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Paco de Lucía falleció en un hospital de México

Cádiz (España)- El guitarrista español Paco de Lucía ha fallecido en un hospital de Cancún (México), al que fue trasladado tras sentirse indispuesto, han confirmado a EFE fuentes próximas a su familia.
 

El guitarrista se sintió mal cuando estaba jugando al fútbol con su hijo Diego, de diez años, en la playa, según las mismas fuentes.

Su actual mujer le trasladó al hospital, donde al llegar se sentó en una camilla y falleció, posiblemente a causa de un infarto masivo, según las mismas fuentes.

El representante del cantante, que casualmente está en México con otro de sus representados, Joan Manuel Serrat, ha confirmado a Efe que De Lucía, el cual tenía pasaporte mexicano, estaba jugando en la playa con su hijo y que se sintió indispuesto, pero que no conocía más detalles, dado que en el país hispanoamericano aún es primera hora de la mañana.

Paco de Lucía estaba, desde hacía muchos años, vinculado a esa zona del Caribe de México, donde residía largas temporadas buscando privacidad y con el fin de practicar algunos de sus deportes favoritos, como la pesca submarina.

Paco de Lucía, un genio tranquilo

Humildad, discreción, seriedad, un punto de timidez y mucho orgullo de raza, todos cuantos conocieron a Paco de Lucía le señalan como «genio»: el genio de un hombre tranquilo que revolucionó la historia del flamenco y arropó para siempre a las nuevas generaciones con el punto de referencia de su arte.

Admirado y alabado por todos cuantos le trataron e idolatrado por millones de fans en el mundo, este artista apacible y familiar fue espejo y norte para guitarristas, flamencos y músicos en general, como expresaron en sus manifestaciones.

En una de sus últimas entrevistas realizada a la Agencia Efe, en Washington con motivo del concierto que marcaba el ecuador de su gira americana de 2012, el guitarrista mostraba su lado más joven e inquieto y explicaba su necesidad de componer, de investigar, de sorprender al público con su música: «No pienso vivir de las rentas», decía.

«Si lo que compongo no es una sorpresa para los profesionales, entonces inmediatamente me retiro. Vivir de las rentas me pareció siempre triste», afirmó el músico en la presentación de su disco «En vivo: conciertos de España 2010», un álbum aparecido tras una pausa de siete años después de «Cositas Buenas».

Sin embargo, al artista de la guitarra flamenca le gustaba la dureza de las giras, porque le gustaba tocar la guitarra «más que ninguna otra cosa».

Para el maestro, el directo, también en la grabación de sus discos, era «lo humano, el alma». Porque la energía que se crea en el escenario «nunca se consigue en un estudio de grabación; allí te puedes acercar a la perfección -decía-, pero el alma es más probable que aparezca en un directo».

De su humanidad y de su gran naturalidad hablan sus preferencias vitales, expuestas sin pudor en su web: para comer, platos de cuchara; para beber, el tinto; su libro de cabecera, «cualquiera de Oscar Wilde» y ninguno de filosofía, porque «de tanto leer a Ortega y Gasset terminó por analizarlo todo y perder el sentido del humor», apuntaba.

Y entre sus películas favoritas, las de Willy Wilder y la trilogía del cineasta polaco Kieslowski, «Azul, blanco, rojo».

Desde que, con apenas doce años, viajara por primera vez a Estados Unidos contratado por el bailarín José Greco para ejercer de tercer guitarrista de la Compañía del Ballet Clásico Español, De Lucía no ha dejado al público americano, del que siempre valoró su empatía con el flamenco. Son, decía de ellos, «mi minoría que se va haciendo grande».

«Llevo tocando para este público desde niño. Este público me lo he hecho a pulso, empezando con dos filas de butacas, y luego con otras dos. Ahora lo raro es que no esté todo vendido», se enorgullecía De Lucía tras uno de sus últimos conciertos en Texas (EE.UU.), a finales de 2012.

A Paco de Lucía, Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2004, Premio Nacional de Guitarra, Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, ganador de un Grammy, también le emocionaba arropar lo que él llamaba «savia nueva»: el bailaor «Farru», el percusionista «El Piraña», los cantaores «Duquende» o David de Jacoba, que con él en el escenario demostraban la buena salud del flamenco.

La grandeza de «este bicho», como se refería a él su amigo Félix Grande, que también falleció nada más comenzar este 2014, se refleja en su inquietud por la innovación.

O en su teoría de que «los guitarristas no necesitan estudiar», para que la teoría no limite su imaginación.

«Vengo de una tradición oral. Es un género movido por la pasión, por la locura, pero que trae también sofisticación. Sin embargo, recomiendo que los músicos nuevos aprendan música y teoría», precisó el artista en Brasil, poco antes de iniciar su última gira por el país carioca, en noviembre de 2013, adonde hacía 16 años que no viajaba.

Entonces, hablaba De Lucía de otro de sus «amores», la fusión musical, aunque alertaba del «peligro» de querer hacer música «para gustar sólo a otros músicos».

Tocó con «incunables» como Carlos Santana, Pedro Iturralde, Chick Corea, John McLaughlin, Al Di Meola o Larry Coryell y grabó el «Concierto de Aranjuez», de Joaquín Rodrigo, pero, si con alguien se sintió verdaderamente a gusto, fue con su amigo Camarón, con el que grabó nueve discos, entre ellos, el inolvidable «Potro de rabia y miel».

Al compositor de temas que ya forman parte de la historia cultural de España y no solo del flamenco, como «Entre dos aguas», sólo le faltó tocar con los trompetista Miles Davis o Louis Armstrong. Quizá, en este momento, anden los tres buscando la manera.

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