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Veinte años después de la invasión estadounidense de Irak, las mentiras del Gobierno de Bush aún se siguen cobrando vidas

Amy Goodman

Antony Blinken es el primer secretario de Estado de Estados Unidos en visitar Níger, un país africano que pocos estadounidenses sabrían localizar en el mapa. La última medición del Índice de Desarrollo Humano, un indicador creado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que mide el nivel de desarrollo de cada país, sitúa a Níger en el puesto 189 de un total de 191 países. La esperanza de vida en ese país africano es de 60 años y el nivel educativo medio de sus 25 millones de habitantes es de apenas dos años de escolaridad. Hace veinte años, Níger desempeñó involuntariamente un papel fundamental en lo que resultó ser una de las mayores debacles de la política exterior estadounidense de la era moderna. Sin Níger, es probable que Estados Unidos no hubiera podido iniciar la ilegal y desastrosa guerra que emprendió contra Irak.

El 28 de enero de 2003, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se refirió a las minas de uranio de Níger, que en su mayoría son de propiedad extranjera, en una parte de su discurso sobre el estado de la Unión: “El Gobierno británico se ha enterado de que Saddam Hussein trató recientemente de obtener cantidades considerables de uranio de [un país de] África”. Esas tristemente célebres “dieciséis palabras” que Bush pronunció en esa ocasión se basaron en una información de Inteligencia que la CIA consideraba que era falsa. Sin embargo, esas palabras constituyeron el corazón del pretexto que el Gobierno de Bush esgrimió para iniciar la guerra. Este era que Saddam Hussein, el dictador de Irak que anteriormente había contado con el respaldo de Estados Unidos, estaba acumulando en secreto armas de destrucción masiva.

Meses antes, la entonces asesora de Seguridad Nacional del Gobierno de Bush, Condoleeza Rice, había advertido sobre la amenaza de las armas de destrucción masiva: “No queremos que la prueba irrefutable sea una nube con forma de hongo atómico”. Bush usó esa misma metáfora un mes después, en un importante discurso que pronunció en la ciudad de Cincinnati, en el que expuso los argumentos para invadir Irak:”Frente a la clara evidencia del peligro, no podemos esperar la prueba final, la prueba irrefutable, que podría llegar como una nube con forma de hongo atómico”. El momento cúlmine de ese relato se produjo el 5 de febrero de 2003, cuando el secretario de Estado de Bush, el general Colin Powell, alertó al Consejo de Seguridad de la ONU sobre ese riesgo en una presentación plagada de información falsa de Inteligencia sobre el presunto programa de armas de destrucción masiva de Irak que, según dijo, incluía armas nucleares, químicas y biológicas. Más tarde, el mismo Powell admitiría que ese discurso constituyó una “mancha” en su carrera.

Las mentiras y tergiversaciones del Gobierno de Bush fueron amplificadas por los grandes medios de comunicación, sobre todo por el periódico The New York Times. En la primera plana del periódico, se publicaban una y otra vez artículos escritos por la periodista Judith Miller, a menudo en colaboración con el también periodista Michael R. Gordon, en los que se exageraba la afirmación acerca de que Saddam Hussein estaba intentando fabricar armas nucleares. En un artículo de 3.400 palabras en el que se alertaba sobre la urgente amenaza de las armas de destrucción masiva, publicado el 8 de septiembre de 2002, Miller y Gordon citan una treintena de veces a fuentes anónimas, a las que señalan como “funcionarios”, “fuentes de la Inteligencia estadounidense” y “referentes de la línea dura” del Gobierno de Bush, así como también a varios desertores y disidentes iraquíes.

Meses después de la invasión, el periódico The New York Times también publicó un artículo del difunto embajador Joe Wilson, titulado “Lo que no encontré en África”. El artículo era un relato de primera mano sobre el viaje que Wilson realizó a Níger en febrero de 2002, con patrocinio de la CIA, para evaluar la veracidad de las afirmaciones que el Gobierno de Bush promovía sobre el uranio. Wilson informó a la CIA que no había encontrado ninguna prueba acerca de que Níger hubiera vendido uranio a Irak. El artículo constituyó una irrecusable denuncia contra el Gobierno de Bush, ya que mostraba cómo este había manipulado la información de Inteligencia para impulsar una guerra ilegal.

En represalia, Lewis “Scooter” Libby —el jefe de gabinete del vicepresidente de ese entonces, Dick Cheney— filtró el nombre de la esposa de Joe Wilson, Valerie Plame, a miembros selectos de la prensa, entre ellos, Judith Miller. Plame era una agente encubierta de la CIA y, cuando un columnista de derecha reveló su identidad, su carrera como agente encubierta quedó prácticamente terminada. Judith Miller se negó a revelar su fuente a un gran jurado que investigaba la filtración y pasó 85 días en prisión por desacato al tribunal. Recuperó la libertad cuando, finalmente, aceptó cooperar.

Mientras estas batallas legales se libraban en la ciudad de Washington D.C., la verdadera guerra que se desarrollaba en Irak causaba la muerte de decenas de miles de civiles iraquíes y de miles de soldados estadounidenses y de la coalición militar encabezada por Estados Unidos. Millones de iraquíes se convirtieron en refugiados, a los que luego se sumaron millones de sirios, a medida que la conflagración provocada por la invasión estadounidense se extendía por la región.

Aunque el verdadero costo de la guerra de Irak nunca se conocerá con certeza, un equipo de investigación de la Universidad de Brown lo cifra en cerca de tres billones de dólares. El mismo equipo estima que cerca de 580.000 personas —tanto civiles como combatientes— han muerto en Irak y Siria desde 2003. En el informe titulado “Costos de la guerra”, los investigadores señalan: “Es posible que un número de personas cuatro veces mayor haya muerto debido a causas indirectas como el desplazamiento, la falta de acceso al agua potable y a la atención médica, y por diversas enfermedades prevenibles”.

Nadje Al-Ali es profesora de la Universidad de Brown y directora del Centro de Estudios sobre Medio Oriente de dicha institución. Durante una entrevista que mantuvo esta semana con Democracy Now!, Al-Ali reflexionó:

“La juventud iraquí está tratando de superar el impacto de la invasión y la ocupación [estadounidenses]. Hay mucha creatividad, ingenio y energía positiva. Así que tengo algo de esperanza. Y creo también que ya es hora de que la gente, especialmente en Estados Unidos, se replantee el intervencionismo militar y político de Estados Unidos en un sentido amplio, no solo en Irak, sino también en el Medio Oriente y en el mundo en general”.

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