partidaria hondureña, no puede ser destacada como la mejor, partiendo del despilfarro económico que heredó el país ante la desastrosa gestión zelayista, y posteriormente los desaciertos y abusos de algunos de los funcionarios micheletistas.


Pero es de reconocer que tuvieron la capacidad de elaborar dos presupuestos, el que nunca quiso hacer Zelaya violando la Constitución, y el de proyección para el 2010, que queda a propuesta del nuevo gobierno que asumirá Porfirio Lobo.

La herencia económica de la gestión de Zelaya y Roberto Micheletti es caótica para el país, pero en materia de gobernanza, el presidente interino no solo contuvo la presión interna e internacional, bajo libertades relativas, sino que garantizó las elecciones generales, y logró un control del país que de acuerdo al último informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las muertes registradas suman siete, y no cientos como se han cansado de denunciar los grupos humanitarios no estatales simpatizantes de Zelaya.

Las muertes, nada justificables por causas políticas, son junto a las limitantes al ejercicio de la libertad de expresión, con cierre de medios, amenazas e intimidaciones, el hilo que escapó al control de Micheletti, que pasará a la historia por muchas cosas, entre ellas, un nacionalismo a ultranza caracterizado por el ¡Viva Honduras!

Ausentado temporalmente del poder en dos ocasiones, la primera para las elecciones, y la segunda para la toma de posesión, ambas por presiones internacionales, Micheletti anuncia que se dedicará a reunificar su partido, El Liberal, que aceptará las nuevas funciones de la Internacional Liberal. Para cumplir esas actividades, por circunstancias del destino, se hace acompañar desde hace siete meses de un amuleto espiritual: un anillo de madera que le fuera regalado por una amiga, bendecido por el Vaticano, para que “lo proteja del mal de ojo!

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