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Periodismo y más periodismo

Thelma Mejía

El despliegue de unas pancartas difamatorias en algunos puntos de la ciudad en contra de periodistas y medios de comunicación, y luego en contra de los principales líderes de las iglesias católica y evangélica, no son buenos síntomas para el clima de la libertad de expresión y del espacio cívico en Honduras, una de las últimas fronteras que tiene la democracia.

Los orígenes de esa campaña de descrédito, estigmatización e intimidación tienen el propósito de neutralizar, sembrar miedo, concitar odio y violencia entre la población hacia esos sectores. Es una acción propia de los autoritarismos, no de las democracias ni de los demócratas. Sus autores son mentes perversas y enfermas que no aceptan que las ideas se combaten con ideas.

Son acciones propias de una guerra cognitiva y de la elaboración de perfiles que ya nos había anticipado hace unos meses las Fuerzas Armadas en sus ataques frontales contra la prensa al usar sus medios públicos para llamarlos “sicarios de la verdad”, para más tarde indicar que algunos medios respondían a las estrategias del crimen organizado para atacar la credibilidad de los militares. Ellos quieren que los periodistas les revelen sus fuentes y que no husmeen sobre su rol en los hechos del 9 de marzo.

Pero exhibir a las personas con sus rostros en pancartas públicas, es estar frente a una escala más peligrosa de los ataques, es una labor muy propia de los cuerpos de inteligencia del Estado y amerita una respuesta e investigación de quienes nos gobiernan y de los operadores de justicia. El silencio es también sinónimo de complicidad.

En el caso de las iglesias, los ataques a sus máximos exponentes obedecieron a su convocatoria a una caminata de oración por Honduras, la paz y la democracia. El oficialismo lo sintió como una “afrenta” y desplegó todas sus fuerzas para intentar frenar una acción propia y legitima dentro de un Estado laico y de derecho. La respuesta de la ciudadanía fue contundente, lógica en un país conservador como Honduras y donde las iglesias católica y evangélica concitan buen número de feligreses y son consideradas según el Latinobarómetro como la institución de mayor confianza y credibilidad en Honduras, fuera de la institucionalidad estatal. La caminata reafirmó esos datos.

En el caso de los periodistas y medios de comunicación, los informes de libertad de expresión nacionales e internacionales han advertido del clima de polarización y ataques digitales contra la prensa por parte del oficialismo, donde funcionarios públicos, diputados, diplomáticos y asesores usan las redes sociales para intensificar sus campañas de descrédito, violencia política y de género en contra de toda voz crítica que se atreva a desnudar o cuestionar los hierros del gobierno. Se suman a ellos las llamadas tropas digitales, los haters y cuentas ficticias alternas de desinformación.

En tiempos de campaña electoral esos encuentros y desencuentros con los medios se avivan como parte de esas relaciones entre la prensa y el poder. De un lado, atacan ferozmente a la prensa y periodistas que consideran no son parte de su discurso oficial ni del pensamiento único que intentan imponer, pero de otro, buscan a los medios que cuestionan para publicitarse y obtener así la “neutralidad” frente a determinados hechos. Es el estira y encoge en esas relaciones de poder que obligan al periodismo, y a los periodistas comprometidos con su oficio, a sortear las cumbres borrascosas para hacer su labor de periodismo y más periodismo.

El ecosistema mediático hondureño ha cambiado mucho, las redes y plataformas digitales, los nuevos medios digitales y otras expresiones de la comunicación social hacen que la sociedad tenga diversos mecanismos de información, pero el periodismo seguirá sobreviviendo mientras quienes lo ejerzan lo hagan con ética, con profesionalismo y alta responsabilidad social. Sobrevivirá mientras quienes lo ejerzan sean coherentes con sus principios y sus ideas. Y ser coherente en este país es mucho decir en estos tiempos.

La exposición de los rostros de periodistas en pancartas públicas me ha recordado una técnica similar de fines del siglo pasado cuando los militares tenían una unidad llamada Promitec y salieron unos panfletos difamatorios conocidos como “Los azotes”, que luego fueron elaborados por periodistas—dizque combativos– en complicidad con los cuerpos de inteligencia militar en algunos callejones olvidados de la capital.

En su última entrega el Observatorio de la Democracia de la Red por la Democracia alertó sobre la virulenta campaña de ataques en contra del espacio cívico en Honduras que incluye la libertad de reunión, libertad de asociación, libertad de culto y religión, libertad de expresión, libertad de información.

Los ataques, el acoso, las amenazas y la intimidación hacia quienes conforman el espacio cívico están pasando de las redes sociales a exhibiciones públicas y peligrosas como las pancartas en contra de dos sectores claves en la sociedad como los medios y periodistas, que simbolizan la libertad de expresión, y las iglesias, que encierran la fe bajo la cual se congregan los creyentes hondureños, en un país y un estado laico.

Pero también está pasando a agresiones físicas como la que sufrió una reportera de una emisora capitalina a quien la seguridad del Hospital Escuela siguió en los pasillos para evitar que reportara sobre la falta de medicamentos. Le forzaron a que borrara videos y fotografías de forma violenta. Y luego, en Puerto Cortés, un funcionario público de la Empresa Nacional Portuaria puso candado y carteles ofensivos contra las instalaciones de un medio de prensa para que el director de ese medio no sacara al aire su noticiero. El funcionario impidió que se transmitiera información; se desconoce si la autoridad correspondiente ha abierto una investigación al respecto. El silencio es sinónimo de complicidad.

Los tiempos para el periodismo no son fáciles ni lo serán en contextos políticos tan polarizados como el hondureño y de cara a un proceso electoral intenso y con alta dosis de violencia política y violencia digital. El único chaleco antibalas que protege a los periodistas y el periodismo es redoblar esfuerzos por construir historias con información cotejada, con fuentes testimoniales y documentales que contrasten el discurso oficial; con datos y relatos que expongan aquello que desde el poder fáctico y paralelo se quiere ocultar. En el oficialismo se precian en reiterar que el dato mata el relato y en estas honduras hay tantos datos que, en efecto, matan el relato. Frente a la adversidad y las amenazas, el compromiso de la prensa y sus periodistas es: hacer y seguir haciendo periodismo y más periodismo.

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