Por Alberto García Marrder
Para Proceso Digital, La Tribuna y El País de Honduras
Para los que salgan en avión desde el Aeropuerto Internacional de Madrid, hacia el norte y por la fila de la derecha, podrán ver, a los pocos minutos, desde sus ventanas, una enorme cruz blanca sobre un cerro (San Miguel) y se preguntaran que significa.
Esa cruz, que no es una fosa común y si escarbada de la tierra, es parte de un enorme recinto en Paracuellos del Jarama, donde reposan los restos de más de 8,000 españoles ejecutados en fosas comunes, en 1936, en la mayor matanza de la Guerra Civil Española (1936-39). Es una matanza, incómoda para el actual gobierno socialista-comunista, porque los que fusilaban eran anarquistas, socialistas y comunistas, sin proceso alguno a todo aquel que pudiera ser del bando contrario. O que pareciera monárquico, falangista o militar.
Así, persignándose y entrelazados de dos en dos, iban cayendo en una enorme fosa común amenazados abogados, militares, curas, padres con sus hijos, mujeres, funcionarios, periodistas, escritores y un largo etcétera de la España de entonces. Entre los fusilados por esos milicianos, estaba Pedro Muñoz Seca, el mayor dramaturgo de entonces, autor de casi cien comedias y sainetes.

Y para verlo en persona, he recorrido ese sagrado “Cementerio de los Mártires”, acompañado de mis hijas Gloria y Sara (como fotógrafa) y de una emoción mal contenida.
Tuvimos la suerte de encontrarnos con José Calle Benito, presidente de la Hermandad de Nuestra Señora de Los Mártires y Caídos de Paracuellos de Jarama, que nos dio muchos datos y permiso para tomar fotos (está prohibido, sin permiso).
A mis preguntas, me dijo que estaban enterrados en ese lugar su abuelo y tres tíos.
Hay que recordar que para esas fechas de las ejecuciones (noviembre y diciembre de 1936), España estaba regida por una Segunda República, asesorada por “asesores soviéticos” que mandaban mucho.

Y ante el avance cercano a Madrid de las fuerzas nacionalistas del General Franco, el gobierno decidió trasladarse a un lugar “más seguro”, Valencia, y a dejar la capital a manos de una supuesta junta de anarquistas, comunistas y socialistas.
Y como jefe de “Orden Público”, estaba nada menos que Santiago Carrillo, a sus 21 años y líder del Partido Comunista de España. Este, en sus posteriores “Memorias”, escribió que “no sabía de las ejecuciones”, cosa que nadie se ha creído.
(En mis tiempos de corresponsal en Madrid, si recuerdo a Carrillo como diputado en el Congreso español, como ni siquiera haber matado una mosca).

El enorme recinto de los Próceres de Paracuellos contiene siete zanjas de fosas comunes y miles de lápidas con inscripciones, algunas, de “Muerto por España y por Dios”. Entre los muertos, hay 143 beatos y varios más en espera de ser beatificados.
Hay mucha controversia sobre si estas ejecuciones fueron planificadas por el gobierno de Largo Caballero, aconsejadas por los “asesores” rusos o realizadas por “descontrolados” anarquistas alarmados por el avance de las tropas nacionalistas sobre Madrid y evitar una “quinta columna” falangista.
Lo que sí pasó es que milicianos vaciaron la cárcel Modelo de Madrid y de otras cercanas a la capital y tras el paso de los detenidos por una improvisada “checa”, fueron enviados a Paracuellos-siempre de noche.
En Paracuellos, que era entonces un simple pueblo cercano a Madrid, eran fusilados y varios aún vivos, tirados a unas fosas comunes, cavadas a la fuerza por vecinos del lugar. A muchos les quitaban sus ropas o para humillarlos antes de matarlos, le cortaban, como le pasó al dramaturgo Pedro Muñoz Seca, sus famosos bigotes.

Recorrer este camposanto es un trago amargo y una emocionante experiencia. Es una pena que los jóvenes actuales no sepan de su existencia. Paracuellos es parte de la historia de España, como es ya el Valle de los Caídos, del otro bando. Las atrocidades se cometieron en ambos lados. Y los he visto con mis propios ojos de periodista.









