
En Honduras todavía hay instituciones que funcionan con papel carbón, mientras en otras partes del mundo las decisiones se toman en tiempo real con ayuda de Inteligencia Artificial. Esa es la verdadera brecha digital: no se mide en megabytes, sino en mentalidad.
Recientemente participé como uno de los mil asistentes a un evento enfocado en inteligencia artificial, vinculado directamente con Silicon Valley. Más que una ubicación en California, Silicon Valley representa una cultura: es el epicentro global de la innovación, donde se diseñan y lanzan las tecnologías que están transformando, en silencio, pero con fuerza, la economía, el empleo y la vida cotidiana a nivel planetario.
Mientras allá se trabaja para anticiparse al futuro, aquí aún debatimos si estamos listos para empezar a trabajar con Inteligencia Artificial, sin darnos cuenta que no nos golpea la puerta, simplemente Ya entró. Y está reordenando el mundo sin pedir permiso. No se espera a los que dudan. Recompensa a quienes se anticipan.
El Silicon Valley desarrollado en Tegucigalpa por unas seis horas no trataba de aparatos llamativos ni de ciencia ficción. La conversación en ese foro giró en torno a sistemas capaces de aprender, anticipar y tomar decisiones: inteligencia artificial aplicada a problemas concretos del mundo real.
Silicon Valley no es un modelo a imitar, sino un llamado a transformar. Representa una actitud: velocidad, enfoque, riesgo y colaboración. Y la gran pregunta es si nuestro país tiene la capacidad, y la voluntad, de asumir ese cambio, o si seguirá viendo pasar la revolución desde la orilla.
Desde que culminé mi especialización en inteligencia artificial aplicada a los negocios, con enfoque en banca y seguros, he confirmado que el mayor obstáculo en Honduras no es la falta de capacidad técnica. Es el miedo. Miedo a perder el control, miedo a lo desconocido, miedo al cambio. Pero hoy el riesgo mayor es quedarse donde estamos.
Desde ya con la IA estamos conversando sobre cómo prevenir fraudes financieros hasta automatizar diagnósticos médicos, desde personalizar la educación hasta anticipar crisis logísticas. La tecnología ya no solo ejecuta, ahora piensa. Y Honduras aún observa.
He escrito sobre el papel de la IA en la educación y en el gobierno digital. Y actualmente coordino una comisión dedicada a estos temas en la formulación de un plan nacional para gobiernos que quieran dar el paso. Sin embargo, este artículo no tiene una intención política. Tiene una urgencia ética y estratégica: despertar conciencia.
Si no iniciamos una alfabetización digital amplia; si no preparamos a nuestros jóvenes para convivir con la inteligencia artificial, no como usuarios sino como creadores; si no modernizamos la administración pública y la gestión empresarial con soluciones inteligentes, dejaremos pasar otra oportunidad histórica de desarrollo.
Durante el evento, quedó claro que otros países ya están ajustando sus marcos legales, sus currículos educativos y sus modelos económicos en torno a la IA. Nosotros, en cambio, seguimos esperando una señal, un permiso, una instrucción.
Pero la inteligencia artificial no pide permiso. Evoluciona. Aprende. Se adapta. Y esa es la lección más dura: quien no aprenda con ella, será desplazado por quienes sí lo hacen.
Necesitamos construir un modelo propio, con visión global y raíces locales. Que ponga la IA al servicio de cerrar brechas, no de ampliarlas. Que fortalezca el acceso a la salud, la educación y la justicia. Que detecte riesgos antes de que estallen. Y que forme ciudadanos capaces de decidir con criterio en una era cada vez más automatizada.
La inteligencia artificial ya está en nuestros teléfonos, nuestros motores de búsqueda, nuestras decisiones cotidianas. Pero su verdadero impacto está por sentirse en el núcleo de nuestro sistema social, político y económico.
Honduras debe despertar digitalmente. Porque la IA no espera. Y las naciones que no se preparan, no se salvan por azar: simplemente quedan fuera.