Covid y frustración

Luis Cosenza

Después de casi cuatro meses de confinamiento en nuestras casas nos encontramos con que la pandemia se agrava y nuestro sistema sanitario está a punto de colapsar. 

A estas alturas nadie puede asegurar cuándo terminará nuestro confinamiento y mucho menos cuando nuestras vidas volverán a la normalidad, o a la “nueva normalidad”, como dicen algunos (sin precisar cuál es o será esa nueva normalidad). En realidad, enfrentamos la “tormenta perfecta”, el acoso de la pandemia, el mal de la corrupción y el vendaval que destruye nuestras empresas, con el consecuente crecimiento del   desempleo, el hambre y la pobreza. Resulta muy difícil pensar en otros momentos en los cuales hemos estado en iguales o similares condiciones.  Aún Mitch fue más benigno y nunca pensamos que no nos recuperaríamos de su devastador impacto.  ¿Qué podemos hacer?  Veamos cuáles son nuestras alternativas y a qué conclusiones podemos llegar.

Supongamos que continuamos como hasta ahora.  Confinados, con un gran número de empresas cerradas, con un altísimo nivel de desempleo y con una gran parte de nuestra población padeciendo hambre por carecer del ingreso diario con el que hacía frente a algunas de sus necesidades.  ¿Hay razón para suponer que la presente situación cambiará o mejorará?  ¿Por qué funcionaría lo que a la fecha no ha funcionado?  De poco sirve que se pretenda culpar a quienes no han respetado el mandato de permanecer en casa.  Eso ignora que un alto porcentaje de nuestra población, más de la mitad, vive en la economía informal y que subsiste de día en día. ¿Cómo pedirle a quien no tiene cómo alimentar a su familia y a sí mismo que se quede en casa?  Con pocas y honrosas excepciones, quienes critican a los compatriotas que no acatan las instrucciones de las autoridades a fin de buscar cómo alimentar a sus familias, tienen asegurado su sueldo mensual.  Es fácil criticar a otros cuando nosotros no padecemos igual que ellos.  Si por alguna razón los críticos sufrieran el infortunio de perder su empleo y tuvieran que vivir de día en día, veríamos que rápidamente se solidarizarían con quienes desacatan las instrucciones oficiales a fin de buscar cómo alimentar a sus familias.  En pocas palabras, es muy poco probable que lo que no ha funcionado a la fecha comience, como por arte de magia, a funcionar bien.  Al paso que vamos, nuestra economía seguirá hundiéndose, y el número de contagiados y de fallecidos continuará creciendo.  Seguiremos así hasta que se cuente con una vacuna, o hasta que la mayoría de nuestra población haya adquirido inmunidad al haberse contagiado y sobrevivido.  Ninguna de estas dos cosas pasará pronto.  Ciertamente no en el transcurso de este año.

Mientras tanto nuestra población se frustra, particularmente cuando se percibe, correcta o incorrectamente, que ha habido corrupción en el manejo de los recursos destinados para hacer frente a la pandemia. Para colmo de males, le corresponde liderar la lucha contra la pandemia a un gobierno percibido por muchos como ilegítimo y contaminado por el narcotráfico y la corrupción.  ¿Cómo liderar efectivamente en estas condiciones?  ¿Cuánto tiempo puede durar esta situación sin que caigamos en un estallido social?  Probablemente no mucho, especialmente si el gobierno ya utilizó muchos de los recursos con que contaba para hacer frente a esta situación.  Si el número de pacientes sigue abrumando a los hospitales, si no contamos con fondos para atender las necesidades de quienes están en el frente de la batalla, especialmente las relacionadas con su protección, si no tenemos recursos para hacer frente a las necesidades de los pacientes y si carecemos de dinero para darle de comer a quienes les pedimos que no salgan a trabajar, no habrá forma de salir adelante. Los conflictos sociales se multiplicarán.

Es urgente que las autoridades reconozcan que su estrategia para combatir el coronavirus ha fracasado.  Es menester definir una nueva estrategia con el apoyo de expertos  en todas las fases del problema.  Este no es solamente un grave problema sanitario.  Es también un grave problema económico.  Ambos temas deben verse simultánea y coherentemente.  Todos entendemos que la vida prima sobre todo lo demás, pero la vida también se pierde cuando las personas sufren hambre, desnutrición y todas las enfermedades que se ensañan contra quienes no cuentan ni siquiera con agua para tomar y para su higiene personal.  ¿Cómo criticar a quienes no se lavan las manos, como continuamente nos dicen, cuando nuestra gente no tiene agua para ello?

Si no revisamos la estrategia, si no le damos dinero a quienes no tienen que comer, si no eliminamos la corrupción en la adquisición de bienes y servicios, si no contamos con una estrategia pragmática y bien concebida para reabrir nuestra economía, simple y sencillamente iremos al despeñadero.  Al final saldremos de esta situación, maltrechos, con un gran número de muertos, con miles de empleos perdidos y con nuestra economía muy debilitada, sino destruida.  Si no cambiamos de rumbo, ese sería el escenario optimista.  El pesimista sería que en el proceso suframos un estallido social de consecuencias imprevisibles.  Irónicamente, lo que no han logrado hacer algunos de nuestros grandes políticos “revolucionarios”, lo habría logrado un diminuto virus.  Como he dicho en otras ocasiones, rectificar es de sabios.  Hagámoslo pronto para no caer en el abismo.

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