Por: Víctor Meza
Tegucigalpa.– El Partido Nacional, que a eso me refiero, ha experimentado una evolución tan rara que, por momentos, nos recuerda la metamorfosis de origen kafkiano.
De partido de gobierno pasó a convertirse en partido del gobernante, subordinando su dinámica interna a los caprichos, veleidades y ambiciones del inquilino ilegal de la Casa Presidencial. O sea que de partido gobernante pasó a ser partido gobernado, ente político sumido en la servidumbre y la incondicionalidad acrítica ante el régimen de facto.
Esta transformación no se produjo de una sola vez, de la noche a la mañana. Ha sido el resultado de un largo y gradual proceso de desintegración orgánica, de concentración indebida de poder en sus estructuras internas, de peligrosa contaminación por la cultura de la corrupción y la opacidad en sus diferentes eslabones y circuitos. Poco a poco, las redes de la corrupción institucional fueron ampliando su radio de acción e invadiendo los espacios de la actividad partidaria y su relación con la acción gubernamental en todos los niveles. Buena parte de las cúpulas orgánicas del partido quedaron de pronto absorbidas por las redes delincuenciales del crimen organizado. Así fue como se operó una nueva forma de la metamorfosis partidaria: la reconversión del partido en un intrincado conjunto de redes delincuenciales, dedicadas todas ellas a saquear los fondos del Estado y filtrarlos hacia las actividades políticas y, sobre todo, hacia los bolsillos particulares de sus principales actores y beneficiarios. Por la vía dudosa de muchas fundaciones de fachada, miles de millones de lempiras tomaron el rumbo indebido desde las arcas del Ministerio de Finanzas hacia las cuentas institucionales o particulares de funcionarios, legisladores, líderes regionales y comités de campaña del partido.
Como era de esperar, este proceso interno de desintegración ética de las estructuras nacionalistas habría de reflejarse, más temprano que tarde, en la unidad o en la división de las filas partidarias. Y eso es precisamente lo que está sucediendo en la actualidad, como quedó demostrado en la reciente Convención Nacional celebrada por el PN el pasado sábado 29 de noviembre en la ciudad de Danlí. En ese evento, otrora ocasión para demostrar la pujanza de sus filas, los actuales dirigentes partidarios mostraron sus fisuras internas y su debilidad intrínseca. Importantes líderes del partido, algunos de ellos autoproclamados ya como aspirantes a la candidatura presidencial, no asistieron a la cita, revelando con su ausencia el malestar que los invade y el descontento colectivo de sus seguidores. La Convención, carente esta vez del fulgor subvencionado de antaño, evidenció, sin quererlo, el estado de inanición política y la ferocidad de las pugnas internas que caracterizan el acontecer interno del partido. La Convención exhibió un PN fracturado, casi flácido y desprovisto del vigor juvenil de otros y mejores tiempos. Es, entre otras cosas, el precio que pagan las organizaciones políticas por sucumbir ante las prácticas disolventes de la ilegalidad y la corrupción.
En la Convención de Danlí, al menos dos dirigentes – Mauricio Oliva y Nasry Asfura – dejaron evidencia clara de sus aspiraciones presidenciales. Ambos son políticos menores, de fulgor escaso y visión limitada, incapaces de liderar un resurgimiento verdadero en las filas nacionalistas. Para colmo, los dos señores, por razones de su oficio, están atados al ancla de la duda y el desencanto público de la ciudadanía.
Pero, justo es decirlo, entre los ausentes, los que no asistieron al evento, tampoco se vislumbra la figura salvadora que saque al partido de la crisis en que se encuentra y recupere, si es que ello es todavía posible, alguna parte aunque sea de la confianza pública que alguna vez tuvo el PN. La ilegalidad de la reelección presidencial y el escandaloso fraude electoral de noviembre de 2017, en el marco de una corrupción generalizada y una infiltración desmesurada del crimen organizado, han sido elementos clave para hacer estallar la crisis interna del partido otrora gobernante y hoy vergonzosamente gobernado.