El principio del año sorprendió a propios y extraños, cuando Benedicto XVI, anciano, cansado, enfermo y acorralado por los escándalos y las corruptelas protagonizadas sus más allegados, anunció en latín que renunciaba a la silla de San Pedro.
Una renuncia que conmocionó al mundo cuando el papa teólogo, refinado y culto, decidió devolver el báculo y la mitra, lo que no ocurría desde Gregorio XII (1406-1414) para abrir días de incertidumbre, tristeza e improvisación calculada.
Los ciudadanos romanos pudieron ver al papa con su sotana blanca volar en helicóptero hacia la residencia de verano de los pontífices en Castelgandolfo, donde el día 28 de febrero a las ocho de la tarde dejó de ser papa, para pasar a ser papa emérito.
Después, 115 cardenales electores designaron el 13 de marzo en la Capilla Sixtina del Vaticano al cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como nuevo papa, tras cinco votaciones y dos jornadas de cónclave para elegir al 266 sucesor de Pedro.
La elección llenó de euforia a América Latina.
El nuevo papa clausura 2013 con un pontificado marcado por su afán de reformar y abrir la Iglesia y por sus muestras de sencillez y cercanía a la gente con un carisma arrollador, como demuestran los cientos de miles de peregrinos que acuden a la plaza de San Pedro.
Ya son su marca de identidad sus paseos entre la muchedumbre de los miércoles antes de la audiencia, en los que además de bebés que le entregan en volandas, el papa argentino abrazada a personas deformes con un cariño que ha impresionado al mundo entero.
Bergoglio, de 76 años, es un jesuita con corazón franciscano, que dice que quiere ser un papa «al servicio de los demás», que sueña con una iglesia «pobre y para los pobres» y abierta al mundo, tanto, que ha instado a los religiosos a abrir los conventos vacíos para alojar a los refugiados.
Por ello, su primer viaje en Italia fue a la isla de Lampedusa para visitar a los inmigrantes que llegan de África en avalanchas. «¡Vergüenza, vergüenza!», exclamó enojado cuando supo de la muerte de un centenar de ellos al intentar alcanzar Italia en octubre.
Su primera visita oficial al extranjero en julio le llevó a Brasil, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que consagró a una autoridad latinoamericana a nivel internacional. Su actitud a favor de los más desfavorecidos le engrandeció como referente de toda la Iglesia, especialmente en Latinoamérica.
Por eso el goteo de los Jefes de Estado latinoamericanos al Vaticano para visitar al papa es imparable.
Lo primero que hizo el papa fue desprenderse de oropeles. Calza zapatos negros y no los rojos papales (símbolo de la sangre de Cristo) y se aloja en la residencia Santa Marta, una dependencia del Vaticano, junto con obispos y cardenales y no en el palacio apostólico porque, según ha confesado, no quiere vivir solo.
Cuando debe trasladarse por Roma lo hace en un coche Ford Focus, mientras sus escoltas viajan en automóviles de gama más alta, mientras asombran sus llamadas telefónicas a gente necesitada, sus frases diarias en twitter o los llamamientos para el fin de la guerra en Siria, como en la imponente Vigilia celebrada el pasado 7 de septiembre.
Para el papa argentino, la sencillez no está reñida con la iniciativa a la hora de hacer reformas, que le granjean simpatías de católicos y también de ateos.
La más esperada la llevó a cabo cuando nombró secretario de Estado al hasta entonces nuncio en Venezuela, el italiano Pietro Parolin, de 58 años, en sustitución del cardenal Tarcisio Bertone, de 78, salpicado por el escándalo de las filtraciones de los documentos vaticanos, en los que se le acusaba de mala gestión y de abuso de poder.
Otra de las decisiones importantes del papa Bergoglio fue el nombramiento de una comisión de investigación para reformar el llamado banco del Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión (IOR), envuelto desde hace años en numerosos escándalos financieros.
El pontífice creó esta comisión, formada por cinco miembros con carta blanca para investigar todo lo que ocurra en la sede del IOR y constituyó además otro grupo de estudio, compuesto por ocho miembros, para reformar la estructura económica administrativa de la Santa Sede.
Francisco cerró el año con la publicación de su Exhortación Papal en el que resume sus deseos: una Iglesia abierta y misionera, que se renueve espiritual y estructuralmente y regreso a la esencia del Evangelio, para lo que piensa en «una conversión del papado».