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Una reflexión necesaria

Julio Raudales

El país transita, desde hace algunos años, por sus horas más oscuras.

Es difícil afirmar esto cuando se nace y vive en Honduras, una tierra donde nunca manó leche y miel porque se la robaron de cuajo; cuando creciste y te educaste en un yermo, en el que en 200 años de vida republicana no podemos preciarnos de haber concluido un lustro, solo uno, con estabilidad, crecimiento económico, prosperidad, paz y desarrollo social para beneficiar siquiera a una élite.

A diferencia de los poco envidiados vecinos del triángulo, somos un país huérfano hasta de una oligarquía que pudiera generar alguna riqueza para distribuir, sin capitalismo y por tanto, siguiendo a Marx, sin posibilidad de socialismo, aunque sea de remedo. ¡Y para colmo! El mundo ahora nos pinta como paradigma de narcoestado, como modelo de estado fallido.

Lo dicho no es caprichoso, es demostrable. Todos tenemos derecho nuestra opinión, pero no a nuestras cifras: La inversión extranjera directa, que nunca fue un indicador abrasivo para Honduras, cayó de 950 millones de dólares en 2018, a 400 millones de dólares en 2019.

Esto no es casual, como tampoco que hayamos caído 14 puntos en el ranking de competitividad global entre 2016 y 2020. Y si seguimos sumando indicadores, pobreza, desempleo, educación, salud, seguridad, libertad económica, transparencia, etc., veremos que nada, absolutamente nada, mejora en el país desde hace 12 años.

Creo que a estas alturas vale la pena preguntarse cómo, el diseño social acordado ha contribuido o no, a mellar en el bienestar general. Reflexionar si el contrato impuesto por la brevísima nomenclatura, inoperante, ambiciosa, miope y corrupta; incapaz de entender las ventajas que los incentivos institucionales pueden tener en la irrupción de una verdadera lógica de prosperidad.

¿Cuáles son las claves de la miseria del país? Voy a nominar tres: La ausencia de un verdadero compromiso por generar servicios públicos de calidad, la ausencia de políticas adecuadas para el desarrollo humano y, la mas importante de todas, la inexistencia de una verdadera burocracia.

Comenzaré por este último, porque debe ser la fuente de solución de los otros problemas públicos. Honduras necesita urgentemente una reingeniería pública. En la actualidad hay 126 organizaciones gubernamentales que albergan a mas de 70 mil personas, sin contar a los maestros, médicos y paramédicos. Es decir, el sector público es la única fuente de empleos realmente estable del país.

La pregunta obligada es: ¿Cuál es el beneficio social neto de mantener a esta enorme masa de trabajadores con los impuestos recaudados? Me atrevería a decir que prácticamente ninguno.

Usaré un solo ejemplo: La Secretaría de Agricultura tiene aproximadamente 1200 empleados. ¿Usted cree que la producción agrícola del país decaería notablemente si esta Secretaría de Estado cerrase? Francamente, pienso que no. ¿En qué ayuda al país que en el Instituto de Conservación Forestal trabajen 1300 personas? ¿Piensa usted que los bosques en Honduras están salvaguardados por ellos? ¿De que nos sirve tener una Dirección General de Pesca en Tegucigalpa?

Solo he mencionado unas pocas instancias públicas, pero podría ser extensivo. No es que no sea necesaria la administración pública. Lo es, pero se requiere de un ordenamiento que le permita ser eficaz y, sobre todo, de un servicio civil basado en la meritocracia y no en la politiquería.

Pero estamos en elecciones y nadie habla de estas cosas. ¿Por qué? Pues porque a los candidatos no les conviene decir a sus activistas que no tendrán trabajo si ganan las elecciones.

El otro elemento clave es la necesaria concentración de los recursos públicos ahorrados por la reforma a la estructura pública, en la prestación de servicios públicos de calidad. Un país con mala infraestructura -y me refiero a carreteras, proyectos de riego, cobertura en energía y agua potable- será por cierto un país encaminado al desarrollo. Repito, es fundamental entonces liberar recursos malgastados en corrupción e ineficiencia, para dedicarlos a proveer servicios.

Por último, aunque no menos crucial, está la necesaria concentración de los esfuerzos en mejorar la salud y educación en el país. Si los políticos que ahora pululan en busca de votos, no transforman sus intenciones en verdaderas acciones en pro de estos dos sectores, el país no tiene futuro y está condenado a la desaparición, como lo vaticinó el famoso historiador Harari.

Es la hora de la ciudadanía. No se conforme con votar, vaya y exija, en las calles, en los medios de comunicación, pero también en su centro de reuniones sociales, sea esta iglesia, patronato, municipalidad o asociación, el cambio necesario que Honduras requiere en estos momentos.

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