El futuro está con nosotros porque sabemos lo que viene. La gravedad de nuestro presente se lo debemos —en gran parte— a la imprevisión, al descuido de lo planificado y a desatender nuestras prioridades. Solo cambiando nosotros, podremos transformar los efectos adversos que nos sacuden crónicamente.
Si bien la pandemia del COVID-19 es un fenómeno relativamente novedoso, hemos sufrido los embates del cambio climático, una y otra vez; hemos descuidado el sistema de salud por muchas décadas y desperdiciado la formación de nuestro formidable talento humano durante generaciones. Privilegiamos nuestra ventaja geográfica sobre los otros elementos vitales de la competitividad global, necesarios para ampliar oportunidades de inversión extranjera. Las desigualdades se acrecientan y nuestro desarrollo humano se mantiene deficitario.
Los hondureños también hemos tenido respuestas colectivas. Coyunturalmente, hemos reaccionado en momentos de grandes demandas para la Nación, sea por fenómenos naturales o por desequilibrios regionales o globales. Pero es la perseverancia de esa respuesta colectiva, ordenada y coordinada, la que nos permitirá construir una sociedad con mejores perspectivas.
Esta es una oportunidad para que, bajo liderazgos locales, sectoriales y nacionales, afiancemos las capacidades que hemos demostrado ante los grandes retos. El plan nacional de reconstrucción y transformación que surgirá del diagnóstico de la CEPAL, será una guía ideal para cimentar nuestro futuro con responsabilidad colectiva, transparencia y solidaridad.
Ya tuvimos un plan nacional similar a raíz de los daños provocados por el Mitch. Evitemos repetir el error de engavetar el nuevo. Las circunstancias nos llaman, una vez más, a tener presente el pasado para no arriesgar el futuro; a cambiar de actitud y a que, con perseverancia, disciplina y sacrificio, nos involucremos en la construcción del futuro desarrollo y prosperidad que merece nuestra hoy golpeada Honduras.
